
El carácter hiperbólico -tan del gusto oriental- de las respuestas que el evangelista pone en boca de Jesús tiene una finalidad manifiesta: subrayar la prioridad absoluta de lo que se halla en juego. Carece, por tanto, de sentido una lectura literalista que se apresura a sacar conclusiones que poco o nada tienen que ver con el sentido del texto.
¿Y qué es exactamente lo que se halla en juego, aquello que hace relegar a un segundo plano valores tan importantes como enterrar a los muertos o ser amoroso con la propia familia?
El propio Jesús parece que se refería a ello con una expresión polisémica, absolutamente nuclear y característica del evangelio: el “Reino de Dios”. Con tal expresión se alude, tanto a la urgencia de construir un “mundo nuevo”, caracterizado por la vivencia de la fraternidad -uno de los ejes de todo el mensaje de Jesús-, como a la comprensión de lo que realmente somos -el “tesoro escondido” del que habla en sus parábolas-.
Una (inapropiada) lectura literalista se enreda al entrar en comparaciones entre los valores que aparecen en el relato. Pero el mensaje no va por ahí. Lo prioritario -viene a decir- es que llegues a comprender lo que realmente eres… y todo lo demás “se te dará por añadidura”.
Ahora bien, esa tarea prioritaria requiere motivación firme y dedicación constante, consciente además de que se te podrán caer todos los apoyos: no te quedará ni “una piedra donde poder reclinar la cabeza”. El camino que conduce a la comprensión de lo que somos nos irá desnudando de todo aquello que habíamos ido colocando en un primer plano. Y es justamente esa experiencia de desnudez la que nos hará anclarnos en lo realmente, aquello que somos en profundidad, lo que nunca nació y nunca morirá. Esto es lo que se halle en juego, ya que, como dijera el mismo Jesús en otra ocasión, “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida” (Mt 16,26).
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