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miércoles, 9 de agosto de 2023

LA REFORMA DEL CLERO ES EL MÁXIMO DESAFÍO DEL SÍNODO


col costa

 

Se ha hablado de una recepción latinoamericana creativa y selectiva del Vaticano II. En materia de formación del clero debe precisarse que esta recepción ha sido incompleta e involutiva en puntos cruciales. Por cierto, el mismo Concilio no explicitó suficientemente la reforma que impulsó, pues no hizo la armonización teológica de documentos como Lumen gentium, Presbyterorum ordinis y Optatam totius. Cada uno de estos hizo un aporte, pero también arrastró consigo criterios de la formación tridentina y la teología escolástica, hoy completamente inútil.

En los documentos latinoamericanos que pretenden hacer suyos los textos conciliares (Medellín, Puebla y Aparecida, y las ratio nationalis para la formación de los presbíteros), es posible identificar una de las causas del clericalismo del que se quejan los laicos/as del continente.

En la Síntesis narrativa latinoamericana para la Asamblea eclesial, la gente se lamenta: “El clericalismo comienza a formarse desde el ingreso al Seminario de los candidatos al Sacramento del Orden” (117). Es más, la Iglesia latinoamericana y caribeña está muy lejos de entregar al Pueblo de Dios en su conjunto, laicado y ministros, la responsabilidad de la formación de sus presbíteros; al igual que, por razones análogas, todavía es difícil pensar en una rendición de cuentas de los obispos y presbíteros al laicado (accountability); y, para qué decir, en una elección y eventual remoción de parte de la integridad del Pueblo de Dios.

Un asunto central, aunque no suficientemente explicitado por el Concilio, es la importancia que ha de tener la construcción dialéctica de la identidad de los presbíteros (Lumen gentium 10). El Concilio parte de la base de que todos los/as bautizados/as constituyen un pueblo sacerdotal, y que los ministros están al servicio de la actualización de su sacerdocio.

Para que los presbíteros efectivamente cumplan esta misión, es necesario como los seminaristas lleguen a ser idóneos a través de un crecimiento humano conjunto con las personas, hombres y mujeres; adquieran una capacitación intelectual que los prepare para entender la vida de la gente y los desafíos del mundo actual; y se atrevan a ensayar nuevas modalidades pastorales basadas sobre todo en testimonios compartidos, entre los cuales el suyo propio nunca debe faltar.

Si no lo hacen será, como muchas veces sucede, la formación tridentina de funcionarios eclesiásticos no servirá para nada. Será un estorbo. Los presbíteros no pueden seguir siendo formados entre cuatro paredes por una casta que se elige a sí misma, y determina por sí y ante sí quiénes son idóneos. La formación de mujeres sacerdotes, si se realiza en clave tridentina, sería igualmente problemática. La Iglesia necesita ministros que, en virtud del Espíritu, sean capaces de actuar in persona Christi no menos que in nomine Ecclesiae.

Los presbíteros separados del Pueblo de Dios como personas sagradas capacitadas principalmente para realizar sacrificios eucarísticos, se alejan de los cristianos/as exactamente en la dirección contraria a la que el Vaticano II quiso dar a la Iglesia para cumplir su misión de atender los signos de los tiempos y anunciar el Evangelio.

El Instrumentum laboris preparatorio al Sínodo en curso (2023-2024) es pobre en esta materia. Pero es el Sínodo mismo que tiene la última palabra.

 

Jorge Costadoat

Religión Digital

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