Ellos no hacen lo que dicen
No son pocos los que se han alejado de la fe escandalizados o decepcionados por la actuación de una Iglesia que, según ellos, no es fiel al evangelio, ni actúa en coherencia con lo que predica.
También Jesús criticó con fuerza a los dirigentes religiosos: «No hacen lo que dicen». Sólo que Jesús no se quedó ahí. Siguió buscando y llamando a todos a una vida más digna y responsable ante Dios.
A lo largo de los años también yo he podido conocer, incluso de cerca, actuaciones de la Iglesia poco coherentes con el evangelio. A veces me han escandalizado, otras me han hecho daño, casi siempre me han llenado de pena. Hoy, sin embargo, comprendo mejor que nunca que la mediocridad de la Iglesia no justifica la mediocridad de mi fe.
La Iglesia tendrá que cambiar mucho, pero lo importante es que cada uno reavivemos nuestra fe, que aprendamos a creer de manera diferente, que no vivamos eludiendo a Dios, que sigamos con honestidad las llamadas de la propia conciencia, que cambie nuestra manera de mirar la vida, que descubramos lo esencial del evangelio y lo vivamos con gozo.
La Iglesia tendrá que superar sus inercias y miedos para encarnar el evangelio en la sociedad moderna, pero cada uno hemos de descubrir que hoy se puede seguir a Cristo con más verdad que nunca, sin falsos apoyos sociales y sin rutinas religiosas. Cada uno ha de aprender a vivir de manera evangélica el trabajo y el erotismo, la actividad y el silencio, sin dejarse modelar por la sociedad y sin perder su identidad cristiana en la frivolidad moderna.
La Iglesia tendrá que revisar a fondo su fidelidad a Cristo, pero cada uno ha de verificar la calidad de su adhesión a él. Cada uno ha de apreciar y cuidar su fe en el Dios revelado en Jesús. El pecado y las miserias de la institución eclesial no me dispensan ni me desresponsabilizan de nada.La decisión de abrirme a Dios o de rechazarlo es sólo mía.
La Iglesia tendrá que despertar su confianza y liberarse de cobardías y recelos que le impiden contagiar esperanza en el mundo actual, pero cada uno es responsable de su alegría interior. Cada uno ha de alimentar su esperanza acudiendo a la verdadera fuente.
Uno sólo es vuestro maestro
Desde hace unas semanas, miles de niños y jóvenes llenan de nuevo las aulas de nuestros colegios, escuelas, guarderías e ikastolas. Día tras día se sientan ante sus profesores y educadores para aprender. Pero, ¿aprender qué?
Si siguen muchas de nuestras instrucciones, están condenados a no conocer nunca la felicidad. Ya no podrán sospechar siquiera que es posible disfrutar de la vida sin dinero.
Se sentirán frustrados si no pueden ir satisfaciendo todos y cada uno de sus pequeños caprichos.
Se creerán fracasados si no pueden cumplirse sus ambiciones.
Casi sin darnos cuenta, los iremos programando para la competitividad, la rivalidad, el éxito y el poder.
Les animaremos a "sacar sobresaliente" y a entender la vida como una carrera en la que la mayor desgracia es quedarse "descolgado".
Les enseñaremos a subir "al tren de la vida" y les instruiremos sobre cómo se han de comportar dentro de cada departamento, pero ¿quién les dirá hacia dónde se dirige ese tren alocado?
"La comunicación ha de ser el cauce privilegiado para la acción educativa".
La pregunta surge espontánea: ¿Qué pueden aprender las nuevas generaciones al comunicarse con nosotros?¿Cómo contagiarles el gozo verdadero de la vida si nos ven ocupados estúpidamente en mil asuntos y negocios sin saborear apenas nunca el amor, la belleza y la amistad?
¿Cómo educarlos para la paz si sufren nuestra violencia, nuestra irritación y toda clase de agresividades?
¿Cómo sensibilizar su corazón a todo lo bueno, lo bello, lo digno, si ven que, para sentirnos vivos, necesitamos toda clase de drogas, excepto, naturalmente, las tres o cuatro que hemos de condenar de manera tajante?
¿Cuáles son las grandes convicciones que, con toda verdad y honradez, les podemos mostrar como horizonte y sentido de nuestra vida?
¿Qué Dios pueden descubrir en el fondo de nuestras creencias y de nuestra vida?
La frase de Jesús nos sigue interpelando a todos:
"No os dejéis llamar maestro porque uno sólo es vuestro Maestro".
Para los cristianos, sólo Jesucristo es el verdadero Maestro. De él hemos de aprender a vivir todos más humanamente si queremos enseñar algo digno a las nuevas generaciones.
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