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ATALAYA NOVIEMBRE DE 2024

miércoles, 18 de diciembre de 2024

AMO, LUEGO CONOZCO

 

Ya tengo en mis manos el último libro de Enrique y Mercedes Montalt

A modo de introducción

No todos los días te dicen que se han inspirado en tus escritos para ponerle un título a un libro. Cuando Enrique Montalt Alcayde me llamó no podía dar crédito: desde Valencia, después de haber intentado localizarme en varias ocasiones y, sin desfallecer en el intento, conseguir dar conmigo fue, por su parte, poco menos que meritorio. Tengo que reconocer que cuando cogí el teléfono pensé que sería alguno de esos comerciales que ese día no cesaban de fastidiar con sus insistentes y perseverantes llamadas. Pero no, quien lo hacía era Dios a través del bueno de Enrique para hacerme la presente invitación. Y es que uno no sabe hasta qué punto puede llegar un escrito, una palabra dirigida a un auditorio ni el alcance de aquello que un día expresamos... En el desierto de la comunicación, de las redes y los libros, también existen personas abiertas a la novedad y orientadas, como girasoles, hacia todo lo que huele a Evangelio. No son súper apóstoles, más bien meros depositarios de un tesoro que protegen en vasijas de barro.

Pese a sentirme indigno, agradezco sinceramente la invitación que me brindan Enrique y Mercedes para hablar de su precioso libro… Me ayudan a sentirme un poco menos inútil de lo habitual. Que un aprendiz de filosofía y teología como yo pueda suscitar alguna idea en alguien con la trayectoria y sabiduría de Enrique Montalt o de su hermana Mercedes me parece, además de increíble, esperanzador. Ya sé que Dios habló por una burra en Balaam. Pero hoy, confundidos con tantos canales e interferencias, se agradece contar con personas tan humanas como los hermanos Montalt, que mantienen el espíritu atento, lo más joven posible, dando razones de esperanza. Comprender el Evangelio en red supone tener un corazón humilde dispuesto a no dejar de aprender. Únicamente así se puede rematar un libro con tan profundo y bello título: Amo, luego conozco.

En un siglo donde la información inunda los escaparates y el conocimiento es la premisa para conseguir prestigio y escalar peldaños (la divisa del poderoso) sigue siendo revolucionario partir del amor como fuente de la verdadera sabiduría; sabiduría que se forja lentamente, en el silencio, en la interioridad y en el misterio de nuestras profundidades.  Porque, reconozcámoslo, hay gente que posee mucho conocimiento, pero muy poca sabiduría… Y es que "no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el sentir y gustar de las cosas internamente", como decía sabiamente Ignacio de Loyola, aquel que reconocía que las vanas glorias lo dejaban vacío y, sin embargo, el amor de Dios ensanchaba su corazón como una onda expansiva hasta entregar su vida gratuita y felizmente a los demás.

Precisamente, Francisco está intentando guiar a la Iglesia por este único camino posible hacia la buena noticia del Evangelio: el servicio, la pobreza y la fraternidad. La caridad es su único límite, puesto que el amor es quien distingue y separa la barbarie y la sinrazón del verdadero sentido religioso, el mismo límite que une fraternalmente todo lo que toca con el sello de la cáritas, el brillo de lo divino. Tan solo el amor está a salvo de los años y la interpretación porque es débil, porque no impone, porque su verdad es respetuosa y edificante, porque hace de los otros su imperativo categórico. Como afirma el maestro Gianni Vattimo en Después de la cristiandad, la clave está en debilitar las estructuras en los diversos ámbitos metafísicos de poder, disminuyendo todo tipo de violencia, rebajando los poderes y desenmascarando los abusos en el mundo. Y es que «si Dios existe, es amor; y si no, –como tantas veces repito– merece que lo matemos, que lo olvidemos, que lo saquemos de nuestras vidas e Historia». Porque díganme ustedes: ¿qué sentido tiene un Dios que no sea capaz de amar y unir, ofrecer, integrar, ayudar e igualar? Los cristianos tenemos una «buena noticia»: ¡qué tenemos alternativas para luchar de forma no violenta contra el mal de la violencia…! Porque todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, pero el que no ama no conoce a Dios porque Dios es amor (1 Jn 4, 7-8).

Ser cristiano no es un mandato o una imposición sino un regalo. Vivir como Jesús es muy difícil pero no conozco mejor opción. Dios no es nuestro juez sino nuestro amigo. Como dice magníficamente Vattimo al final de Creer que se cree, «Si esto es un exceso de ternura, ese Dios mismo nos ha dado ejemplo de ello». Habrá que preguntarle a Él por qué es así de débil, por qué no se puede negar a sí mismo, ya que parece que lo que rige a Dios (y, por ende, al cristiano) es, como decía Jon Sobrino, «el principio misericordia». El amor es tan débil que no puede obligar, y tan grande que no deja de amar. El mensaje cristiano es un mensaje de encarnación y kénosis, un mensaje amable y amistoso, nada violento y distante, un mensaje encarnado, humanizado. Jesús vino a la historia de los hombres para mostrarnos el único camino posible para no destruirnos, para romper con la violencia y la distancia de Dios con los hombres y la de los que se erigen como sus representantes.

Si nos fijamos, el fracaso palpable de nuestra historia más reciente se ha dado cuando hemos justificado nuestros actos, a veces atroces, con nuestras ideologías y no hemos levantado el pie del acelerador. Hemos aplastado en nombre de Dios, del nacionalsocialismo, del fascismo, del comunismo, del capitalismo... justificando nuestros medios y métodos por «razón de Estado» o en aras a un «justo destino». Y no hay ideología que pueda poner a salvo al hombre, por más que su lucha en un momento de la historia pudiera quedar justificada. No podemos acabar convirtiéndonos en «dioses» para los demás. Nuestra única tarea es acompañarnos, convivir respetándonos en la pluralidad y mirarnos a los ojos como iguales, como hermanos, también en la Iglesia. Si entendemos la religión desde las claves de la caridad y el amor, «Hoy ya no hay razones filosóficas fuertes para ser ateo o, en todo caso, para rechazar la religión» como afirmaba Vattimo. Sigue siendo una pretensión casposa y trasnochada la lucha de un racionalismo cientificista o historicista que abogue por dejar fuera de juego socialmente a la religión. Me atrevo a afirmar que se trata de otro totalitarismo disfrazado de modernidad y cultura. Es curioso que nuestra sociedad actual, heredera de la Revolución francesa y la razón ilustrada de los siglos XVIII, XIX y XX esté empeñada en coger solamente una de sus proclamas, la primera: la libertad, olvidando el principio de solidaridad y el de fraternidad. Y más curioso todavía es que el capitalismo neoliberal también se haya apropiado de esta palabra. Como lograremos entender, ese uso de la libertad no garantiza la justicia, ni el respeto ni el orden: razones tenemos para matar, razones tenemos para invadir, para saquear, condenar, justificar y abandonar... ¿Será por razones? Solamente hay que poner los noticieros... Así, hoy la cuestión prioritaria está en reducir la violencia y no solo reconocerla, en procurar no separar medios de fines. El medio y el modo son también hoy el mensaje, y los cristianos deberíamos de saberlo porque la gente está harta de palabras vacías.

El cristianismo es la religión del amor, la religión más simple (y si me apura, la «no religión»), cuyo contenido se resume con los dedos de una mano, en tan solo cinco palabras: «a-mí-me-lo-hicisteis» (Mt 25, 40). El relato del Juicio final, que yo traduciría como «mensaje final de Jesús al mundo», viene a decirnos que no es necesario sentirse cristiano para serlo. Recordad la escena: ¿pero cuándo Señor te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber…? (Mt 25, 35-40). Ni lo sabían ni importaba, porque lo que verdaderamente importa es el amor. Y cuando con nuestras palabras y obras traducimos «Dios» por «Amor», los universos de comprensión de los interlocutores se conectan. Este lenguaje, bien comprendido, es todavía hoy (en la posmodernidad) universal y bien aceptado. Precisamente el Papa Francisco invita a creyentes y a no creyentes a trabajar en esta corresponsabilidad. Es la nueva koiné porque el amor lo interpreta todo. Por lo que, quizá, en lugar de presentarse como un defensor de la sacralidad de los valores, el cristiano –si quiere ser fiel seguidor de Jesús– debería actuar, sobre todo, como una especie de anarquista no violento, como un deconstructor irónico, guiado por el amor hacia los más débiles, e interpretando los signos de los tiempos bajo la única clave interpretativa comunitaria del amor.

¿Se puede no creer en Dios? Sí, por supuesto. Mucho más si ese “Dios” que transmitimos los creyentes es un Dios distante, incomprensible, difuso, perverso y lejano respecto al hombre. Sí, si Dios es un Dios muerto. A ese ya dijo Nietzsche que, entre todos, lo habíamos matado… En ese Dios extra-terrestre tampoco yo creo. Pero si conmutamos Dios por Amor, ¡ay!, si interpretamos en gerundio, amando, entonces quizá tengamos menos problemas para entender lo divino como seres racionales que somos. “Amo, luego conozco”; “conozco, luego amo”. Hay que dar razones de nuestra esperanza: el amor a la sabiduría y la sabiduría del amor se abrazan y conjugan en gerundio. Ahondando en Jesús de Nazaret encontramos razones para seguir creyendo que el amor es la única religión capaz de superar la prueba y el fuego. Vivir, comunicar, testimoniar con el ejemplo, dar palabras, no cualesquiera sino las que permanecen escritas en el corazón y en la mente del hombre, aquellas capaces de tocar con la yema de los dedos la eternidad. Qué se lo pregunten al enamorado, al poeta, al místico y al cooperante, al misionero y al niño… a los que su intuición humanitaria les desvela algo “sagrado” pero tangible, que no puede transgredirse, olvidarse, violarse.

¿Por qué no entender que Dios existe y es amor, y el amor es Dios? No, no serán las razones las que salven este mundo. ¡Solo el amor podrá salvarnos!

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