fe adulta
También meteremos monedas en el bolsillo de su postrero barquero, también desearemos el mejor de los tránsitos a Isabel II. Supremo respeto a tan popular figura. Toda persona es sagrada, digna de honra, máxime si concita tanto encomio y admiración, si a lo largo de toda la geografía mundial se redactan apresurados infinidad de elogios, se la extraña ya tanto. Supremo respeto desde el momento en que crecen imparables las montañas de flores en su memoria y los peluches escalan a la carrera las rejas de su Palacio. Suprema honra por más que tantas cuestiones, en particular tanta opulencia, no terminemos de comprender. Trajo larga estabilidad y prosperidad a su nación, por más que su balanza, al igual que la nuestra y de todo congénere, tiene su ineludible contrapeso.
Feliz estancia al otro lado de la orilla a la reina de Inglaterra. Grato tránsito a la monarca recién fallecida, buen viaje a todo hijo o hija de Dios que, tras intenso pulso evolutivo, abandona su vestidura terrestre para retornar al hogar verdadero. Al otro lado del velo, por supuesto también para ella tiernos brazos, seres celestiales y trompetas de otros vientos, lujo y brillos que no caducan, palacios de genuino cristal.
Honrar, siempre honrar, por más que no comprendiéramos el Brexit, ni lo de las Malvinas, ni el bombardeo del Belgrano, ni el vasto imperio, ni la riqueza desmesurada… Honrar siempre honrar por más que huelgue ya el cuello de armiño y el cetro del medioevo, por más que creamos que hemos de progresar hacia estructuras e instituciones más horizontales, democráticas y compartidas; honrar siempre honrar porque nosotros también erramos e igualmente querremos ser recibidos con los brazos abiertos al culminar nuestra, tantas veces fallida, experiencia en la carne.
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