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martes, 15 de octubre de 2013

¿De quién son los bienes de la Iglesia? El Palacio episcopal de Segovia Ángel Luis Fernanz Chamón


Enviado a la página web de Redes Cristianas
Les confieso que tengo sentimientos encontrados al empezar este artículo: indignación en primer lugar por el hecho que vengo a comentar; pudor y atrevimiento, por verter en estas líneas unos pensamientos que se me imponen, pese a mi nula autoridad en el asunto.
La cuestión es que el sábado cinco de octubre, pasando por la plaza de San Esteban, entré por primera vez en lo que fue Palacio Episcopal. Un edificio magnífico convertido en un negocio hostelero, al alcance de los bolsillos que se lo puedan permitir (y no somos todos se lo aseguro). En la planta alta el espacio museístico habilitado para exhibir las piezas del museo diocesano y otras, procedentes de colecciones privadas, atesoradas por los propietarios del negocio hostelero, visitable al precio de tres euros.
Segovia está llena de monumentos y conservarlos es importante, aunque esto suponga convertirlos en negocios privados. ¿Quizás sea este el destino de la ciudad: estar al servicio del turismo casi exclusivamente?
El detonante de este escrito, es que no se trata de un edificio histórico más. Estamos hablando del palacio en el que habitaron los sucesivos Obispos segovianos, desde mediados del siglo XVIII, hasta el año 1969. Un edificio representativo del llamado Antiguo Régimen, caracterizado por una fuerte división estamental de la sociedad, en el que la jerarquía eclesial ocupaba los últimos y más destacados peldaños de la pirámide de poder. A nadie que visite el edificio le quedará ninguna duda: estamos ante los magnates de aquel tiempo – las “armas” del Obispo Don Manuel Murillo Urgáiz, comprador del edificio a la familia Salcedo en 1756, se exhiben en el frontispicio de la fachada – en el que la Iglesia, además de tener el poder espiritual tenía también el temporal. Abrir o cerrar las puertas del paraíso nunca ha sido cuestión baladí.
Que cayera el Antiguo Régimen pero el Obispo siguiera ocupando el palacio, es una ilustración de cómo el poder de la Iglesia en esta España, se perpetuó hasta muy bien entrado el siglo XX (¿o todavía sigue vigente?). ¿Nadie se acuerda ya de la confesionalidad del Estado y el nacional-catolicismo franquista? Sólo con la constitución de 1978 el Estado se declara laico (con algún que otro periodo muy corto y trágico en nuestra historia, ¿recuerdan?), aunque sólo de nombre.
Los hechos son como sigue: el día 23 del mes pasado, se inauguraba la nueva etapa del palacio, como consecuencia de la firma entre el obispado y la sociedad limitada Museo Doña Juana (hoy Fundación), con un acuerdo de cesión del citado edificio, para su explotación y conservación durante 25 años. Al solemne acto de inauguración acuden las máximas autoridades civiles, militares y por supuesto religiosas, con el nuncio papal a la cabeza y el Obispo actual Don Ángel Rubio. Una foto digna de otros tiempos. Llegaba a su término un largo proceso de negociación para dar al palacio el destino que estaba en la mente del prelado: que su empleo no estuviera en contradicción con el “ideario” de la Iglesia Católica, además de encontrar acomodo a los fondos museísticos del obispado, y que estos sirvieran como medio de evangelización.
Las declaraciones del Obispo diciendo que era un día histórico para Segovia, me llenaron de estupor. Me vinieron a la mente las personas que en Segovia – sí, nuestra idolatrada ciudad – habían perdido su casa, o los que estaban en proceso de perderla al haber sido despedidos de sus trabajos. ¿Cuántos en Segovia tienen que acudir a los repartos gratuitos de alimentos? ¿Cuántos más van a tener que pasar el invierno helados de frío al no poder pagarse la calefacción? No nos gusta ver la pobreza a nuestro lado, preferimos ver pasar a los turistas con sus cámaras y sus “cicerones”, tomar cañas en los bares, pasear con nuestros hijos… Todo esto está muy bien, pero no olvidemos esa realidad bien patente aunque poco visible. Quizá como a todo nuevo rico que empieza a ver cómo se le deshilachan los vestidos de fiesta, nos cueste ver lo que nos haga recordar de dónde venimos.
Se me hicieron presentes aquellos que tienen que aceptar trabajos-basura, para cobrar algún euro con que alimentar a su familia o poderse mantener en la precariedad si son jóvenes (en Segovia no tenemos que ir muy lejos para encontrar estas situaciones de explotación, igual en el mismo sitio donde tomamos las cervezas con los amigos). Podría seguir, porque es absolutamente cierto que esas realidades humanas me invadieron ante el espectáculo de un edificio de la Iglesia al servicio del lucro privado. La palabra escándalo me viene y la reflejo como tal pronunciándola como cristiano que intenta vivir con alguna coherencia.
Anoto otra reflexión ¿de quién son los bienes de la Iglesia? ¿Acaso son bienes patrimoniales de los que pueden hacer uso aquellos que circunstancialmente ocupan un cargo en la jerarquía? Y otra a renglón seguido: si su propietaria es la Iglesia, ¿Quién es la Iglesia? Me contesto: el pueblo de Dios en marcha. ¿Cuál es la fidelidad a la que se debe la Iglesia como pueblo de Dios? Respondo: al mensaje que con su vida y su ejemplo nos dejó Jesús: sólo el amor salva, esa realidad escondida en lo más íntimo de cada uno que nos lleva a poner al otro en el centro de nuestras preocupaciones. Y ese otro ¿quién es, sino el pobre y el desvalido, el prójimo que tirado en la cuneta y despojado de todo yace a nuestro lado?
Si hay algo de verdad en todo esto, me acojo a las palabras pronunciadas por el Papa Francisco, cuando a principios de septiembre visitó un centro de los Jesuítas al servicio de la acogida de refugiados en Roma
“Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados. El Señor llama a vivir con generosidad y coraje la acogida en los conventos vacíos… Quizá hemos sido llamados a hacer más, acogiendo con decisión aquello que la providencia nos ha dado para servir”.
Palabras balsámicas que me reafirman en que los bienes de la Iglesia lo son en cuanto están al servicio de los demás, y en primer lugar de los más pobres, de los marginados, de los inmigrantes sin recursos. Ellos los pobres son la carne de Cristo, ¿en qué otro lugar podemos poner el mensaje cristiano?

En un mundo inhóspito y despiadado que ve con indiferencia los sufrimientos ajenos (más de trescientos inmigrantes ahogados frente a las costas de Lampedusa, otros abandonados a sus dolencias sin asistencia médica en España…) ¿Cuál es la mayor urgencia en la Iglesia? El mismo Papa Francisco responde:
“Lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy, es una capacidad de curar heridas… cercanía, proximidad”.

¿Y qué mayor testimonio que estar junto a los que más sufren hoy el huracán de la mal llamada crisis: los desahuciados, los sin trabajo, los ancianos abandonados, los dependientes sin ayudas….?

¡Qué ocasión perdida de dar un testimonio verdaderamente evangélico! ¡Cuántas personas podrían atenderse en el palacio!, ¡Cuántas heridas podrían curarse! Un verdadero hospital de campaña desperdiciado. Frente a ello 25 años de cesión del singular edificio, ¿A cambio de qué?, de su conservación (que está muy bien), y de ser fiel al “ideario” de la Iglesia católica (¡), que pasa por la evangelización que transmiten las obras de arte. ¿Qué mayor evangelización que curar el corazón herido? Cuerpo y alma son uno, ¿o es que se nos ha olvidado? ¿Es posible salvar almas olvidándose de los cuerpos? ¿Cuál es el orden de prioridades?
¡Qué día tan grande para Segovia y para la Iglesia hubiera sido si el Obispo hubiera destinado ese edificio a “hospital” de cuerpos y almas!.

¡Qué foto la del prelado rodeado de gente sin trabajo, sin casa, sin sanidad…, sin dignidad!
¿Cuánto habremos de esperar para ver los primeros frutos de una Iglesia renovada?

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