Francisco, obispo de Roma, se despojó de todos los
títulos y símbolos de poder que no hacen otra cosa que distanciar a
unas personas de otras y publicó una carta en el principal periódico de
Roma, La Repubblica, respondiendo a su ex-director y conocido
intelectual no creyente Eugenio Scalfari.
Éste había planteado públicamente algunas preguntas al obispo de Roma.
Francisco realizó un acto de extraordinaria importancia, no solo porque
lo hizo de una forma sin precedentes sino principalmente porque se
mostró como un hombre que habla a otro hombre en un contexto de diálogo
abierto, colocándose al mismo nivel que su interlocutor.
Efectivamente Francisco, que como
sabemos prefiere llamarse obispo de Roma y no Papa, respondió a Eugenio
Scalfari de un modo cordial, con la inteligencia cálida del corazón
antes que con la inteligencia fría de las doctrinas. Actualmente, en
filosofía, se procura rescatar la “inteligencia sensible” que enriquece y
alarga la “inteligencia intelectual”, pues aquella habla directamente
al otro, a su profundidad. No se esconde detrás de doctrinas, dogmas e
instituciones.
En este sentido, para Francisco no es relevante que Scalfari se
confiese creyente o no, pues cada uno posee su historia personal y su
trayectoria existencial que deben ser respetadas. Lo que es relevante es
la capacidad de ambos de estar abiertos a la escucha mutua. Para
decirlo en el lenguaje del gran poeta español Antonio Machado: «¿Tu verdad? No, la Verdad. Y ven conmigo
a buscarla. La tuya, guárdatela». Más importante que saber es no perder
nunca la capacidad de aprender. Este es el sentido del diálogo.
Con su carta, Francisco mostró que todos buscamos una verdad más
plena y más amplia, una verdad que todavía no tenemos. Para encontrarla
no sirven los dogmas tomados en sí mismos, ni las doctrinas formuladas
en abstracto). La presuposición general es que existen todavía
respuestas a buscar y que todo está rodeado de misterio. Esta búsqueda
coloca sobre el mismo terreno a todos, creyentes y no creyentes, también
a los fieles de las distintas Iglesias. Cada cual tiene derecho a
expresar su visión de las cosas.
Todos vivimos una contradicción terrible que envuelve a creyentes y a
ateos: ¿por qué Dios permite las grandes injusticias de este mundo? Es
la pregunta que con profundo abatimiento hizo el Papa Benedicto XVI
cuando visitó el campo de exterminio nazi de Auschwitz. Se desprendió,
por un momento, de su papel de Papa y habló solamente como un hombre con
el corazón abierto: “Dios, ¿dónde estabas cuando sucedieron estas
atrocidades? ¿Por qué te callaste?”
Todos nosotros cristianos debemos admitir que no hay una respuesta y
que la pregunta sigue abierta. Nos consuela solo la idea de que Dios puede ser
aquello que nuestra razón no comprende. La inteligencia intelectual
sola se calla porque no tiene una respuesta para todo. El Génesis, como
decía el filósofo Ernst Bloch, no se encuentra al principio sino al
final. Las cosas, así piensan los creyentes, se desarrollan en dirección
a un desenlace feliz. Solamente al final, de alguna manera, nos será
dado comprender el sentido de la existencia. Únicamente al fin podremos
decir: “y todo es bueno” y podremos dar el “Amén” definitivo. Pero
mientras vivimos no todo es bueno
¿Verdades absolutas y verdades relativas? Prefiero responder con el
gran poeta, místico y pastor, el obispo don Pedro Casaldáliga, allá en
la Amazonia profunda: “¿Lo absoluto? Sólo Dios y el hambre”.
Tengo una gran confianza en que Francisco con su diálogo podrá
conseguir grandes cosas para el bien de la humanidad. Empezó haciendo
una importante reforma del papado. Dentro de poco hará la reforma de la
Curia romana. A través de varios discursos ha señalado que todos los
temas pueden ser discutidos, una afirmación impensable tiempo atrás.
Temas como el celibato de los curas, el sacerdocio de la mujer, la moral
sexual y la existencia de los homoafectivos hasta fechas recientes no
podían ser planteados por teólogos y obispos.
Creo que este Papa es el primero en no querer un gobierno monárquico y
absolutista, el “poder” como decía Scalfari. Al contrario, quiere estar
lo más cerca posible del Evangelio que presenta los principios de la
misericordia y de la compasión, teniendo como centro de referencia a la
humanidad.
Seguramente su diálogo con los no creyentes puede verdaderamente
ampliarse y abrir una ventana nueva a la modernidad ética que no
considera solamente la tecnología, la ciencia y la política, y puede
también llevar a superar un comportamiento de exclusión típico de la
Iglesia Católica, en otras palabras, la arrogancia de entenderse como la
única heredera verdadera del mensaje de Jesús. Siempre es bueno
recordar que Dios envió a su Hijo al mundo y no solo a los bautizados.
Él ilumina a cada persona que viene a este mundo, no solo a los
creyentes, como recuerda san Juan en el prólogo de su evangelio.
En este sentido, en carta al Papa Francisco he sugerido personalmente
un Concilio Ecuménico de toda la cristiandad, de todas las Iglesias,
incluyendo incluso la presencia de ateos que puedan, por su sabiduría y
ética, ayudar a analizar las amenazas que pesan sobre el planeta y cómo
enfrentarlas. Y en primer lugar las mujeres, generadoras de vida, pues
la vida misma está siendo amenazada.
El cristianismo se presenta como un fenómeno occidental y debe
encontrar su lugar en el interior de la nueva fase de la humanidad, la
fase planetaria. Solamente así será para todos y de todos.
En Francisco, como ya lo había mostrado en Argentina, no veo voluntad
de conquistar y hacer proselitismo, sino, como lo reafirmó a Scalfari,
la disposición de testimoniar y andar un trecho del camino junto con
otros. El cristianismo antes que institución es un movimiento, el
movimiento de Jesús y de los Apóstoles. En esta comprensión, vivir la
dimensión de la dignidad humana, de la ética y de los derechos
fundamentales es más importante que afiliarse simplemente a una Iglesia.
Este es el caso de Eugenio Scalfari. Es importante mirar más la
dimensión de luz de la historia que la dimensión de sombras, vivir como
hermanos y hermanas en la misma Casa Común, la Madre Tierra, respetando
las opciones de cada uno, bajo el gran arco-iris, símbolo de la
transcendencia del ser humano.
El largo invierno eclesial terminó. Esperamos una primavera solar,
llena de flores y de frutos, en la cual también vale la pena ser humano
en la forma cristiana de esta palabra.
(Entrevista dada por teléfono a Vera Schiavazzi, de Romano Canavese, Turín, el 15 de septiembre último).Traducción de Mª José Gavito
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