El pasado jueves día 29, Palestina fue aceptada como “Estado observador no miembro” de la ONU, con 138 votos a favor, 9 en contra y 41 abstenciones. ¡Enhorabuena, Palestina! ¡Enhorabuena, palestinos! Está muy lejos de quedar reparada con ello la injusticia histórica de la que sois víctima desde hace 65 años, cuando otra ONU muy distinta, en 1947, creó el estado judío y le asignó más de la mitad de vuestras tierras, sin contar en absoluto con vosotros; quisieron reparar a vuestra costa otra espantosa injusticia de la que los judíos habían sido víctima y de la que vosotros, sin embargo, erais enteramente inocentes.
Desde entonces sois extranjeros en vuestra tierra o habéis sido cruelmente expulsados de ella. Desde entonces, la sangre y las lágrimas de vuestros hijos no han cesado de correr por vuestra árida tierra, vuestros hijos no han cesado de derramar la sangre y las lágrimas de sus hermanos judíos y la suya propia. ¡Ojalá este tardío y todavía inicial reconocimiento de las Naciones Unidas sea el comienzo de un porvenir mejor! Que cesen el odio y la sangría. Si hay voluntad de justicia y de paz, habrá tierra para todos.
Hoy quiero dirigirme sobre todo a vuestro odiado pueblo hermano, el pueblo judío. O, más bien, quiero dirigirme a sus gobernantes ciegos. Admiro demasiado al pueblo judío, para identificarlo con la arrogancia y la infamia de sus dirigentes. Me dirijo a vosotros, Benjamín Netanyahu y todo su gobierno: ¿a dónde estáis conduciendo a vuestro pueblo, tan admirable por tantas cosas? Ha sido el Abel de la historia, y vosotros lo estáis convirtiendo en Caín para sus hermanos palestinos. Habéis sido errantes y apátridas durante miles de años, sí, pero ahora estáis condenando a millones de palestinos a ser errantes y apátridas como fuisteis vosotros. ¿No leéis en vuestra Torah: “No oprimáis al extranjero, pues vosotros fuisteis extranjeros”? (Ex 23,9).
Tras la votación de la ONU, en el mismo lugar en que el mundo os reconoció el derecho a poseer una tierra donde vivir en paz, hemos oído de vuestros labios declaraciones altaneras: “No nos importa cuántos dedos se levanten en la ONU a favor de Palestina o contra nosotros. No cambiará nada”. Y acto seguido habéis anunciado la construcción de 3.000 nuevas viviendas en tierras robadas a vuestros hermanos palestinos. Gran cinismo el vuestro, o tal vez simplemente una enorme desorientación que os ofusca del todo, hasta la desesperación. Vuestra reacción, ante la mirada atónita de todo el mundo, no podía haber sido más ciega y miserable, ni más necia. ¿Era acaso un alarde de seguridad y de poder? No, lo hemos entendido muy bien: era una exhibición del miedo y de la impotencia que no queréis reconocer. No viviréis en paz mientras no reconozcáis lo que todo el mundo ve, incluso vuestros mejores aliados, que ya empiezan a dudar.
¿A dónde vas, Israel? Nadie os niega el derecho a vivir en esa tierra, o en cualquier otra, pues no hay más que una tierra y es de todos, o ha de serlo. La misma OLP de Yaser Arafat reconoció la legitimidad de vuestro estado, exponiéndose a la incomprensión y la hostilidad de los suyos. Pero lo hizo. Reconoced también vosotros el derecho de los palestinos a vivir en esa tierra, que es la suya, tanto o más que la vuestra. En esa tierra vivían sus antepasados, cuando la conquistaron los vuestros hace 3.000 años. Nos estremece la lectura del libro profeta Josué, que forma parte de vuestra Tanak, de nuestra Biblia. En él se narra cómo vuestros antepasados, liderados por Josué, se fueron apoderando de esa tierra y de sus ciudades-estado. Se nos narra cómo, por orden de “Dios” y con su ayuda, conquistaron la antigua y bella Jericó, y leemos: “Consagraron al exterminio todo lo que había en ella, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, pasándolos a cuchillo” (Jos 6,21). ¡Horror! Y lo mismo en Ay, Yarmut, Laquis, Eglón, Guezer, Debir, Gueder, Jormá, Arad, Libná, Maqueda, Betel, Tafuaf, Jefer, Afec, Sarón, Madón, Simerón-Merón, Axaf, Tanac, Meguido, Cades, Yocneán en el Carmelo, Dor, Goyín en Galilea, Tirsá, Jasor, Hebrón Jerusalén; el Neguev, Gosen, la Sefela, el Arabá, y los montes de Israel con sus valles, desde el monte Jelac hasta Baal-Gad en el valle del Líbano, a los pies del Hermón… Y el mismo estribillo una y otra vez: “Los pasaron a cuchillo”, “los batieron sin dejar ni un superviviente”. ¿No os estremece también a vosotros la lectura del libro de Josué –que, sin embargo, significa “Yahveh salva”, al igual que “Jesús”, pues es el mismo nombre–? ¿En esa historia de violencia y exterminio queréis fundar vuestro derecho a vivir en esa tierra? Y vosotros, los que os decís practicantes religiosos, ¿a ese “dios” del anatema adoráis como Dios de la Justicia y de la Vida?
Es vuestra tierra, sí, pero sabed que vuestras fronteras, como todas las fronteras, son creaciones y testigos históricos bien elocuentes de violencias y exterminios sin cuento. Es vuestra tierra, ¿por qué no?, también vuestra, pero tanto o más lo es también de los palestinos. En ella vivían sus abuelos y sus padres y ellos mismos, cuando la ONU os la dio a vosotros hace 65 años. Vosotros venías de una gran catástrofe: el Holocausto nazi, la Shoah. Reconoced que vuestra llegada fue también una catástrofe para ellos, los palestinos.
No obstante, y por difícil que sea, alguna solución debe existir para todos. De alguna manera debéis vivir en una tierra compartida o repartida, y es lo que acordaron vuestros representantes y los representantes palestinos en Oslo en 1993: dos estados con las fronteras anteriores a las ocupaciones que vuestro ejército llevó a cabo en el año 67. Pero vosotros, con Ariel Sharon al frente, con una estrategia suicida tan opuesta y tan afín a la vez a la estrategia suicida de los palestinos más violentos, habéis dinamitado sistemáticamente aquellos acuerdos de Oslo, con el asentimiento y el apoyo incondicional de los EEUU, que entre 1972 y 2011 han ejercido en nada menos que 31 ocasiones su vergonzoso derecho de veto contra resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a favor de Palestina. No teníais la fuerza del derecho, sino exclusivamente la fuerza de las armas y del dinero. ¿A dónde vas así, Israel?
¿A dónde queréis conducir a vuestro pueblo matando a los niños junto con sus madres, matando 100 palestinos por cada judío, robando sus tierras y sus aguas, arrancando sus árboles, destruyendo sus cosechas? ¿A dónde queréis conducir a vuestro pueblo con esos insolentes y perversos asentamientos y ese muro de la infamia que hacen imposible la existencia de Palestina y la vida diaria de los palestinos, pues deja incomunicadas a sus familias y casas, sus ciudades y aldeas y todas sus tierras?
¿A dónde conducís a vuestro admirable pueblo? Estáis deshonrando vuestra historia, llena de terribles sufrimientos y de fantásticos méritos. Estáis ofendiendo la memoria de vuestros antepasados perseguidos a lo largo de la historia, de los millones de hermanas y hermanos vuestros que fueron arrancados de sus casas, cargados en viejos vagones de ganado tierra, torturados hasta la muerte en campos de concentración, asfixiados en cámaras de gas. Estáis arruinando la asombrosa aportación de vuestro pueblo a la cultura universal, a incontables pensadores, poetas y artistas de vuestra etnia y tradición. Estáis dilapidando las formidables razones históricas de vuestro pueblo. Sois el peor enemigo de vuestro pueblo, su mayor amenaza.
“Tenemos derecho a vivir seguros en nuestra tierra”, decís. Sí, tenéis derecho a vivir seguros, y nadie lo debe negar. Pero ¿no veis que vuestra política arrogante y asesina es la mayor fuente de vuestra inseguridad? Dais argumentos a vuestros peores enemigos y mináis el apoyo de vuestros mejores amigos. Sabedlo con toda certeza: nunca tendréis seguridad mientras no desmanteléis vuestros asentamientos, derribéis el muro y os retiréis a las fronteras reconocidas por la ONU en 1947.
Innumerables mujeres y hombres, intelectuales, escritores y artistas de vuestro pueblo lo saben y os lo recuerdan. Escuchadlos. Escuchad a Yael Dayan, hija del general Moshe Dayan, vencedor de la guerra de 1967, que el jueves pasado, tras la votación de la ONU, declaró: “Es una lástima que Israel no sea lo bastante sagaz para hacer de esta situación una gran oportunidad. Creo que Israel debería ser el primer país en votar a favor de la resolución”.
Volved a leer en vuestra Torah la historia de vuestro padre Abraham: fue un arameo errante, vino de Irak a Palestina, vivió como peregrino en esa tierra y nunca poseyó en ella más que un terrenito que compró a su dueño, para ser enterrado él y su esposa Sara; y junto a su tumba se reunieron sus hijos rivales Isaac e Ismael, hijo de Sara el primero e hijo de Hagar el segundo, y allí lloraron juntos y se reconciliaron.
Volved a leer en vuestro profeta Isaías: “No alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). Volved a cantar en vuestros Salmos: “Desead la paz a Jerusalén. Vivan seguros los que te aman. Por mis hermanos y compañeros voy a decir: La paz contigo” (Sal 122).
¿A dónde irás, Israel? ¿A dónde te llevarán tus dirigentes, si de una vez no se convencen –aunque solo fuera por razones estratégicas, y ojalá también por motivos éticos– de que vuestra seguridad y bienestar son inseparables de la seguridad y bienestar de vuestros hermanos palestinos?
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