Decía Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos de 1933 a 1945: «en política, nada sucede por accidente. Si sucede, puede apostar a que fue planeado de esa manera».
Con el ascenso de la extrema derecha ocurre igual. No podría darse si no tuviese el apoyo, como lo tiene, de los grandes capitales que la sostienen y financian.
La significativa victoria que acaba de obtener en Turingia (Alemania) no es casualidad, como tampoco es un accidente que, en conjunto, sea la segunda fuerza del Parlamento Europeo y su influencia aumente en todo el planeta.
Como he explicado con detalle en mi último libro, Para que haya futuro (Deusto Ediciones), la razón de su ascenso tiene que ver con dos factores principales. En primer lugar, con el proceso de creciente desposesión que vienen sufriendo las clases trabajadoras, las llamadas «clases medias», los pequeños y medianos empresarios, los trabajadores autónomos y microempresarios, e incluso una buena parte de los profesionales y pequeños directivos, en favor de una parte muy reducida de la población que acumula cada día más riqueza y poder.
Durante años, ese proceso se disimuló y legitimó convenciendo a quien se desposeía. Se la hacía creer que, si vivía peor, con menos ingreso y más inseguridad, era por su responsabilidad. Margaret Thatcher decía que «si hay familias pobres es porque no administran bien sus recursos». Lo mismo que se decía que si alguien estaba en paro no era por culpa de las políticas que se llevaban a cabo, sino porque no tenía suficiente «empleabilidad». O que, si carecía de vivienda, sería porque no habría ahorrado.
En los últimos años, sin embargo, la desposesión se ha hecho indisimulable y esos discursos ya no sirven. Ha sido preciso recurrir a otra estrategia más directa: se reconoce la desposesión pero, a base de mentiras y demagogia, se hace creer que quienes desposeen a la mayoría no son los grupos más poderosos que dictan las políticas sino «los otros», los diferentes: los inmigrantes nos quitan el empleo y la seguridad, los okupas las viviendas, los rojos la soberanía y los valores tradicionales que nos protegen…
El trabajo de la extrema derecha (Vox, en España) y de la derecha que se hace cada vez más extrema (PP entre nosotros) es justamente ese: difundir tales bulos a base de datos falsos y populismo simplista para que la gente cada día más desposeída y descontenta, insegura, frustrada y temerosa, caiga en las manos de quien se hace creer que va a protegerla, puesto que efectivamente denuncia constantemente los problemas reales que le afectan.
Sin embargo, todo esto es una parte del problema. Esa estrategia es viable y está resultando exitosa porque las izquierdas han perdido el norte y carecen de proyecto, cuando no han asumido directamente el neoliberal, como en buena parte le ha sucedido a los partidos socialistas que hicieron la misma política económica que la derecha y defienden sus mismas estrategias militaristas.
La extrema derecha crece porque las izquierdas están cada día más alejadas de los problemas que verdaderamente preocupan a la gente corriente y no han sabido plantear ni resolver el problema de los bajos salarios, de la vivienda, de la seguridad, de la pobreza y la precariedad extremas, de la inmigración descontrolada y de la falta de integración que lleva consigo, de la pérdida de soberanía y del amparo que representa la identidad colectiva. Y porque se han dejado llevar por identarismos particularistas y nacionalismos siempre excluyentes y desintegradores.
La carencia generalizada y progresiva produce miedo que se agudiza con la polarización y el clima de conflicto que la extrema derecha cultiva para aprovecharse de ello. Y la izquierda, como mucho, se dedican a denunciarlo y difundirlo, pero no a resolver sus causas.
Para evitar que la extrema derecha siga creciendo, la izquierda no puede seguir haciendo lo que hace. Como he propuesto en Para que haya futuro, quien de verdad quiera enfrentarse al crecimiento de la extrema derecha y a la destrucción de la democracia que eso lleva consigo debe actuar de otro modo. Es imprescindible actuar con luces largas, diseñar un proyecto de amplísimas mayorías y contribuir a conformar un sujeto social congraciado con la dimensión moral, solidaria, amorosa y pacífica del ser humano, la única que puede cambiar el mundo a mejor, como demuestran los cambios positivos que se han dado a lo largo de nuestra historia y que, a pesar de todo, se siguen registrando hoy día, aunque sea silenciosamente, en muchos sitios de nuestro alrededor.
Sé que me repito al escribir de nuevo lo mismo sobre lo que nos está pasando, ahora a propósito de lo que acaba de suceder en Alemania. Pero creo que hay que hacerlo hasta la saciedad, pues me parece que quienes tendrían que entenderlo no están entendiendo nada.
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