Va a ser un febrero caliente, como se decía antes hablando del otoño
sindical, y un marzo que hierve, por supuesto no desde el punto de vista
atmosférico, sino editorial. A Bergoglio-Francisco, a punto de cerrar
su año de pontificado, se le dedicarán libros –por lo menos seis, hasta
donde nosotros sabemos- y producciones cinematográficas y televisivas
–cuatro ya están en marcha. ¿Cuáles son las novedades que trajo el Papa
que vino de lejos? ¿Dónde y cómo incidió con mayor fuerza? Lucio
Brunelli, vaticanista de la RAI desde hace veinta años y muchos más
dedicados a la información religiosa, responde con palabras pensadas y
pasadas por el filtro de un seguimiento casi cotidiano de la actividad
del Papa. Él considera que éste es un Papa especial, y no lo esconde…
En la vigilia del Cónclave eras
uno de los pocos periodistas que señalaban a Bergoglio como papable.
¿Por qué? ¿Sólo por el afecto que sentías por un cardenal que conocías
bien?
Afecto le tenía y le tengo, sin duda… pero la convicción de que el
cardenal de Buenos Aires era papable se fundaba en razones objetivas.
Percibía un gran deseo de cambio en los cardenales (sobre todo en los no
europeos) después del escándalo del Vatileaks y la dramática renuncia
de Benedicto XVI. La barca de Pedro parecía encallada, envuelta en una
niebla oscura. Se buscaba un hombre de Dios, con una gran fuerza
espiritual, no de la curia y no italiano, porque a los italianos, con
razón o sin ella, se los consideraba parte involucrada en las penosas
circunstancias de la Curia romana.
Bergoglio respondía a este identikit mejor que cualquier otro. Las
únicas dudas se referían a su supuesta no disponibilidad, porque se
había difundido la leyenda de que en el cónclave de 2005 había rechazado
los votos de quienes buscaban en él una alternativa “pastoral” para el
candidato “doctrinal” Ratzinger. Y también estaba el tema de la edad, 76
años. Todas esas dudas se disiparon durante la preparación del
cónclave, en las secretísimas congregaciones generales. La intervención
de Bergoglio dejó con la boca abierta a todos los cardenales, tanto por
los contenidos (una Iglesia que debe salir de sí misma, liberarse de la
mundanidad espiritual para dejar que brille mejor la luz de Cristo entre
los hombres de nuestro tiempo, hasta las periferias existenciales más
lejanas…) como por el espíritu profundamente religioso, creíble, que
había animado sus palabras.
Cuando tuve noticias seguras de la acogida que recibió su discurso,
llamé por teléfono a mi jefe de redacción para proponerle que
incorporáramos un servicio sobre Bergoglio a nuestra reducido ciclo
sobre los papables, que ya habíamos empezado a transmitir, uno por día.
“¿Estás seguro de que no ocupa el puesto 65 de la lista?”, me preguntaron en el telediario.
“Sin duda estará mucho más arriba”, les contesté.
El servicio se transmitió esa misma noche, era el 9 de marzo.
Recuerdo también la emblemática frase de un influyente hombre de Iglesia
a la vigilia del cónclave: “será anciano, pero bastarían cuatro años de
un papado Bergoglio para reformar la Iglesia”. En fin, ya no tenía
dudas de que el cardenal argentino era un candidato fuerte y leía con
ironía los títulos del Corriere della Sera y de Repubblica, que hasta
último momento presentaron el cónclave como un partido con dos jugadores
y resultado ya previsto, entre el italiano Scola y el brasileño Sherer.
Sin embargo después, esa noche del 13 de marzo, cuando transmitía en
directa en mi telediario y escuché que el cardenal Tauran pronunciaba en
latín el nombre de Jorge Mario Bergoglio, sentí que se me cerraba la
garganta por la emoción y la felicidad.
Para llegar a cuatro años de papado de Bergoglio falta mucho, pero
cuando está por cerrar el primer año, ¿en qué crees que ha incidido ya?
Ha incidido sobre todo en la percepción que la gente tiene de la
iglesia. Es casi milagrosa la velocidad con que se ha producido el
cambio. El Papa y su predicación, en todo el mundo, se mira con
sorpresa, con interés y simpatía. Y las personas más impresionadas por
Francisco parecen precisamente las que hasta ayer estaban más alejadas o
más desconfiaban de la Iglesia. En segundo lugar, Francisco ha sentado
las bases de una renovación profunda de la curia romana, para liberarla
de un excesivo centralismo burocrático y de la enfermedad del carrerismo
eclesiástico. Los primeros nombramientos cardenalicios fueron una señal
muy concreta en esa dirección.
Se ha terminado el automatismo con que algunas reparticiones
vaticanas o algunas diócesis podían reivindicar la púrpura cardenalicia
casi por derecho divino. Otras medidas muy incisivas se refieren a la
composición de la cogregación de los obispos, uno de los dicasterios más
influyentes de la curia, porque allí se decide la fisonomía que debe
tener la “clase dirigente” de la Iglesia católica. Francisco quiere
obispos “con olor a oveja”, no funcionarios; los quiere cercanos a la
gente, capaces de predicar con la vida el evangelio de esa misericordia
que es el proprium de Cristo.
Con respecto al Bergoglio que conocías de antes, qué aspectos del Papa Francisco te impresionan más y por qué.
Me impresiona la fuerza, la determinación tranquila, la obstinación
gozosa con la que lleva adelante sus decisiones. Desde vivir en Santa
Marta hasta la negativa a dejar que una corte le administre la vida… o
las intervenciones que están produciendo un terremoto en la Conferencia
episcopal italiana. Lo veo más fuerte, más sereno. No se deja estresar
por la mole de la empresa reformadora y por el peso de las resistencias.
Se ve que reposa en Dios, siente que está haciendo aquello a lo que
Dios lo llama, y por eso avanza con decisión por su camino,
sobrellevando un enorme esfuerzo pero sin perder la serenidad en ningún
momento.
Y además me encanta lo que veo, como reflejo en los fieles, cuando
estoy en San Pedro como periodista: estupor, conmoción, gratitud. Como
ocurría con los discípulos en Palestina hace dos mil años, cuando
asistían azorados y conmovidos a la predicación y a los gestos de Jesús.
Porque la verdadera reforma es volver precisamente a ese origen. Y eso
no es algo que se puede programar en un escritorio, como nos enseñaba el
gran Benedicto XVI: es la gracia que Dios concede en algunos períodos a
algunas personas. Para que a todos nos resulte más fácil seguir el
bien, la verdad y la belleza.
Están surgiendo resistencias, tanto cerca del Papa, en el
ambiente más cercano a él, como en otros ambientes eclesiales. ¿Sabes
algo acerca de eso? ¿Y qué extensión tienen?
Hay resistencias llamémosle ideológicas, y resistencias psicológicas y
de poder. Una parte del establishment eclesiástico le reprocha al Papa
que habla demasiado poco contra esos males morales sobre los que la
jerarquía católica en las últimas décadas ha concentrado tantas energías
y batallas políticas: aborto, eutanasia, matrimonio gay… Obviamene el
Papa Francisco comparte los mismos principios y ha definido como un
“horror” el drama de los niños no nacidos, víctimas del aborto. Pero él
quiere conquistar almas, le interesa la salvación, o lo que es lo mismo,
la felicidad de las almas, también y sobre todo de las personas que
están alejadas.
Y comprende, porque es un hombre de Dios y un pastor con muchísima
experiencia en el campo, que el cristianismo no entra en los corazones
repitiendo de manera obsesiva los “no”, sino sólo por una atracción. Por
una “belleza que nos precede y nos pone en camino”, como dijo hablando
de los Reyes Magos, en el ángelus de la Epifanía. Estoy completamente
convencido que simplemente mirando con ojos puros la ternura con la que
el Papa Francisco se relaciona con los ancianos, con los discapacitados,
con los niños que sufren graves enfermedades, tiene una eficacia
educativa mil veces más concreta y persuasiva que todos los
pronunciamientos fulminantes contra la eutanasia o el aborto. Solamente
la obtusidad a la que ha llevado cierto tipo de militancia católica,
cierto “cristianismo” ideológico sin Jesús, puede dejar de ver y de
alegrarse.
¿Y las resistencias psicológicas y de poder…?
A veces la ideología es solo una máscara. Hay un mundo clerical –no
todo, gracias a Dios, sino una parte- que se siente desnudado en su
mezquindad espiritual por la predicación y el testimonio de Francisco.
Los que tienen cola de paja, como me decía ayer con toda sencillez un
honesto colaborador de los últimos tres papas. Es la misma rabia que
anidaba en los escribas y fariseos frente a la presencia mansa y
verdadera de Jesús, presencia que no lograban encerrar dentro de sus
esquemas. Es difícil cuantificar estas resistencias, sobre todo porque
no existe un metro para medir el corazón de una persona, pero están, y
el Papa es muy consciente de eso. A veces están relacionadas con
intereses económicos fuera del Vaticano, que temen perder sus
conexiones.
¿Cuál es el secreto de la transversalidad de este Papa, que
es capaz de hablar a todos? ¿Tal vez que prefiere reclamar con garbo
antes que lanzar un anatema?
El garbo… me gusta esa expresión. Hay una delicadeza y también una
discreción que forman parte de la experiencia cristiana, porque la fe es
una gracia y el que la vive sabe que nunca se pueden tener pretensiones
sobre ella, no se puede forzar a nadie para que crea. Solo ocurre, como
la sorpresa de un encuentro. Por eso un cristiano, un verdadero
cristiano, hace un culto de la libertad. Permiso, perdón, gracias… las
tres palabras que el Papa Francisco señala a todos como el secreto de
una buena vida familiar, son palabras profundamente cristianas. Un
creyente las usa espontáneamente en su relación con Cristo: perdón,
gracias… conciencia de su propio mal y gratitud por un perdón que no se
da por descontado.
Eso es lo que me enseña Francisco, siguiendo las huellas del
pontificado de Ratzinger: cuanto más vuelve la Iglesia a lo esencial, y
por lo tanto al misterio de la misericordia -verdadero corazón del
Evangelio- más se vuelve “transversal”, vale decir capaz de llegar a
cada hombre y a todo el hombre, hasta sus heridas y hasta su deseo. Un
deseo que en su nivel más profundo es universal, que une al esquimal y
al indio, al hombre culto europeo y a las multitudes del Cuerno de
África que huyen del hambre y de la pobreza.
Garbo, es cierto, pero Francisco también ha lanzado severas
críticas contra la corrupción de la política y lo inhumano de una
economía que mata…
Lo que me impresiona en estas tomas de posición es sobre todo la
fuerza libre del Papa. Dice cosas de una verdad evidente y sacrosanta:
que se hace una gran tragedia, por ejemplo, por una pequeña caída de la
bolsa, mientras se ha perdido la capacidad de llorar por los refugiados
que mueren en el mar, y nos alzamos de hombros si el que muere es un
mendigo o un drogadicto: basuras humanas para una sociedad donde manda
el dinero. Pero si fueran solo denuncias políticas o un dramático
ragarse las vestiduras, no tendrían el mismo efecto.
La gente también percibe, en estas severas palabras de Francisco, que
se toma a pecho a las personas, cuyo valor no depende del que les da el
poder sino del hecho mismo de existir, de haber sido deseadas por Dios.
Entonces lo que él dice se acepta, impacta y educa. En cuanto a la
predilección por los pobres, “la carne de Cristo”, ¡nada que ver con
populismo peronista o criptomarxista! Francisco dice que es una cuestión
teológica: un Dios omnipotente que decide hacerse pobre por amor a los
hombres. El compartir la necesidad, el inclinarse hacia la humanidad más
herida, es el método mismo de Dios.
Es un Papa que cree en la eficacia, incluso “política” de la oración.
Lo dijo hace poco, en el mensaje de Pascua, recordando la vigilia de
oración y ayuno que se convocó por la paz en Siria.
En setiembre parecía cuestión de horas la intervención militar
norteamericana contra Siria. El Papa consideraba que solo podía empeorar
las condiciones de la población siria, ya martirizada por una feroz
guerra civil. A la vigilia de oración y a la jornada de ayuno adhirieron
millones de fieles en todo el mundo, no solo católicos, e incluso
muchísimos no creyentes. Muy probablemente esta simple pero intensa
movilización espiritual contribuyó a frenar un ataque que parecía
inevitable. Pero el Papa sin duda no considera que ha resuelto el drama
sirio, en ningún momento sus palabras reflejaron triunfalismo.
Sobre todo porque allí la gente sigue muriendo. Francisco seguirá
sacudiendo a la comunidad internacional para que busque con convicción
una solución política, para poner fin a la guerra. Y al mismo tiempo
seguirá rezando y pidiéndonos que recemos por la paz. Él, mucho más que
nosotros, cree realmente en la eficacia de la oración. Una vez dijo que
no hay que tener miedo de levantar la voz, de luchar contra Dios para
que nos mire y finalmente preste atención a nuestro grito.
Traduccion del italiano: Inés Giménez Pecci
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