El jesuita y responsable del grupo Cristianismo y Justicia pronunció una conferencia organizada por el Centro Indalo Loyola de Almería
“No esperen los fieles que sus obispos tengan la solución para todo. La Iglesia hace un servicio al mundo, pero sabe que puede aprender mucho del mundo, incluso de los no creyentes, incluso de la persecución”. El teólogo José María González Faus reprodujo estas manifestaciones expuestas en la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II durante la conferencia pronunciada sobre la novedad que supuso el mismo respecto de Dios, el mundo y la Iglesia.
“No esperen los fieles que sus obispos tengan la solución para todo. La Iglesia hace un servicio al mundo, pero sabe que puede aprender mucho del mundo, incluso de los no creyentes, incluso de la persecución”. El teólogo José María González Faus reprodujo estas manifestaciones expuestas en la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II durante la conferencia pronunciada sobre la novedad que supuso el mismo respecto de Dios, el mundo y la Iglesia.
“Como cristianos, esa actitud servicial es de las cosas que más tendríamos que pedir a la Iglesia de hoy, porque si no es así no somos señal eficaz del amor de Dios a este mundo”.
La libertad religiosa, colegialidad, apertura a las otras religiones o la necesidad de reforma en la Iglesia forman parte no sólo del espíritu sino de la letra del Concilio, que rompen con la tradición del siglo XIX para recuperar la mejor tradición y la vivencia más original de la Iglesia, expuso González Faus. “Novedosamente aparece la idea de Dios, la identidad de Dios. Ante la idea de que Dios es un ser perfectísimo, brota una Iglesia que representa poder sagrado y una sociedad perfecta; pero si tomamos la definición de que Dios es amor, brota una Iglesia que tiene que ser señal y signo visible de ese amor, un sacramento de la comunión, que quiere decir amor realizado y que hace una Iglesia servidora”.
La Constitución Gaudium et spes tiene unas intuiciones eclesiológicas de gran valor para hoy, declaró el teólogo. “Se dirige a todos los hombres para dialogar y lograr la fraternidad, porque toda la sociedad necesita una renovación ya que muchas veces los hombres han velado más que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”. El dato más negativo que ve el Concilio Vaticano II son las desigualdades, añadiendo que éstas son fundamentalmente económicas. “A buena parte de nuestros obispos parece que lo único que les obsesiona sería la moral familiar, pero es que la moral familiar, tal y como la predica la Iglesia, necesita un mínimo de condiciones económicas que, si no las tiene, es absolutamente impracticable”. El documento ya afirma en 1966 que “son necesarias muchas reformas en la vida económica y social y un cambio de mentalidad y de costumbres en todo”. Y es que nos seduce el sistema, manifestó Faus, porque crea una gran cantidad de riqueza, pero sólo la crea a condición de no repartirla o de repartirla mal, recordando las palabras del Papa Juan Pablo II al afirmar que “estamos en un sistema que produce ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres”. Todo esto, ya avisó el Concilio Vaticano II, es contrario a la paz.
Centrada la raíz de las desigualdades en las económicas, el Concilio vuelve a la moral de la propiedad con el destino universal de todos los bienes como derecho primario, mientras en nuestro mundo destaca la idea de que el derecho de la propiedad privada -secundario- es el derecho primario. Por otra parte, el Concilio constata el divorcio entre la fe y la vida diaria como uno de los más graves errores de la Iglesia actual. “Ante esta situación es necesario ser testigos de Cristo en medio de la sociedad humana”, base del libro ‘ Otro mundo es posible desde Jesús’, de José María González.
El mundo actual anda necesitado de ejemplos de solidaridad, de justicia, de sobriedad. El Concilio afirma que los obispos exponen al mundo el rostro de la Iglesia con su trato y trabajo y “ese rostro es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano”. Por último, se refirió a las consecuencias que las desigualdades económicas tienen en la convivencia humana, expresando la necesidad de una autoridad mundialmente reconocida y la de acabar con la carrera armamentística, “en la que hay un gasto diario de 4.000 millones, mientras que con 12.000 millones se acabaría con el hambre de un año”.
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