Leonardo Boff
Se reducimos los 13,7 mil millones de años de existencia del universo a un solo año, el ser humano actual, sapiens sapiens, habría surgido en el proceso de la evolución el día 31 de diciembre, a las 23 horas, 58 minutos y 10 segundos, según los cálculos de varios cosmólogos. Por tanto, aparecimos a menos de dos minutos del final del año cósmico.
¿Cuál es el sentido de haber llegado tan tarde en el proceso cosmogénico? ¿Para coronar tal proceso o para destruirlo? Esta es una cuestión abierta. Lo que podemos constatar es nuestra creciente destructividad del medio en el cual vivimos, de la naturaleza y de nuestra Casa Común. Veamos algunas etapas de nuestra agresividad. Ella nos deja interrogantes inquietantes.
1. La interacción con la naturaleza
En el principio nuestros ancestros que se pierden en la penumbra de los tiempos inmemoriales tenían una relación armoniosa con la naturaleza. Mantenían una interacción no destructiva: tomaban lo que la naturaleza les ofrecía en abundancia. Este tiempo duró varios milenios, comenzando por África, donde surgió el ser humano hace 8-9 millones de años. Así todos somos, de alguna manera, africanos. Allí se formaron nuestras estructuras corporales, psíquicas, intelectuales y espirituales que están presentes en el inconsciente de todos los humanos hasta hoy.
2. La intervención en la naturaleza
Hace más de dos millones de años irrumpió en el proceso de la antropogénesis (la génesis del ser humano en la evolución) el hombre hábil (homo habilis). Aquí se produjo un primer punto de inflexión. Fue el comienzo de lo que ha culminado de forma extrema en la actualidad. El hombre hábil inventó instrumentos para intervenir en la naturaleza: un palo puntiagudo, una piedra afilada y otros recursos similares. No bastaba lo que la naturaleza le ofrecía espontáneamente. Con esa intervención, podía herir y matar a un animal con la punta afilada de un palo o podía cortar plantas con instrumentos de piedra afilados.
Esa intervención duró milenios. Pero con la introducción de la agricultura y el regadío se desarrolló mucho más intensamente. Esto ocurrió hace unos 10-12.000 años (diferente en las distintas regiones), en el llamado neolítico. Se desviaba el agua de los ríos Tigris y Éufrates en Oriente Medio, el Nilo en Egipto, el Indo y el Ganges en la India y el Amarillo en China. Mejoraron los cultivos, criaron animales y aves de corral para ser sacrificados, especialmente pollos, cerdos, bueyes y ovejas. La población humana creció rápidamente. Es la época en que los humanos dejaron de ser nómadas y se convirtieron en sedentarios. Crearon pueblos y ciudades, generalmente a lo largo de los ríos mencionados o alrededor del inmenso lago interior, el Amazonas, que hace miles de años desembocaba en el Pacífico.
3. La agresión a la naturaleza
De la intervención pasamos a la agresión contra la naturaleza. Se producía cuando se utilizaban herramientas de metal, lanzas, hachas y armas para matar animales y personas. La agresión se fue especializando hasta culminar en la era industrial de la Europa del siglo XVIII, que comenzó en Inglaterra. Se inventó una enorme maquinaria que permitió extraer enormes riquezas de la naturaleza. Un paso decisivo en la agresión se dio en los tiempos modernos, cuando surgió la tecnociencia con una inmensa capacidad de explotar la naturaleza a todos los niveles y en todos los frentes.
Se partía de la premisa de que el ser humano se sentía “dueño y señor” de la naturaleza y no parte de ella. La idea-fuerza que lo orientaba era la voluntad de poder, entendido como la capacidad de dominar todo: otras personas, clases sociales, pueblos, continentes, la naturaleza, la materia, la vida y la Tierra misma como un todo.
El inglés Francis Bacon expresó este propósito diciendo: “Se debe torturar a la naturaleza como el torturador tortura a su víctima hasta que ella le entregue todos sus secretos”. Aquí la agresión adquirió estatuto oficial. Fue y sigue siendo aplicada hasta el día de hoy.
Se basaba en la suposición (falsa) de que los bienes naturales eran ilimitados. Eso permitía forjar un proyecto de desarrollo también ilimitado. Hoy sabemos que la Tierra es limitada y finita, y no soporta un proyecto de crecimiento ilimitado. Pero aquella creencia todavía es la dominante.
4. La destrucción de la naturaleza
En las últimas décadas, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la agresión sistemática ha adquirido dimensiones de auténtica destrucción de los ecosistemas y de la biodiversidad. La propia Tierra comenzó a ser atacada en todos los frentes. Para satisfacer el consumo humano actual necesitamos una Tierra y media, lo que provoca la Sobrecarga de la Tierra (Earth Overshoot), que este año se produjo el 22 de julio. Es decir, en la despensa de la Tierra ya no hay todos los elementos que sustentan la vida en la Tierra. Manteniendo el nivel de consumismo sacamos de la Tierra lo que ya no tiene. Su respuesta es más calor, más huracanes, más efectos extremos, más conflictos sociales.
Según notables científicos, hemos inaugurado una nueva era geológica, el antropoceno, en la que el ser humano emerge como la mayor amenaza para la naturaleza y para la vida. Se ha llegado a un punto en el que nuestro proceso industrial y nuestro estilo de vida consumista diezman más de cien mil organismos vivos y un millón están en grave peligro de desaparecer. A partir de esta real tragedia biológica, hablamos del necroceno, es decir, la era de la muerte masiva (necro) de vidas de la naturaleza y también de vidas humanas. Ecosistemas enteros se están viendo afectados, incluido el amazónico. Por último, algunos se refieren ya al piroceno (pyros en griego significa fuego). El cambio del régimen climático y el calentamiento incontenible resecan los suelos y calientan también las piedras hasta tal punto que los palitos y las hojas secas prenden fuego que se propaga, generando grandes incendios, vividos ya en toda Europa, en Australia, en la Amazonia y en otros lugares.
¿Quién detendrá el ímpetu y el furor destructivo del ser humano que ya ha construido los medios para su propia autodestrucción con armas químicas, biológicas y nucleares? ¿Sólo tal vez la intervención divina? Dios, según las Escrituras, es el Señor de la vida y el “apasionado amante de la vida”. ¿Intervendrá?
Las preguntas están abiertas.
*Leonardo Boff ha escrito El hombre, ¿satán o ángel bueno? Record, Río de Janeiro 2008.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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