FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA ENERO 2025

miércoles, 27 de agosto de 2025

¿DISPUESTOS A COLOCARNOS EN EL ÚLTIMO LUGAR E INVITAR A LOS QUE NO PUEDEN PAGARNOS?Lucas 14, 1. 7-14

 


Nos encontramos este domingo con un texto que, si lo escuchamos seriamente, nos sorprenderá e incluso nos hará sonreír pensando, ¿qué está diciendo este? Porque lo que en él se afirma no tiene nada que ver con lo que solemos pensar o decir. Ojalá nos despierte y zarandee de verdad. Encontramos en él tres partes:

Primero nos pone en situación, nos sitúa: Jesús está en la casa de un fariseo “importante” que le ha invitado a comer y el resto de los fariseos le están “espiando”. Es decir, él sabe que sus gestos y palabras van a ser analizadas y juzgadas con lupa, incluso que van a alimentar la polémica.

En segundo lugar una parábola sugerida por el comportamiento que observa en los invitados. Es importante que nos demos cuenta de que estamos ante una parábola, mucho más sugerente y comprometedora que una simple norma de cortesía e incluso de moral. Bajo la imagen del banquete, tan repetida en los evangelios, Jesús nos habla de nuestras actitudes en la vida, ¿Qué puesto o lugar buscamos? ¿Qué puesto creemos que nos merecemos o nos corresponde? ¿Qué lugar queremos que nos reconozcan los demás en la familia, en el trabajo, entre los amigos…? Actitud que responde también a la imagen que tenemos de nosotros mismos, a cómo nos juzgamos a nosotros y cómo juzgamos a los demás.

“Vete a sentar en el último puesto” afirma tajantemente la parábola. ¿Qué provoca esto en nosotros/as si escuchamos profundamente? ¿Podemos imaginárnoslo como slogan publicitario o como consigna para ganar seguidores? Sin duda no. Va en contra de lo que casi siempre pensamos, deseamos o buscamos. Y sin embargo hay otros muchos textos del evangelio muy parecidos porque contiene algo esencial del mensaje de Jesús: quien quiera entrar en el Reino de Dios, ha de ser pequeño, ha de hacerse último, no debe formular falsas pretensiones teniéndose por justo. Pequeño como los niños (Mt 19, 14), conscientes de su nuestra pequeñez y carencias, e incluso del propio pecado, como el publicano en el templo (Lucas 18, 9-14). Último como el que sirve, no el que aspira a ser servido, como Jesús recuerda con su actuar y sus palabras en la última cena. Por eso queda fuera de lugar, entre los seguidores de Jesús la discusión por quien será el primero (Lc 22, 24-27), o quien trabaja más por el reino o se lo merece más.

Pero la parábola no habla solo de banquetes, habla de nuestras actitudes en el templo, es decir de nuestro modo de relacionarnos con Dios y con los demás. Buscar el último puesto es tomar conciencia de la propia realidad reconociendo que la salvación, el “tener un puesto” en el reino es siempre un don de Dios, no algo que nos corresponde porque nos lo ganamos a base de esfuerzo. Es relacionarnos desde ahí con Dios, el que por encima de todo nos ama y nos invita continuamente. Y es relacionarnos así con los demás, como servidores, como hermanos, nunca como jueces o señores. ¿Estamos dispuestos/as a sentarnos en el último puesto? ¿Estamos dispuestos7as a servir a los demás? ¿Es nuestra actitud ante el Señor la del hijo necesitado que se siente perdonado y amado, sin meritos propios? Porque entonces, solo entonces, recibiremos de Dios el verdadero reconocimiento, el “primer puesto” aquel que corresponde a los hijos y con el que ni nos atrevíamos a soñar… Y quizá como María, como Isabel, exclamemos algo parecido a “¿Cómo puede ser esto si yo…?” o “¿Quién soy yo para que me…?”

Y hay una tercera parte, una invitación a ser anfitriones al estilo de Jesús. Nos plantea, ¿a quién solemos invitar a los banquetes, a los “momentos” de vida que protagonizamos, a nuestras fiestas, a  nuestras tareas, a nuestros espacios de ocio? O dicho de otra forma, ¿por quienes nos preocupamos, quienes ocupan nuestro tiempo y nuestra atención? ¿A quién dirigimos nuestros cuidados como buenos anfitriones? ¿A los nuestros, a aquellos que queremos, con los que nos sentimos a gusto, con los que compartimos ideas, intereses, etc.?  Y otra vez Jesús nos sorprende con una norma “rara”, absolutamente distinta a lo que solemos pensar: Invitad a los pobres, a los enfermos, a los que no pueden devolvernos la invitación, a los que no pueden pagarnos el favor, a los que no son como vosotros…  A aquellos de los que no podemos esperar nada. ¿De verdad estamos dispuestos/as a hacer esto? ¿Qué cambiaria en nuestra vida? Esa norma tan afianzada, aun de forma inconscientes, de primero yo y los míos y luego los demás, ¿sabremos descubrirla en hechos y actitudes cotidianas y cambiarla? ¿Es posible vivir de esa manera tan desinteresada?

La gratuidad como distintivo cristiano nos invita a dar sin esperar nada a cambio, a perdonar sin exigencias, a acercarnos y ser agradables también con las personas que no lo son con nosotros, a ayudar y servir a aquellos que no son de los nuestros. Es un camino sorprendente y difícil pero es el que Jesús afirma que nos hará felices: “Dichoso tú si no pueden pagarte” algo tan chocante como el resto de la bienaventuranzas.

Podemos terminar diciendo que en este último domingo de agosto, cuando muchos estamos ya haciendo planes para el nuevo curso, el evangelio nos sorprende y nos da dos criterios muy serios: “Colocaos en el último lugar” el que nos corresponde, el único que nos permitirá ser, pensar y obrar como Jesús e “Invitad a los que no pueden pagaros” abrid vuestra vida a ellos, dedicarles vuestra atención y vuestro tiempo, invitadlos a vuestra casa y a vuestra fiesta…   Y en esta dinámica que es la del Reino, donde los últimos serán los primeros, donde la humildad y la gratuidad son los criterios que nos distinguen, experimentaremos la felicidad, la bienaventuranza que Jesús nos promete, que Él mismo nos da.

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