
Es claro que la estructura social de Israel en tiempos de Jesús se conformaba por descendencia, por lealtades familiares, por continuidad de tradiciones religiosas, políticas y de orden social. Los hijos varones siguen la norma paterna, las hijas continúan las tareas de sus madres y, si no hay marido, la relación se mantiene entre suegra y nuera.
El seguimiento de Jesús rompe esta “paz” social basada en estas estructuras. El texto de Lucas 12,49-53 es claro. Jesús afirma que viene a traer la “guerra” (.v. 51-52), la ruptura de la familia tradicional y su base como núcleo de una sociedad reglada. Los seguidores de Jesús posiblemente vinieran de tradiciones que exigían respeto y aceptación a las normas sociales. Los padres, madres, suegras… de judíos exigen continuidad en las tradiciones religiosas a sus protegidos y de ellos se esperaba lo mismo. Algunos que seguían a Jesús no podían continuar con ello. Por el contrario, entendían que tanto madres y padres, hijos e hijas, nueras o suegras podían independizarse y buscar modelos de relaciones diferentes. El seguimiento exigía así la transformación de relaciones familiares y sociales. El cristianismo de los orígenes vivió esta situación de manera drástica incluso con persecuciones y muertes. La “paz” entendida como lo contrario al conflicto no era una alternativa especialmente cuando los ideales propuestos por Jesús entraban en juego.
La paz verdadera es otra cosa, está en otro lugar. Es la que ofrece el resucitado: “la paz les dejo, mi paz les doy”. Es la paz que se simboliza con el fuego del Espíritu, es la paz que permanece en medio de la lucha, es una paz duradera. Es una paz en la cual la división y la violencia, lejos de opacarla, tienen el potencial incluso de dilatarla. Es una paz que sigue al perdón, a la reconciliación, pero no a un dejar pasar sino un enfrentarse desde la verdad del resucitado, a mirar con sus ojos y a desafiar estructuras extraccionistas. Estamos llamados a vivir en plenitud y eso no hay estructura social, tradición o lealtades capaces de menguarlo. En Cristo, “vivimos, nos movemos y existimos… somos de su descendencia” (Hc 17,28). Así explica Pablo a los atenienses la vida cristiana. Un estilo de relaciones en Cristo, una propuesta de paz verdadera.
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