El 7 de octubre iniciaba la guerra entre Israel y Palestina. Poco más de un mes después, los números son desoladores: hay más de 10 mil palestinos muertos en Gaza y 1400 muertos en Israel. 4 mil 100 niños palestinos han perecido mientras que en Israel lo han hecho 31.avede
A estos números se suman 30 niños israelíes secuestrados, 1270 niños desaparecidos bajo los escombros en Gaza, un millón y medio de desplazados, 46 periodistas y 175 miembros del personal de salud asesinados.
Las naciones latinoamericanas en su gran mayoría han mostrado su rechazo a la agresión israelí. En efecto, el ataque terrorista realizado por Hamas que inició este conflicto fue terrible. Israel fue tomado por sorpresa. Sin embargo, la reacción de Israel ha rebasado toda proporción.
No sólo Hamas ha sido el blanco de los ataques, sino que la población palestina está siendo diezmada. El presidente Netanyahu, en un reciente discurso, ha citado el libro de Samuel, del Antiguo Testamento, en el que se ordena exterminar al pueblo de los amalequitas. De este modo, introduce en medio de toda la retórica de legitimación de la guerra, un componente religioso, particularmente preocupante.
El escenario, altamente polarizado, ha tenido diversos efectos colaterales. Las agresiones contra población judía y palestina en diversas partes del mundo han comenzado a cundir. En Estados Unidos, Wadea Al Fayoumi, niño de 6 años, muere de 26 puñaladas propinadas por un hombre de 71 años en reacción a la guerra de Israel y Hamas.
En general el prejuicio y la discriminación contra los seguidores del Islam, en ocasiones por el sólo aspecto físico, el atuendo o el acento al hablar, se extiende, y siembra una atmósfera de rechazo sin matiz.
Los episodios antisemitas, por su parte, se han incrementado en Francia, Alemania, Austria, Suecia, España y Reino Unido. En este último país hay un alza de incidentes de odio 537% superior respecto del año pasado.
Es así como descubrimos, con gran pesar, que en estos conflictos, como en tantos otros, la ideología, es decir, la simplificación manipuladora, irracional y tendenciosa, termina conquistando a tirios y a troyanos. En efecto, en algunos ambientes basta con que una persona realice un juicio crítico contra las posturas de extrema derecha del presidente israelí para que de inmediato sea calificado de “antisemita”. Y de manera simétrica, basta con que una persona muestre simpatía hacia el pueblo judío, para ser calificado de “islamófobo”. Quienes viven en la prisión de la ideología no logran advertir que la realidad no está definida por parámetros izquierda-derecha, conservador-progresista, pro-palestina o pro-israelí, sino que siempre la complejidad del mundo desborda estos fáciles maniqueísmos.
Me niego a sobresimplificar el complejo mundo islámico y pensar que no existen grupos y tendencias, matices y acentos. Más aún, cuando Palestina no es un bloque meramente islámico, ya que ahí viven cristianos que sufren por igual las consecuencias de la guerra. Así mismo, me niego a juzgar en bloque a los judíos, mis hermanos. Y no sólo por que unos son sionistas y otros no, sino porque el traído y llevado “sionismo”, también es un universo complejo que resiste ser explicado con dos o tres trazos. Una vez más, en medio de esta desolación, la voz del Papa Francisco destaca: “Ninguna guerra vale la pérdida de un ser humano”. Ninguna.
Rodrigo Guerra López - Secretario del Pontificio Consejo para América Latina
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