fe adulta
Muchos de los que escucharon a Jesús no creyeron en él y no le siguieron. Los doctores lo tenían por impostor. Los fariseos por un impío que no guardaba el sábado, ni ayunaba ni se recataba de comer con pecadores. Los sacerdotes se sintieron tan amenazados por el entusiasmo que causaba en la gente su doctrina, que cuando subió a Jerusalén lo quitaron de enmedio en menos de una semana. Sus familiares lo tenían por loco. Los que le siguieron porque vieron en él la mejor versión del mesías que esperaban, le abandonaron cuando quisieron hacerle rey y él los dejó plantados.
Pero hubo mucha gente que le siguió hasta el final; que abandonó sus tradiciones milenarias más sagradas (como la circuncisión o el sábado) y se dejó embriagar por su vino nuevo y poderoso. Y nos podemos preguntar: ¿Qué señales vieron en él para que rompiesen con el pasado y le siguiesen entusiasmados?...
La respuesta es que Jesús les fascinaba porque daba esperanza a los marginados a quienes todos consideraban aborrecidos de Dios, porque les hablaba de Dios como jamás nadie les había hablado y le entendían, porque estaba al servicio de todos y nunca se cansaba de curar y de enseñar, porque les prestaba toda su atención, porque era consecuente con lo que decía... y por tantas cosas más.
Ésas eran sus señales.
La señal de las primeras comunidades nos la desvela Lucas en “Hechos” cuando dice que en ellas no había pobres. Estaban tan comprometidas con el evangelio, tan empapadas de evangelio, que no podían permitir que alguno de sus hermanos pasase necesidad. Y aunque las autoridades los perseguían, la gente los respetaba y los admiraba... y sus comunidades no dejaban de crecer.
Nosotros vivimos en un mundo desesperanzado, sumido (aunque intente ignorarlo) en una profunda crisis de sentido; un mundo necesitado de alguien que le devuelva la esperanza y le ofrezca unos valores a la altura de nuestra condición humana. Y en este contexto nos podemos preguntar, ¿qué testimonio estamos dando “nosotros la Iglesia”? ¿cuál es nuestra señal?... La mejor señal sería que el mundo viese que allí donde hay cristianos hay más justicia y menos necesidad, y, por eso, ésa es la misión que hemos aceptado aquellos que tenemos la osadía de llamarnos cristianos.
Decía Ruiz de Galarreta que el lema del cristiano podría ser «máximo compromiso, máxima confianza». Máximo compromiso con la misión; no hay límite en lo que se espera de nosotros, y máxima confianza, porque quien puede juzgar nuestros fallos es nuestra madre.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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