FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA ENERO 2025

viernes, 27 de junio de 2025

¿QUIÉN ES JESÚS PARA MÍ? Mateo 16, 13-19

fe adulta

col labrador

 


¿Somos conscientes de que la respuesta debe ser tan viva que casi a diario sea nueva? ¿Nos aferramos a respuestas, o vivimos el dinamismo de la búsqueda, personal y comunitaria?

El evangelio de hoy puede dejarnos tres invitaciones:

La primera a seguir caminando conscientes de Quien camina con nosotros

Imaginarnos a Jesús caminando con sus discípulos es algo fácil porque se repite más de una vez en los evangelios. Jesús que se queda atrás, que les adelanta, que habla o va callado, pero que se interesa por lo que van hablando “por el camino” “¿De qué discutíais por el camino?” A los que iban peleándose por ser los primeros… (Mc 9, 33) o “¿De qué venís hablando?” A los desilusionados y atemorizados discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). Hoy, llegando a una región considerada extranjera, Jesús se vuelve a interesar, no solo por lo que hablan por el camino sino por lo que “escuchan” mientras van de camino. Y en este caso les hace una pregunta concreta, ¿qué escucháis y que decís de mí? Abriendo con ellos un dialogo serio y vital.

Y es que muchas veces, no hay que buscar espacios o tiempos especiales, distintos, solitarios… es en la vida ordinaria, en lo que vivimos y en nuestras relaciones con los demás donde nuestras palabras, nuestras conversaciones y certezas adquieren peso y hondura.

El texto nos invita a seguir caminando, a hacernos conscientes de lo que hablamos, como espejo de lo que vivimos, por el camino de la vida. Conscientes de que mientras vamos caminando, Jesús camina con nosotros. Podemos no reconocerle como los de Emaús, durante algún trecho del camino, pero si ponemos atención terminaremos por reconocerle en multitud de signos, personas y situaciones.

La segunda invitación, a tomarnos en serio la pregunta que nos hace Jesús

Una vez conscientes de su presencia a nuestro lado, sentimos que nos invita a escuchar y tomarnos en serio sus preguntas. Quizá de entrada nos descoloquen, no nos pregunta de qué hablamos o que nos pasa, como a los de Emaús, sino por Él mismo.

¿Qué hemos oído que se dice de Él? Y esta pregunta es relativamente fácil, basta con repetir lo que hemos oído, incluso lo que nos imaginamos viendo a la gente. Hoy se oyen quizá demasiadas afirmaciones gratuitas sobre lo que dice la gente de Jesús. ¿Cuál serían las nuestras?

Pero Jesús no nos deja tranquilos tras esta lista de opiniones de otros. Y formula la pregunta definitiva, y tú, y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Intuimos que la fuerza de la pregunta ha cambiado. Ahora nos está pidiendo mirarnos por dentro, ¿qué hay en mí con respecto a Jesús? ¿Cuál es mi experiencia de caminar con Él a lo largo de mi vida? Tomarnos su pregunta en serio no es repetir una respuesta de catecismo, aquello que aprendimos, que es dogmáticamente correcto… Vislumbramos que Jesús va por otro sitio. Eso entienden sus discípulos, que sienten que la pregunta es personal, para cada uno, incluso para cada etapa de la propia vida. Que hay cosas en la vida que no se consensuan en grupo, que cada uno las descubre según su propia experiencia en la relación con Jesús. Por eso Pedro se lanza a hablar, a poner en palabras lo que él piensa de Jesús, su identidad profunda, su importancia… «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Hoy se nos invita a mirar a Jesús que camina a nuestro lado y a mirarnos por dentro, ¿cómo es mi experiencia de Jesús? En tantos años que camino con Él, ¿qué supone su vida, su presencia a mi lado, en mi vida? ¿Cómo contestaríamos a eso hoy? ¿Seremos capaces de mojarnos o seguiremos intentando escapar repitiendo lo que “otros dicen” por muy teólogos o profesores que sean, lo que dice mi grupo cristiano…? ¿Nos animamos a verbalizar lo que hoy es Jesús para nosotros?

Porque no nos sirve de nada repetir formulas hechas, si no tenemos sucesivas experiencias de encuentro personal con Jesús que transformen nuestra vida. ¿De qué sirve aprender de memoria quien es Jesús, si lo conocemos de oídas? ¿En qué espacios y tiempos gestamos la respuesta a esa pregunta? ¿Somos conscientes de que la respuesta debe ser tan viva que casi a diario sea nueva? ¿Nos aferramos a respuestas, o vivimos el dinamismo de la búsqueda, personal y comunitaria?

La tercera, a escuchar la reacción de Jesús, y abrirnos a la acción del Espíritu que cambia nuestra vida

La respuesta de Pedro, para un judío de su tiempo, es algo novedoso, una imagen distinta de Mesías a la que enseñaban en la sinagoga, a la que esperaba el pueblo, el mesías triunfante, poderoso… Una imagen nueva de Dios que cambia no solo sus ideas, sino su forma de vivir. Pedro se juega su vida, la pone en manos de Jesús en su respuesta. La reacción de Jesús puede sorprendernos. No le dice que bien piensas Pedro, cuánto sabes, que bien te expresas. No, le llama feliz, bienaventurado, porque su respuesta no es suya, es del Espíritu. Eso no es fruto de tu trabajo, te lo ha revelado mi Padre. Y por eso te daré un nombre nuevo y una misión nueva.

Las primeras comunidades han visto siempre en este texto la acción directa de Jesús que cambia a Pedro de nombre y le da una misión en su naciente Iglesia, la de guiar y sostener la fe de sus hermanos, la de perdonar y unir… la de las “llaves”. Y al mismo tiempo le asegura que “el poder del maligno”, pongámosle también otros nombres hoy, no le derrotará. Pero no olvidemos la sombra de la cruz que tanto rechazo le ha producido a Pedro al tener que entrelazarla con Jesús, mesías, Hijo de Dios. (Mt 16, 23-28, Mc 8, 33) Y es que todo es acción del Espíritu. Este cambio en Pedro y en nosotros.

¿Nos hemos abierto a esta acción del Espíritu? Sin ella no podremos conocer ni nombrar a Jesús, pero tampoco podemos reconocernos o sentirnos nombrarnos a nosotros mismos. No podremos descubrirnos como hijos y hermanos, como personas amadas y enviadas a construir el reino, a abrir y cerrar puertas a los demás… la pregunta y la contestación no es solo para Pedro. Hoy todos de alguna forma somos reconocidos, nombrados y enviados si nos abrimos a la acción del Espíritu y nos dejamos cambiar el nombre viejo, ese aprendido y defendido, por un nombre nuevo, desconocido, realizado por el Espíritu mientras vamos caminando con Jesús.

Que este domingo tengamos el coraje de abrirnos al Espíritu, abandonar la seguridad de respuestas “hechas” y expresar de verdad lo que pensamos y sentimos, lo que nos hace felices o desgraciados… y eso nos llevará, como a Pedro, a recibir un nombre y una misión nueva, a renovar y cambiar nuestra vida. Que puede empezar a ser más complicada o a tener más cercana la sombra de la cruz, pero que sin duda será más plena y feliz, como toda vida en el Espíritu. Y esto, no lo olvidemos, es un don de Dios.

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