fe adulta
«Los pastores fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre».
Para los ricos, los poderosos, los sagrados, los sabios y los santos, aquella noche fue una noche más; no se enteraron de nada de lo que había ocurrido en Belén. Solo los pastores analfabetos y marginados recibieron la buena noticia. «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
No es casual la permanente alusión a los humildes como destinatarios de la Palabra, lo que nos lleva a recordar aquella invocación de Jesús que nunca jamás tomamos en serio porque es una malísima noticia para nosotros: «Te doy gracias Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a la gente sencilla» …
Y es que nosotros somos muy sabios. Sabemos mucho más del evangelio que lo que nadie ha sabido en ninguna otra época de la historia. Somos capaces de conocer de manera fidedigna la fe de las primeras comunidades y, a través de los Testigos, el mensaje genuino de Jesús. Pero eso no es todo, sino que además sabemos filosofía clásica y filosofía oriental, y nos encanta elaborar teorías metafísicas respecto a la esencia de Dios y del ser humano y darles el rango de verdades incuestionables.
Somos tan sabios, que corremos el riesgo de creernos más listos que los cristianos de las primeras comunidades en cuyo seno surgieron los evangelios, y elaborar una fe a nuestra medida; mucho más erudita, mucho más propia de gente iniciada, y mucho menos interpelante; una fe a la medida de los sabios y prudentes e inasequible a la gente sencilla. Corremos el riesgo de supeditar la Palabra a la gnosis; de aceptarla solo en la medida en que nos parezca razonable y acorde a los principios metafísicos que mejor cuadren a nuestra condición ilustrada.
Corremos el riesgo de olvidar que el cristiano no es el que escucha la Palabra, sino el que la escucha y responde a ella; que lo que puede dar sentido a nuestra vida no es el mero conocimiento, sino la respuesta; y que, sin respuesta, acabaremos siendo muy sabios, pero nos estaremos perdiendo la buena Noticia… Que, para un cristiano, responder es aceptar la misión de crear humanidad; es decir, la misión de colaborar en el proyecto de Dios: «Id por el mundo y proclamad el evangelio a todas las gentes».
Corremos el riesgo de no sentirnos concernidos; de sustituir la compasión por la elucubración estéril y el servicio por la crítica (a los demás, claro). Corremos el riesgo de no acercarnos al evangelio desde la fe, sino desde la razón y la prepotencia; en definitiva, de quedarnos mirando al dedo que nos señala la luna, y perdernos el espectáculo fascinante de la luna brillando en la noche rodeada de un cortejo de miles de estrellas.
«Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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