Poco latín necesitas para traducir el título de la reciente Exhortación del papa Francisco sobre la evangelización: “El gozo
del Evangelio”. Y no es fácil decir más en menos: el Evangelio es gozo.
No dice que no pueda haber gozo sin Evangelio, sino que no puede haber
Evangelio sin gozo. No dice que quien cree en el Evangelio no vaya a
conocer la tristeza, sino que quien anuncia el Evangelio ha de procurar
aliviar la tristeza en sí mismo y en los demás.
No dice que baste sentirse contento sin luchar contra todo lo injusto, sino que a toda lucha sin gozo le falta corazón.
Es un texto lleno de aliento y frescura.
Pero no ocultaré que no todo me gusta en él, como cuando afirma que
“Jesús dio su sangre por nosotros” –para expiar nuestros pecados, se
entiende– (n. 178; cf. 128, 229, 274) (la verdad es que no se entiende, y
¿a quién le puede resultar hoy buena noticia,
motivo de alegría?); o cuando reivindica una mayor presencia de la
mujer en la Iglesia, pero afirmando a la vez que “el sacerdocio
reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en
la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (n. 104) (es
decir, mantiene el modelo clerical de Iglesia, el “sacerdocio”, y
¿puede una Iglesia clerical alegrar a las mujeres y a los hombres de
hoy?); o cuando habla de la defensa de los “niños por nacer”, sin hacer
distinción alguna entre el cigoto de un día y el feto de cuatro meses
(nn. 213-214) (lo cual contradice los datos de la ciencia, y ¿puede así
la Iglesia aliviar la angustia de muchas madres o padres?). Perdura,
pues, una teología tradicional.
Dicho eso, pienso que la teología no es lo esencial en esta verdadera
Encíclica del papa Francisco en forma de Exhortación. La misericordia
es lo único esencial. “La primacía de la gracia” (n. 112) es lo que cuenta.
Todo lo demás es superficial, ideas discutibles. Toda teología –tanto
si es trasnochada como si está puesta al día– es discutible, transitoria
y siempre penúltima. La teología busca decir una palabra creíble sobre
la fe que nos hace vivir, pero la palabra es siempre provisional y
relativa, relativa al marco de credibilidad cultural de cada uno o de
cada tiempo. La entraña de la vida es lo que importa, y la compasión es
lo que mueve la vida y las entrañas. De eso habla este papa, y viene a
decir que todo lo demás es secundario. ¡Gracias de nuevo, papa
Francisco, por decirlo tan claro, por exhortarnos sin rodeos al corazón
del Evangelio, el gozo de la bondad!
Leer es siempre interpretar, y más aun hacer una selección de frases de un texto cualquiera. Es lo que haré. Es mi lectura.
Creo, sin embargo, que es una lectura acorde con la intención y el
conjunto de esta Exhortación. También ella es, en realidad, una lectura
selectiva de los textos del magisterio jerárquico precedente, como queda
a la vista mirando cómo cita el Vaticano II o los documentos de los
últimos papas. Sus citaciones revelan su intención de fondo, que no es
atajar errores –como sucedía hasta el atosigamiento en los documentos de
Juan Pablo II y Benedicto XVI–, sino animar a buscar juntos nuevas formas de decir y de vivir la alegría del Evangelio.
No cita para cerrar, sino para abrir. No cita para reafirmar la
doctrina tradicional “segura”, sino para invitar a renovar, a renovarse,
a arriesgar. No alerta contra la innovación, sino contra el
estancamiento en el pasado. No llama a repetir, sino a reinventar. Y no
condena el mundo moderno, sino invita a acogerlo y escucharlo. No
reclama obediencia, sino libertad solidaria, fraternidad evangélica. No
insiste en los dogmas, sino en la “revolución de la ternura” (n. 88). No
denuncia la cultura actual, sino la economía financiera asesina. Y
afirma que el gran peligro del mundo (y de los cristianos) es la
tristeza” (n. 2), no la increencia. Vuelve el espíritu de la
Constitución Gaudium et Spes del Vaticano II. Vuelve el aliento.
Evangelii gaudium. Dos palabras bastan, o incluso solo una:
“Evangelio”, pues Evangelio significa eso, “buena noticia” o simplemente
alegría. Como dijeron los ángeles –que es como decir Dios, que es como
decir el Corazón de la Realidad– a los pastores de Belén – que es como
decir los más pobres o los más despreciados–: “No temáis, os anuncio una
gran alegría que lo será para todo el pueblo” (Lc 2,10). Bastaba, pues
con pocas palabras, pero a este papa le ha dado por hablar, y lo hace
muy bien; habla ex abundantia cordis, de lo que en su corazón abunda.
Pero como creo, amigo lector/a, que no dispondrás del tiempo
o la calma requerida para leer las 224 páginas de esta Exhortación, te
ofrezco una selección en 5 páginas con las afirmaciones que considero
más importantes. Y si quieres solo una frase, quédate con ésta: “Vive un
deseo inagotable de brindar misericordia (…) y asume la vida humana,
tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (n. 24).
José Arregi
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