Jesús encargó a las mujeres que anunciaran la resurrección a sus discípulos (Jn 20, 17-18; Mc 16, 14). No por preferencia ni como origen de un feminismo eclesial; se trata de la capacidad de la mujer para tener experiencias religiosas muy hondas e íntimas. Las facultades femeninas de apertura, escucha, quedar ‘embarazada’ y dar a luz, de María de Nazaret, son complementarias a las de carácter masculino de la conquista, la razón, el esquema. A los discípulos, como a Tomás, les fue más difícil creer en el anuncio Pascual. (Lc 24, 11; Mc 16,13).
El discípulo misionero necesita esta actitud femenina, la actitud de María, modelo del ‘sí’ orante, para la experiencia mística de la Pascua; como también de la amistad, el enamoramiento y el desposorio espiritual de María Magdalena, que complementan el liderazgo de Pedro, la intrepidez de Pablo y la tenacidad de los doce. La Iglesia siempre ha sido femenina y masculina en la oración y la misión.
Todos en la Iglesia, pastores, laicos y consagrados, al igual que la sociedad a la que se lleva el anuncio misionero, necesitamos emprender una marcha hacia el lado del alma que aún está por descubrirse. Una nueva forma de ser discípulos misioneros y ciudadanos pide la recuperación de los tesoros femeninos que hay en cada uno, hombres y mujeres, para la apertura y aceptación de la Vida de Cristo en nosotros, que despierta el entusiasmo para salir a anunciar el Evangelio.
El nombre de Dios en la Sagrada Escritura, cuando quiere resaltar el aspecto femenino es El, Elohim, El-Sadday. Sadday, por ejemplo, en su raíz significa monte del seno materno; contraria a todo lo guerrero, porque ama la armonía, la prosperidad de las familias y los rebaños.
Lo mismo decimos de ‘la Ruah’, traducida como ‘el Viento del Espíritu’, que en su origen es de carácter femenino, y es quien ha de guiar la misión. Descubriremos sus riquezas al liberarnos de creer que esta fecundidad se logra ‘haciendo’ planes, armando estructuras, imponiendo esquemas.
Práctica pascual:
Haré una oración en medio de la creación: me expondré confiado al aire libre, ojalá en un parque, con los brazos abiertos, los ojos cerrados, levantando el rostro al cielo y respirando el viento que roza mi piel; oraré repitiendo:
‘Ven Espíritu de Cristo Resucitado y fecunda mi existencia”.
Víctor Ricardo Moreno Holguín
Religión Digital
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