La Jornada
La luna de miel del papa Francisco ha terminado. Todo el encanto de un
religioso bien intencionado ha quedado atrás. Francisco tiene a corto
plazo dos grandes desafíos que afrontar. El durísimo informe del Comité
de los Derechos del Niño de la ONU, en Ginebra, y la renovación de los
legionarios.
El papa Bergoglio tiene que adoptar
decisiones que nos permitirán calibrar hasta dónde va a conducir a la
Iglesia y el calado de las reformas que propone. Son un primer
termómetro en el que podremos medir, más allá de los gestos, las
palabras y los discursos. A casi un año de la renuncia del papa
Benedicto XVI, las actitudes del nuevo papa Francisco habían hecho
olvidar o matizar la profunda crisis de la Iglesia. El estilo más
pastoral del Papa ha tenido una gran acogida en la sociedad secular
mundial porque representa fundadas esperanzas de renovación de una
Iglesia reticente a todo cambio. Una Iglesia encapsulada en letargos
reacios de tradición, memoria y doctrina como ejes absolutos de su
identidad, frente a la realidad contemporánea concebida como la
decadencia de los valores y contaminada por el mal.
Sin embargo, a casi un año de pontificado, Francisco enfrenta
intereses poderosos e inercias estructurales que conforman el modus
operandi de las cúpulas eclesiásticas. De tal suerte que las reformas y
nuevas actitudes que demanda son resistidas por los núcleos más
conservadores y se provoca una profunda confrontación entre la misión y
la institución.
El ejemplo más nítido de esta disyuntiva está en el proceso de los
legionarios de Cristo. La elección en una asamblea capitular dominada
por macielistas conservadores dio por resultado la elección del nuevo
director general, Eduardo Robles Gil, también macielista. La novedad
radica en que el Papa tardó 15 días en dar su aprobación e instruyó
integrar en el consejo general a dos legionarios españoles de la
corriente reformista: Jesús Villagrasa y Juan Sabadell.
El comunicado del capítulo general extraordinario de los legionarios
es un texto político más que un mensaje evangélico. No hay novedades
sustanciales en términos de contenidos, pero hay recovecos simuladores.
Es notorio el deslinde respecto de Marcial Maciel, a quien le adjetivan
muchísimos defectos, faltas y patologías. Pero lo dibujan como el
“asesino solitario” que engañó a todos. El mensaje es claro: Maciel
embromó y estafó a todos. Desde la nomenclatura legionaria hasta la
propia cúpula del Vaticano.
Este enfoque es inaceptable porque el equipo más cercano de los
legionarios conocía los detalles de su vida, bastaba seguir sus gastos.
Sin embargo, lo arropó y hasta proveyó de la logística necesaria para
que Maciel desarrollara su vida desenfrenada. Maciel es el Mario Aburto
legionario en nuestra cultura política, un asesino sin nexos ni
cómplices. Es el chivo expiatorio en la tradición abrahámica, es decir,
el ritual religioso de sacrificar a un chivo macho para purificar las
culpas de la comunidad. No sólo los Corcuera ni los Garza Sada ahí
presentes en las deliberaciones debieron hacer un acto de contrición,
sino también la propia curia vaticana a la que los legionarios
sobornaban. Aquí hay silencio y omertà mafiosa. Los trabajos de
Gianluigi Nuzzi y Jason Barry documentan plenamente la corrupción de la
curia que explica el abrigo y benevolencia de pontífices como Juan Pablo
II, quien llegó a expresar que Maciel era “un ejemplo para la
juventud”. El propio Joseph Ratzinger, siguiendo los testimonios de
Alberto Athié, siendo cardenal se plegó a la “lógica del silencio” que
la ONU reprocha airadamente a la sede romana.
La cuestión más delicada del comunicado de diez puntos se refiere al
carisma. El carisma en el sentido religioso es una gracia, un don
especial que el Espíritu Santo dona para el bien de la Iglesia. Los
fundadores de las órdenes religiosas son portadores de ese carisma, que
marca el estilo, la misión y la identidad de la congregación. El texto
legionario argumenta que quieren hacer una separación y ruptura entre el
carisma y su fundador Maciel diciendo: “los rasgos esenciales (de los
legionarios) no tienen origen en la persona del fundador; son un don de
Dios que la Iglesia acoge y aprueba, y que después vive en el instituto y
en sus miembros”.
En otras palabras: el fundador, siendo incongruente, perverso y
pecador, es capaz de fundar una comunidad religiosa sana. ¿Cómo es
posible que Dios se sirva de hombres o mujeres corruptos e inmorales
como Maciel para infundir el carisma de una obra divina? Esta tesis está
inspirada en aquella entrevista que concedió Benedicto XVI a Peter
Seewald, contenida en el libro Luz del Mundo 2010, en la que el Papa
afirmó que Maciel era un misterio y una “figura enigmática”, porque
siendo un personaje torcido edificó una comunidad religiosa sana. Es
decir, un árbol podrido que produce generosos frutos. Con esta lógica se
podría iniciar la beatificación de Carlos Slim u otros acaudalados
magnates.
Las señales de la asamblea de los legionarios no son buenas. Los
legionarios aparentan cambiar todo para que todo siga igual. Se atreven a
insinuar que el papa y el Vaticano salvaron a la legión de su
extinción. Por ello se entiende que, más que una refundación, hubo un
rescate por parte de Roma. El problema de fondo es cómo reformar una
estructura desde sus cimientos. No es un problema sólo de normas, sino
de la cultura religiosa que está sustentada en el lucro y la eficiencia
financiera. No hablamos sólo de la represión sicológica a que son
sometidos sus miembros, reprochada por la ONU, sino de la pérdida de
individualidad y libertad. Estamos frente a una corrupción interna y
simulación, de doble moral y utilización del leguaje de la fe como
lenguaje de negocios. En suma, cómo lograr que los legionarios dejen de
ser una secta lucrativa pararreligiosa y convertirse en una orden que
privilegia la salvación espiritual a la salvación material.
El perdón no basta, como tampoco reformas superficiales. Sin duda los
legionarios son una prueba de fuego para el papa Francisco. Él tiene la
última palabra.
Los Legionarios
Fuente: Red MUndial de Comunidades Eclesiales
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