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jueves, 25 de septiembre de 2025

SOMOS LIBRES POR NATURALEZA Lc 16, 19-31 28 de septiembre de 2025

fe adulta

col labrador

 


El Evangelio de este domingo nos propone ahondar en el significado de la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Para poder comprender su mensaje es importante recordar que la obra de Lucas introdujo esta parábola en la sección más propia y original de este evangelio, en el contexto del gran viaje de Jesús hacia Jerusalén.

A lo largo de este viaje Jesús va instruyendo a quienes le siguen para que puedan conocer las grandes líneas de su mesianismo; un mesianismo que no consistía en una rebelión política sino en una inversión de los valores sociales, económicos y todo cuanto pudiera afectar a la dignidad de cada ser humano, incluso la misma idea-experiencia de Dios.

Como bien podemos percibir en esta parábola, Lucas se muestra muy radical con respecto a la pobreza y a la riqueza. Su posición es muy crítica: existe una cuestión social y una pobreza real, porque hay una riqueza injusta que genera pobres y ricos. Ahora bien, como veremos, no se centra sólo en la cuestión material y destaca que hay algo más en nuestra existencia que trasciende la situación en que se viva, aunque no lo desplaza ni lo convierte en secundario.

La parábola, al separarse de su contexto original, ha llevado a interpretar como idea propia de Jesús lo que en realidad era una adaptación a las creencias de los fariseos: el seno de Abraham hace referencia a la Vida eterna y el lugar donde van los muertos, purgatorio-infierno y que está lleno de sufrimiento. El mensaje principal es claro: ambos personajes mueren, pero mientras Lázaro recibe una nueva vida, del rico sólo se dice que fue enterrado. Detrás de estos personajes, probablemente existía ya una comunidad cristiana que no terminaba de unir a los que priorizan la observancia ritual frente al valor de compartir.

Pero hay una segunda capa de significado en esta parábola que nos interroga sobre las consecuencias de nuestras decisiones y de nuestro proyecto de vida. Nos cuestiona en cómo vivimos, cuál es nuestra opción fundamental, en qué ponemos nuestro foco, nuestras ambiciones y prioridades. Una vida en opulencia, no sólo material sino también ideológica, nos lleva a ignorar a las víctimas y vulnerables. Y, como vemos en la situación actual de muchos dramas de nuestro mundo, gastamos energías en buscar culpables y responsables. Esta es la inmadurez y miseria del ser humano.

La escena que narra Jesús nos mantiene en tensión y parece sostenernos en el dualismo tan embutido en el que vivimos: rico-pobre, bueno-malo, cielo-infierno, premio-condena. Sin embargo, rompe con esta visión al interrumpir su historia donde, seguro, todos los oyentes ya se habían posicionado en un bando: en el rico o en el pobre. Es entonces cuando aparece la reacción de Abraham con respecto al rico al llamarle también HIJO. Detrás de Abraham está la nueva imagen del Dios de Jesús y que los fariseos no podían comprender y a los que desarma de alguna manera. Reconocerle hijo supone respetar al máximo su libertad y la de sus hermanos que sólo será completa cuando asuman con madurez las consecuencias de sus elecciones. Las señales de Dios para que reaccionemos en esta vida no vienen en formato de muertos que resucitan sino como un movimiento interior, una invitación a vivir despiertos, pendientes de los signos que apelan al valor de cada ser, tanto por la luz de quienes eligen la vida como por las desgracias que padecen tantas personas.

Se acabó el dualismo de buenos y malos, ricos y pobres, de cielo e infierno, castigo y premio; no va de esta contraposición de categorías el proyecto de Jesús, sino de despertar a una nueva conciencia que nos sitúe en favor de la dignidad de todo ser humano o, por el contrario, en un egocentrismo extremo, insano y lleno de incoherencias. Es decir, Jesús deja intacta la libertad personal, sabe que forma parte de nuestra identidad, de nuestros genes; la cuestión no es si somos buenos por naturaleza, sino la certeza de que somos libres por naturaleza.

La libertad nos iguala, la muerte nos iguala y la dignidad de hij@s nos iguala, por tanto, las relaciones humanas, desde esta visión cristiana, ya están vinculadas por una horizontalidad que supone la fraternidad como consecuencia de nuestra identidad esencial. Sin Epulones nunca habrá Lázaros. ¿Te atreves a ahondar en ello?

 

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