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viernes, 4 de julio de 2025

EL SUEÑO DE DIOS Lc 10, 1-20 «El Señor designó a otros 72 y lo mandó por delante»


 Decía José Enrique Ruiz de Galarreta, que «el sueño de Dios no puede ser la raquítica salvación de media docena de perfectos, sino que es toda la creación, realizada y perfecta, lo que constituye el sueño de Dios; su proyecto; el Reino». Consecuente con esa idea, José Enrique definía la humanidad en los siguientes términos: «Una comunidad de Hijos queridos por Dios que sólo amándose como hermanos podrá realizarse».

Si concebimos así la historia –como proyecto de Dios– podremos entender dos aspectos cruciales para nuestra vida. El primero, que caminamos hacia esa plenitud individual y colectiva que constituye el Reino, es decir, hacia un mundo libre de las pasiones que lo deshumanizan.

El segundo, que los protagonistas de la última etapa del camino somos nosotros; que Dios ha confiado en nosotros, ha puesto en nuestras manos su proyecto y nos ha dotado de tal grado de inteligencia y de libertad, que tenemos de hecho la capacidad de culminarlo… o malograrlo; de tomar el camino que lleva a la meta… o tomar otro y vernos condenados a vagar por la historia desorientados y sin llegar a ninguna parte.

Y esta disyuntiva es la que nos lleva a Jesús, pues Jesús se sintió enviado por Dios para marcar el rumbo de la humanidad –el Reino–, y porque a su muerte nos envió a nosotros por el mundo para completar su obra: «Como Dios me envió, así os envío yo a vosotros»

Los cristianos somos, por tanto, enviados por Jesús con su misma misión, y nuestra seña de identidad por excelencia es el compromiso con la misión; es decir, con esa tarea apasionante y descomunal de poner nuestro grano de arena en el logro de la plena realización humana.

Creemos, por tanto, que la humanidad tiene un destino, pero también creemos que tiene una gran propensión a equivocarse y necesita buenos guías que le muestren el camino para no perderse; para salvarse del desastre. Desde nuestra perspectiva, los criterios de Jesús son cauce de salvación, aunque no pensamos que esos criterios sean exclusivos de los cristianos, sino que están presentes en muchas personas, religiones y filosofías ajenas a él que las convierte en agentes de salvación.

La diferencia está en que entre los seguidores de Jesús (los que verdaderamente le siguen), estos criterios se convierten en la esencia de todo, en la propia razón de su existencia; en su norma de vida; en el sentido de su vida.

Pero hay varias formas de entender a Jesús; muchas de ellas válidas y la mayoría insuficientes. Unos lo conciben como gran maestro de sabiduría al igual que tantos que ha habido en el mundo, otros, como portador de unos criterios que propician una sociedad más justa e igualitaria, otros, como encarnación de Dios que se hace hombre para abrirnos las puertas de la vida eterna… Otros, finalmente, como el camino a seguir para que el proyecto de Dios, el Reino de Dios, llegue a hacerse realidad: «Yo soy el camino…»

Es probable que conozcan la leyenda de aquel maestro de obra que en plena Edad Media visitaba la sección de cantería en el solar donde se estaba construyendo una catedral. Dice la leyenda que se acercó a uno de los canteros, y le preguntó: «¿Qué estás haciendo?», y él le respondió: «Estoy tallando este bloque de mármol». Le hizo la misma pregunta a un segundo cantero, y éste le dijo: «Estoy fabricando un capitel». Siguió su camino, y ante la misma pregunta un tercer cantero le respondió: «Estoy construyendo una catedral»… Los tres estaban haciendo lo mismo, pero con una perspectiva y una motivación muy diferentes.

Nuestra catedral es la humanidad y nuestro compromiso llevarla a buen puerto al estilo de Jesús; como la semilla, como la levadura, siendo sal, siendo luz… siendo conscientes de que no estamos tallando un bloque de mármol; que estamos construyendo una catedral; la catedral definitiva.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

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