FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA ENERO 2025

viernes, 4 de julio de 2025

PAZ A ESTA CASA DOMINGO 14º T.O. (C) (Lc 10,1-12.17-20)


col labrador

 El binomio bíblico y cristiano más genuino es el de Profeta-rey. En ese sentido, rey es sinónimo de poder económico, ideológico y político. Profeta es quien pronuncia la palabra de perfección en el amor y quien denuncia la manipulación e injusticia del poder, es decir, del rey, del poderoso, del opresor. El/la profeta de Yavé Dios no denuncia ni anuncia desde sí mismo/a, aunque también corre el peligro de hacerlo, sino desde la experiencia del dolor, de la pobreza del pueblo (porque pertenece al pueblo) y desde las exigencias de la justicia que Dios quiere. El/la profeta clama contra el opresor, contra el poderoso, porque no se siente o no quiere sentirse culpable de su ignominia, de sus infamias; le pone al descubierto de su falsedad, de sus argucias, de sus embustes, pero también despierta en los oprimidos, en los dominados, la conciencia de liberación para evitar callejones sin salida, para abrir las puertas que les encierran en sus propios miedos, para acoger y confiar en la Ruah Divina que todo lo llena, todo lo impulsa.

Es posible salir de ese binomio paralizante Profeta-rey si abandonamos el poder opresor, el dominio de unos sobre otros mediante la conversión y la reconciliación. Es lo que simboliza el número 72 que, según la tradición judía, (¡ojalá lo tuvieran en cuenta los genocidas, los corruptos!) corresponde al número de pueblos esparcidos por toda la tierra. ‘Poneos en camino’. ‘La mies es abundante y los obreros pocos’.

La misión es universal. Los/as misioneros/as deben ir de dos en dos, es decir, toda la comunidad cristiana es sinodal, misionera, al servicio de la evangelización de la sociedad, sin triunfalismos, sin etiquetas, con medios pobres, humildes, ‘sin alforja ni sandalias’, en medio de dificultades, en un mundo lacerado por el dolor, la guerra, la pobreza, los egoísmos.

“Cuando entréis a una casa decid primero: ‘Paz a esta casa’ y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz”. La casa común, la madre tierra, la creación que se nos regaló para cuidarla, amarla, protegerla de depredadores sin escrúpulos, enviados como corderos en medio de lobos y ‘no os detengáis a saludar a nadie por el camino’; que nada ni nadie os enrede, os desvíe de vuestro propósito, de renunciar a una vida con sentido… La misión es urgente y su contenido lleva siempre un mensaje de paz que proviene del Abbá Dios, de su Palabra. Es, además, una tarea responsabilidad de todos los bautizados, no de ‘sabios ni ricos’.

En la primera lectura Isaías nos recuerda que un insignificante pueblo de repatriados, una comunidad mermada, humillada, escucha de su profeta una palabra de aliento, de esperanza (Is 66,10-14c). El simbolismo del amor filial y maternal habla de Dios, anuncia paz, ensancha la esperanza, aun estando crucificada, y hace sentir una presencia de salvación. En Gaza, Ucrania, Sudán del sur, Haití, Congo, Yemen… pero también en la división entre iguales, entre ciudadanos enfrentados por intereses mezquinos de los dirigentes… se descubre una presencia fuerte y auténtica: ‘Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones’. Esperar, a pesar del horror, una paz que termine con la inhumanidad de sembrar el odio y la muerte.

Con el Papa Francisco la Iglesia se proclama a sí misma como sinodal, en perspectiva misionera y de comunión, poniendo en el centro de su ser la evangelización. En otras palabras, la misión de la Iglesia es la evangelización viviendo la comunión juntos, en sinodalidad. Para ello hay que volver a los orígenes y replantear la estructura ministerial en la Iglesia, de modo que no exista una diferencia perpetuada hasta el concilio vaticano II en la Lumen Gentium cuando afirma que, entre el sacerdocio universal de los fieles y el sacerdocio ministerial «existe una diferencia esencial y no solo de grado», es decir, presupone que existen dos órdenes ontológicos separados[1]: bautizados en un orden inferior y ordenados en el superior.

El evangelio incide precisamente en que es la comunidad el centro de la vida eclesial y no al revés, situando el ministerio en el lugar que le corresponde, el del servicio. ‘Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya y proclamad: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”. El aparato estructural no puede nunca ahogar la espontaneidad del Espíritu.

Sinodalidad es un nuevo Pentecostés que derribó barreras (lenguas, culturas, jerarquías religiosas judías), capacitó a todos para profetizar y convirtió un grupo de personas vulnerables y temerosas en una comunidad de amor y misionera.

Pentecostés es el Espíritu de Dios que nos humaniza, que ‘sacramentaliza’ el cuerpo de los pobres para amar a Dios, es el Espíritu que irrumpe para desacralizar la religión del poder y encarnar la Gracia en lo humano, desde los bienaventurados descartados y los samaritanos misericordiosos.

El clericalismo se resiste porque Pentecostés fue siempre subversivo frente al poder religioso establecido… Jesús no vino para fundar una religión ni para cambiar un clericalismo por otro, que es lo que hacen las ideologías políticas, incluso las eclesiásticas, cuando llegan al poder.

La sinodalidad desafía el "control sacralizado" del clericalismo, desmontando toda una estructura de ritos, lenguaje y sumisión que oculta los abusos de poder, de conciencia, económico y sexual. El clericalismo es una idolatría que, en lugar de liberar lo humano para lo trascendente, lo somete a la inmanencia de un clero que se cree superior al Pueblo de Dios[2].

Como comunidad de los/as seguidores de Jesús somos llamados/as a liberar, a ser Gracia y don para los demás. Nuestro compromiso se juega en la lucha pacífica por instaurar la paz y la bondad a nuestro alrededor.

¡Shalom!

 

Mª Luisa Paret

[1] B. Pérez Andreo, teólogo. “Si la curia es un cáncer hay que extirparlo, no reformarlo”.

[2] G. J. Kowalski, teólogo por la UCA. Argentina.

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