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miércoles, 8 de mayo de 2013

Cómo nos venden la ropa Oscar Mateos

Ya van más 370 personas muertas y más de 1.000 heridos. Ese es el trágico balance de lo sucedido tras el hundimiento de un edificio cerca de Dacca en el que habían varios talleres textiles. Según varias fuentes, algunos de esos talleres podrían trabajar para marcas de ropa española como El Corte Inglés o Mango. Por el momento las autoridades bangladeshíes han detenido a algunos de los propietarios de los fábricas textiles, a la vez que buscan al empresario español David Mayor, director gerente de Phantom Tac, compañía propietaria de una de las fábricas.
No estamos ante un fenómeno nuevo. Como suele suceder, cuando se produce una tragedia de estas dimensiones salen a relucir historias que nos escandalizan y que pasaban más o menos desapercibidas hasta el momento para los grandes medios de comunicación. Pero lo cierto es que desde hace décadas sabemos que nuestra ropa se fabrica en condiciones de miseria y de explotación en países como Bangladesh, donde la mano de obra es extremadamente barata y las legislaciones laborales o medioambientales son enormemente laxas. De hecho, Inditex y otras grandes empresas de la moda han sido acusadas en numerosas ocasiones por organizaciones de los derechos humanos de abusar de esta mano de obra para después poder vender sus productos a precios “competitivos” en los países occidentales.
¿A qué se debe este fenómeno?
Esta es una dinámica propia de la globalización. La mayor movilidad del capital ha permitido que en las últimas décadas las grandes multinacionales deslocalizaran su producción a países en los que la mano de obra era muy barata. Esto ha supuesto que nos puedan vender ropa que ha implicado un largo proceso de elaboración por tan sólo unos pocos euros. Lo habitual es darle la vuelta a nuestros jerseys o camisas y comprobar cómo han sido fabricados en Bangladesh, Turquía o Marruecos. Pero lo cierto es que detrás de nuestra ropa se encuentra el sudor de personas que están siendo muchas veces cruelmente explotadas y maltratadas, a las que además se les niegan sus derechos laborales o sindicales más básicos. En muchas ocasiones se trata de niños y niñas. Esto no es nuevo, cabe recordar el escándalo hace unos años de la fabricación de pelotas o zapatillas de deporte Nike en países del sudeste asiático, o más recientemente, ha saltado con fuerza el debate sobre las minas del coltán y la fabricación de móviles. En definitiva, una perversa lógica del capitalismo actual, que vincula nuestro modo de vida a las dramáticas condiciones de vida de otras personas.
¿Qué hacemos?
Hay quien cuando aparece este debate suele argumentar o bien que “no hay nada que hacer ya que toda la ropa hoy está construida en países del Sur” o bien “que las empresas ya son conscientes de esta realidad y han mejorado sus condiciones laborales” gracias a la nueva conciencia que supuestamente ha impulsado la llamada “responsabilidad social corporativa”.
Pero lo cierto es que lo sucedido en Bangladesh sigue siendo un reflejo de la espalda del mundo, de aquello que no vemos (o no queremos ver) y de lo que seguimos formando directamente parte. Esto nos lo recuerda una campaña internacional como “Ropa limpia”. Esta campaña es una red internacional de ONGs, sindicatos y organizaciones de personas consumidoras. La CRL está presente en 14 países europeos y colabora con más de 250 organizaciones de trabajadores y trabajadoras de todo el mundo que trabajan activamente en colaboración con otros miembros de la coalición para conseguir, entre otras cosas, los siguientes objetivos: mejorar las condiciones laborales en la industria textil y de material deportivo; conseguir que las condiciones de trabajo sean equivalentes a las establecidas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o empoderar a las personas trabajadoras de la industria de la confección. En nuestra casa, Setem es una de las organizaciones que la está liderando.
Junto a la denuncia y la demanda de condiciones laborales y de vida digna para los trabajadores está también el reto de reducir nuestro consumo. La industria de la moda ha sido altamente eficaz construyendo un mensaje que subraya la necesidad de renovar puntualmente nuestra ropa, alimentando así el consumismo inconsciente y exacerbado.
El momento actual de repolitización del debate social es idóneo para introducir no sólo debates sobre la necesidad de repensar nuestra democracia, sino también para repensar la globalización y sus “daños colaterales”. Una globalización que tiene ganadores y perdedores.

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