

Es evidente que Lucas (y el resto de evangelistas) está describiendo unos hechos que ya han ocurrido cuando los están relatando: la destrucción del Templo, los falsos profetas, las persecuciones… y que los mezclan con expresiones genuinas de Jesús para ofrecernos un discurso escatológico de muy difícil interpretación. Pero, dentro su complejidad, hay en él un mensaje en el que queremos incidir: el fin de los tiempos.
A nosotros no nos interesa nada el fin del mundo porque dudamos que estemos aquí para verlo, pero nos interesa mucho el fin de nuestro propio tiempo. Sabemos que nuestro destino inmediato es la muerte y, siendo coherentes, debemos aprender a vivir con esa perspectiva.
Tradicionalmente, la forma de afrontar la muerte ha sido la esperanza de encontrar más vida tras ella, pero la cultura dominante convierte esa esperanza en superstición, y reduce al ser humano a un “ser para la muerte” (en expresión de Martin Heidegger) condenado a caminar hacia la nada desde el mismo momento de nacer: «Venimos de la nada de antes y vamos a la nada de después» –dice–. Triste destino y triste vida. Tan triste que invita a evadirse de semejante realidad. Para ello, es habitual tratar de soslayarla a través del trabajo compulsivo, el ocio compulsivo, el alcohol, las drogas o los infinitos mecanismos que la sociedad de consumo pone a nuestra disposición para que podamos pasar por la vida sobrenadándola y sin sumergirnos de lleno en ella.
Pero si queremos soslayar la realidad debemos pagar el precio de desperdiciar el don irrepetible de la vida, y esto chirría de tal forma, que hasta el propio Heidegger califica esta forma de vivir de inauténtica y propone un modo de afrontar su finitud asumiendo como algo natural el hecho de la muerte. «Debemos aceptar que somos finitos, asumir la angustia de caminar hacia la nada, no renunciar a disfrutar de todas las posibilidades que se abren ante nosotros, correr el riesgo de equivocarnos y arrepentirnos, vivir cada momento de nuestra vida conscientes de que vamos a morir»… En definitiva viene a decirnos que la muerte es lo que hay, y que debemos resignarnos a vivir sin esperar otra cosa.
Juan Antonio Estrada, sacerdote jesuita y filósofo, tiene una visión muy distinta de la muerte, y hace unas consideraciones en torno a la forma de encarar nuestra finitud que nos parecen interesantes y que queremos compartir. Dice que «es muy saludable actuar sabiendo que esta vida se acaba y que no sabemos cuándo se va a acabar, porque esta actitud nos urge a vivir con más intensidad, a no darnos tanta importancia; a ser menos egoístas y tratar de mejorar nuestra relación con los demás».
Añade que cuando alguien interioriza de verdad que la vida en este mundo es efímera, se da cuenta de que el apego a las cosas es una gran necedad que le hace daño y no le lleva a ninguna parte. Entonces combate sus apegos y comprueba que se pueden vencer, y con ellos, el dolor que le provocan. Y de esta forma gana en compasión, en alegría, en amor, en bondad, en sabiduría… porque su corazón se ha librado del temor que le atenazaba…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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