Cuando pronunciaste esa palabra al conocer las víctimas de un naufragio, no gritaste “Tragedia! o disastro!”.
Porque sabías que se trataba de 400 víctimas del caos llevado por la
Europa colonizadora a África, que ahora trata de impedir que los que
huyen del hambre o las guerras encuentren refugio aquí, que sigue
dictando leyes para castigar a quienes intenten socorrerles. Todo eso
denunciabas cuando pronunciaste la palabra que fue titular de portada en
todo el mundo. Habías pisado el suelo de Lampedusa y no te subiste a las nubes para expresar tus sentimientos en abstracto sin su contexto.
Hoy has dado pruebas de no conocer o no
querer conocer en qué contexto concreto fueron asesinadas esas víctimas
que han sido provlamos mártires. No has pisado el suelo de España y cómo
se vive aquí la cuestión de la memoria histórica. Aparte de los muertos
en una guerra civil, alentada
por la Iglesia católica al definirla frente al mundo como cruzada, tras
la victoria con apoyo fascista e instaurada ya la dictadura de Franco,
hubo una represión cruel, asesinando a centenares de millares de
ciudadanos inocentes sin juicios legales, sin que se hayan podido
encontrar sus cuerpos, sin que hayan recibido un homenaje público. Sus
familiares han vivido decenas de años con la vergüenza, el miedo y el
silencio. Y cuando empezaron a conocerse estas historias y parecía que
una ley y un tribunal iban a sacar sus nombres a la luz y sus cuerpos de
las cunetas, la ley fue arenada y el juez que se atrevió a abrir una
causa general fue expulsado, con la excusa, defendida por la Iglesia
católica, de que no había que desenterrar enemistades. ¡Qué vergüenza!
No me digas que no conocías todo esto, que ese “fin del mundo” que es Argentina vivió y vive muy de cerca lo que pasó y pasa en España.
Has querido ignorarlo, no sé si por falsa prudencia o por miedo. Es
verdad que tampoco has pronunciado una exaltación de la Iglesia de
España en el siglo XX, pero estaba implícito en tu mensaje. Has preferido
hablar del supuesto abstracto del martirio y sacar bellas palabras de
amor y perdón a partir de ahí. Te has querido subir a las nubes, pero
ese escabullirte del problema ha sido lo vergonzoso, impropio de uno a
quien le gusta pisar la realidad de la calle.
Para quienes hemos creído en ti y hemos defendido en público que
contigo iban a cambiar las maneras de actuar la Iglesia católica, ha
sido un mazazo.
Hubieras podido hace meses aplazar o suspender el acto. Lo mismo que
el de la canonización súbita de un papa muy discutible, tampoco
promovida por ti, pero si asumida.
Dado que se iba a celebrar lo de Tarragona, hubieras podido
aprovechar tu mensaje para recordar, haciéndola tuya, la fórmula suave
que la mayoría de obispos y sacerdotes aprobó en la Asamblea Conjunta de
1971 y que no se hizo oficial por no llegar a los dos tercios:
“Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no siempre supimos ser
ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo, dividido por
una guerra entre hermanos”.
Hubieras podido hacer una referencia a los muchísimos españoles
mártires que, por defender su ideal (la fidelidad a Dios está en la
sagrada conciencia) de una España libre y republicana (como las últimas
recordadas Trece rosas o los muchos curas que fueron ejecutados por las
tropas franquistas por haber estado defendiendo a los pobres y
trabajadores de sus parroquias) fueron objetos de denuncias (con
frecuencia por curas y católicos) y ejecutados por las tropas de Franco,
a veces sin juicio.
Al menos, hubiera bastado que hubieras tenido un recuerdo para el
cardenal Arzobispo de Tarragona, Vidal y Barraquer, que por sentido
cristiano y eclesial no quiso firmar la carta colectiva con la que los
obispos españoles apoyaron la sublevación de Franco en 1937.
Algo de esto, bien dicho, como tú sabes hacerlo, hubiera dado la
sensación de que de verdad algo cambiaba en Roma. Después hubieras
podido hacer tus reflexiones sobre la grandeza de todo martirio y sobre
la manera como Cristo nos primerea en el amor.
——
Voy a seguir teniendo esperanzas en ti, Francisco. Creo que estás
iniciando un nuevo estilo de ejercer el primado petrino y la primacía en
el amor de la Iglesia de Roma, que puede armar más lío en la estructura
de la Iglesia que el que hizo Juan XXIII. Me alegra que hayas sabido
incluso pedir perdón por decisiones que tuviste que tomar en Argentina
cuando eras más joven y no tenías buenos consejeros. Y eso es lo que me
preocupa: ¿a quién estás eligiendo para que te aconseje?
De las dos palabras de tu lema “misericordiando y eligiendo”, te veo
más fuerte en la primera. Para la segunda tienes toda la cultura
ignaciana del discernimiento pero no sé si buscas suficiente
informaación. A l menos sabes que no es fácil y no vas a tener
inspiración divina. Y ahí es donde se va decidir tu reforma. Porque no
tienes mucha gente de donde elegir y te van a querer engañar muchas
personas que presumirán ahora ante ti de “oler a ovejas” y aborrecer el
carrierismo.
Tiemblo al pensar con quién has consultado este asunto de las
beatificaciones de las víctimas de la guerra civil, que estuvo muy
prudentemente frenado en tiempos de Juan XXIII y Pablo VI y que fue
relanzado por el papa polaco, incapaz de ver la diferencia entre el
nacionalcatolicismo polaco y el español. ¡Ojalá hubieras podido hablarlo
con el jesuíta Alfonso Álvarez Bolado, que ya no está con nosotros! ¿Lo
conociste? ¿O es que lo has comentado con unos monseñores españoles del
Opus y de la Legión de Cristo, que por lo visto son magos en cuestión
económicas y a quienes has elegido como estrechos ayudantes para
resolver el lío de las finanzas vaticanas?
Tiemblo al pensar a quién vas a poner en las principales diócesis de
España y, por tanto, a la cabeza de la Conferencia episcopal. Sobre todo
si has desaprovechado vergonzosamente una ocasión como la que hoy has
tenido para marcarles claro el camino.
Mi esperanza está en que si algún día te das cuenta, como Pedro, de
la traición que has hecho a Cristo al negarle a él sufriente también en
las víctimas inocentes de la dictadora que siguió a la guerra civil,
puedas arrepentirte y rectificar. Tendrás ocasiones. Sólo así podrá
hacerse reconciliación en España.
Entretanto, muchos de nosotros, que nos sentimos católicos y esperanzados con tu nombramiento, estaremos de corazón con las víctimas ignoradas y respecto de nuestra condición de católicos españoles sentiremos una profunda vergüenza.
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