En la Iglesia (y en la sociedad) ocurren cosas ante las que
el silencio equivale a complicidad. Cosas con las que uno no se puede
hacer cómplice. Porque eso es lo mismo que decir – sin decir nada – que
se está de acuerdo con lo que se ha hecho.
Por eso, en esta misma mañana del domingo, día 13 de Octubre de 2013, no
me puedo callar ante lo que se ha preparado, se ha organizado, se ha
gestionado en Roma. Y se ha pagado con una buena cantidad de dinero, que
nadie sabrá a cuánto ha ascendido, al tiempo que ahora mismo
en España hay familias enteras que no tienen ni lo indispensable para
seguir tirando de la vida. ¿Hemos perdido la cabeza en este país, en el
que cada día nos enteramos de nuevas y más extrañas contradicciones?
Con todo
esto, me refiero a la beatificación de 522 religiosos de derechas,
asesinados por militantes de izquierdas, durante la guerra civil
española del 36. Esta misma mañana, toda esta notable cantidad de
personas, vinculadas a la Iglesia franquista, han sido exaltados a la
dignidad de “beatos” por el cardenal Angelo Amato, venido expresamente
de Roma para presidir este acto. Como es sabido, la beatificación es el
paso previo e indispensable para la canonización.
Es importante saber que la beatificación (de uno o muchos cristianos
difuntos) no se decide necesariamente en el Vaticano. La beatificación puede ser
promovida y decidida por el obispo de la ciudad donde se realiza el
acto. Aunque es cierto que necesita la aprobación del papa. Si bien es
justo indicar que, en este caso, el papa Francisco ha dado la impresión
de no haberle prestado especial atención a la beatificación de los 522
beatos que hoy se han enaltecido en Tarragona. Por la televisión hemos
visto y oído que, cuando ha llegado el momento de decir algo sobre el
asunto, el papa Francisco ha pasado sobre el tema como gato sobre
brasas, limitándose a hacer unas afirmaciones genéricas sobre el
martirio y la generosidad del creyente en sy entrega a Dios y al
prójimo.
El papa Francisco tiene sus motivos para pensar y hablar así. Donde
mejor se conoce la Iglesia, que se quiere, es en el modelo de santos o
beatos que se canonizan o se beatifican. Como es igualmente cierto que
el tipo de Iglesia, que no se quiere, donde mejor se expresa es en el
modelo de santos que ni se beatifican ni se canonizan. Porque, a fin de
cuentas, tantos los que suben a
la gloria de los altares, como los que se quedan en la podredumbre de
las tumbas (o incluso perdidos bajo las cunetas de caminos
desconocidos), unos y otros, están donde están, porque los unos han
pasado y los otros no han podido pasar el tupido filtro de exámenes,
juicios, controles, preferencias, convicciones y deseos de lo que la
Iglesia quiere y de lo que la Iglesia no quiere. Hoy ha quedado patente
que la Iglesia española quiere ser de derechas.
Por esto, decir ahora que la aparatosa y masiva beatificación de 522
católicos de derechas, al tiempo que ni se sabe el número de los
españoles republicanos (o incluso de izquierdas) que siguen perdidos y
podridos bajo tierra, eso es un “acto de perdón y de mutua
reconciliación”, ¿no es un sarcasmo ofensivo para quienes se identifican
bien sea con la derecha política o con la izquierda republicana?
En su reciente – y ampliamente comentada – entrevista, que el papa
Bergoglio ha concedido al director de la revista italiana “La Civiltá
Cattólica”, Francisco ha dicho: “Tenemos que caminar unidos en las
diferencias: no existe otro camino para unirnos. El camino de Jesús es
ése”. Por desgracia, nuestra España sigue siendo un país en el que el
talante “cainita” se palpa demasiado y en demasiadas cosas. Son muchos y
muy autorizados los historiadores que están de acuerdo en que el hecho
religioso fue determinante en el brutal desencadenamiento de la guerra civil del 36.
La Jerarquía Eclesiástica Española se declaró decididamente a favor
del dictador que dio el golpe militar y después mantuvo su dictadura
durante casi 40 años. ¿No está ya bien de actos religiosos de este tipo
que, sean cuales sean las intenciones de unos y otros, para lo que en
realidad sirven es para mantener la fractura que nos divide, nos separa y
nos hace tanto daño para recuperar la unidad (en la diferencias) que
ahora más que nunca tan necesitamos estamos? ¡Dios nos libre de fomentar
odios y resentimientos! Lo que más nos urge es recuperar la bondad, el
respeto y la tolerancia, que pueden hacer de España un país más unido,
más humano y más honesto. De no ser así, no salimos del atasco en que
vivimos, siendo – como somos – un país tan cargado de las mejores
posibilidades.
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