Redes Cristianas
El nivel democrático de un país se mide por distintos baremos. Uno es, hasta qué punto se siente la población relativamente insatisfecha. Otro se mide por el grado de confianza de la ciudadanía en el poder y en cada una de las instituciones,…
Habida cuenta la historia de la democracia en España, una consulta de esta clase a la población daría unos resultados desastrosos. Por eso no se hacen esa clase de estudios sociológicos, y si se hacen no se publican. En los tiempos del primer presidente del nuevo régimen, un tal Adolfo Suárez, él mismo dijo que no se haría un referéndum Monarquía/República, porque ganaría la República…
En cualquier caso creo que en España y en general en todos los países, la desconfianza de los pueblos hacia el poder, hacia toda clase de poderes, es creciente. Motivos no faltan. Cuando hablamos coloquialmente de poder, pensamos sólo en el poder del Estado, en el poder político, en el poder gubernamental. Pero el poder no es sólo de los gobiernos, de los parlamentos, de los tribunales. Estos son los oficiales, los institucionales. Pero hay otros subyacentes que están repartidos entre los distintos estamentos de la sociedad. El estamento es un estrato social definido por unas determinadas características socioeconómicas, culturales o profesionales. Pues bien, los estamentos militar, policial, religioso, médico, empresarial, periodístico son también poder.
A diferencia de los institucionales, el poder de estos es evanescente, casi abstracto y en apariencia circunscritos al régimen interno de quienes forman parte de esa actividad: médicos, periodistas, abogados, sacerdotes… pero no por eso deja de ser efectivo fuera del ámbito de su competencia. Al contrario, son determinantes. Es más, no creo equivocarme si digo que el gubernamental es el poder menos potente, el más vulnerable. Primero porque sus protagonistas, los gobernantes, cambian cada equis años. Y en segundo lugar, porque está controlado por los otros dos poderes de la teoría del Estado y mediatizado por los demás…
La responsabilidad que va aparejada a la influencia es sutil, pues no implica compromiso ni rendición de cuentas. Por eso es mucho más dañina la influencia de esos poderes, y entre ellos especialmente el periodismo y los periodistas en la población y en la política, que el daño que eventualmente pudieran ocasionar los errores ocasionales del poder ejecutivo. Es incomparable esa responsabilidad del periodismo y de los medios de comunicación que maneja y los efectos sociológicos producidos en la ciudadanía, con los efectos que producen las leyes del legislativo y los decretos del gobierno.
Es preciso tener en cuenta que la ciudadanía parte de una idealización, cuál es que el poder político siempre lo hace mal y los demás poderes cumplen un cometido noble de servicio; que el militar, el policía, el sacerdote, el médico y el empresario de categoría y el periodista lo hacen bien, pues tienen la misión de asistir a la población y facilitarle la vida. Y admitamos que así es individualmente considerados sus componentes.
Pero el poder en abstracto que configura cada estamento actúa generalmente con otros propósitos en paralelo y a menudo en sentido contrario de dicha convención… En efecto, los poderes de los estamentos interfieren y condicionan de uno u otro modo al poder de los gobiernos.
Hay varios acontecimientos muy dramáticos en estos últimos cuarenta años, que explican el muy acusado grado de desconfianza de la ciudadanía en sus gobernantes, en el poder político, en el médico, en el farmacéutico, en el religioso y en el periodismo…
En el plano doméstico, nacional español, los engaños empiezan con promesas del primer gobierno socialista de la transición, sobre prontas reformas profundas en la sociedad y el país: república, denuncia del Concordato, revisión de las Bases americanas… Nada de lo que nunca se volvió a hablar hasta 2019, año en el que, cuarenta años después de que el líder y presidente del partido socialista de los años 80 promete el oro y el moro se lee de su homólogo actual en las primera páginas de los periódicos: “El rey Felipe VI representa los valores de la República”. Etcétera, etcétera. Esto, en el plano nacional…
Pues bien, a aquellos primeros compases de la transición siguió durante al menos dos o tres décadas el expolio metódico de las arcas públicas a cargo del partido que representaba los valores conservadores del franquismo. A lo que siguieron las policías políticas controladas desde el gobierno de la misma facción, para desacreditar, desprestigiar y neutralizar a los partidos adversarios. En el plano internacional, después de la Segunda Guerra Mundial, el primer aldabonazo fue el que nos transmitió inmediatamente la sospecha fundada por la descripción de los hechos y sus contradicciones, el precocinado y las mentiras, en torno al revuelo levantado en el planeta a raíz del abatimiento de las Torres Gemelas en 2001 en NY.
Con él se declara virtualmente un estado de emergencia y de excepción en todo el mundo, con la excusa de ser los islamistas los autores. En aquellos momentos, también para muchos, las sospechas de maniobra deliberada y de montaje recayeron enseguida en la propia administración Bush. Pasados los años numerosas pruebas indiciarias lo corroboran. Las mentiras para justificar el ataque, la invasión y la ocupación de dos países asiáticos fueron tan pueriles como escandalosas. Afganistán es invadido por los estadounidense. La razón oficial peliculera típica del yanqui, es entrar en Afganistán para detener a un tal Ben Laden al que se le acusa de inductor de la acción terrorista del WTC y se le asocia con la “encarnación del Mal”.
Poco después llega la famosa excusa de armas de destrucción masiva inexistentes en Irak, en poder de su gobernante Sadam Hussein. Con el visto bueno indecente de la ONU, así se justifica la invasión y ocupación de esa nación, causando la muerte bárbara, sin juicio, de su gobernante Sadam Hussein. En 2011 Libia es arrasada y matado su dirigente. La causa, además de hacerse con el control del petróleo los yanquis y sus aliados europeos, es con toda probabilidad, eso se publicó, deshacerse el presidente francés Sarkozy de su acreedor Gadafi que le había hecho un préstamo cuantioso años atrás para la financiación de su partido. La muerte se la causan dos sicarios del CNT probablemente a sueldo, que le descerrajaron dos disparos a quemarropa…
Luego, para rematar la desconfianza general de la ciudadanía llega el burdo y retorcido caso de una fantasmal pandemia cuya verosimilitud empieza a cuestionarse con su incierto origen. Una pandemia real o supuesta, grave o sobredimensionada que ha devorado, más que sanitaria anímicamente, a todas las sociedades occidentales. Los estragos producidos en la pública salud después de tres años de la declaración, aparte los económicos, sobrepasan las estadísticas de fallecidos por todas las enfermedades relacionadas con virus de las gripes y de las del aparato respiratorio, en el mismo periodo de tiempo que precede a ese maldito avatar. Aquí, el poder médico internacional fue decisivo.
Nunca se hubiese atrevido un gobierno sin el consejo, asesoramiento o mandato de ese poder, tomar tan aparatosas medidas como las que se adoptaron en todos los países… Que el poder médico en este caso se sitúe o no en los aledaños o en el vórtice de la OMS, al rebufo el estamento médico español y el de los demás países es casi irrelevante a estos efectos. Pues es ahora, tres años después cuando se empieza a oír y a leer voces discordantes de profesionales médicos. Lo que significa que la comunidad científica, tal como se hablaba de ella, fue un feo ardid. Pues amparándose en una comunidad científica que era imposible que existiese como tal puesto que sólo tras mucho tiempo medido en años se pone de acuerdo en sus investigaciones y studio de una materia, políticos y medios no hacían más que invocarla.
Lo que en lugar de reforzar la confianza ciudadana produjo en adelante el efecto contrario: la desconfianza de buena parte de la población. Las sociedades se dividieron en dos. Por un lado quienes aceptaban las disposiciones convertidas en verdades científicas, las normas y la imposición mental de los pronunciamientos médicos y políticos, y por otro lado quienes se resistieron a ellas y sobre todo a creer lo que estaba pasando y en los términos que se propalaba en todas las naciones…
Y ¿qué decir del periodismo nacional y mundial? ¿Qué decir de las cinco o seis Agencias de prensa? Qué decir de unos y otras y de su responsabilidad moral en los acontecimientos de España, de Estados Unidos, de Europa y del mundo?
Estos y otros tantos engaños que ocuparían una biblioteca, todos son consustanciales al poder político y al poder del dinero, pero también a los poderes oficiosos que unas veces de una manera y otras de otra maniobran conspirando alejados de sus respectivos códigos deontológicos profesionales.
Y es que la historia está plagada de engaños. La historia no es más que la historia de la trapisonda y de la conspiración. Pues en tanto no hay conspiración no hay historia. Y el primero en sufrir la conspiración es el pueblo. La historia del Bien se diluye en la otra porque es irrelevante. No es la población la que hace la historia. La población la padece… Cada vez salen a relucir en España más patrañas, más conspiraciones por parte del poder mediático, más maniobras para influir en las conciencias y en el devenir político. Sólo se puede creer ya en individuos aislados, en médicos aislados, en periodistas aislados, pero en absoluto corporativamente en los colegios profesionales, pues los colegios profesionales y las asociaciones profesionales son una guarida de tramposos que dan amparo y cobijan a los tramposos de profesión…
La ignorancia total de las poblaciones hasta la irrupción de la Internet era total. Los gobiernos hacían y deshacían a su antojo. Y los poderes de los demás estamentos lo mismo. Pero actualmente eso se acabó. Ahora, con teorías conspirativas por medio o no, los poderes de todas clases gobiernan, influyen o determinan todo con las mismas teorías tan conspirativas de siempre. Pero el pueblo, si antes no lo sabía ahora lo sabe. Ahora a través de Internet circulan también las del pueblo, basadas en su completa desconfianza.
Por lo que el nivel de credibilidad de las unas y las otras están como mucho al mismo nivel. Por eso ahora hay una competencia declarada. Pero es una competencia en la que el poder, a pesar de sus cómplices, los medios, las policías, los colegios profesionales, sale perdiendo. Cuesta mucho y mucho tiempo ganarse la pública dignidad y la pública honestidad, el buen nombre… Pero se pierden en un solo día. La confianza en los gobiernos está por los suelos.
¿Quién podrá fiarse en adelante de lo que, en asuntos graves, le diga un gobernante, un médico, un cura, un periodista? Porque no más confianza han ganado si no todo lo contrario, el estamento comercial, la medicina y los médicos, la abogacía y los abogados, los periodistas, el periodismo y los medios, la justicia y los jueces… Lo peor de todo es que, cuando vuelvan a llegar momentos más críticos aún que los ya vividos, porque llegarán, la reacción de los pueblos de las naciones, y por supuesto de España, desconfiando ya gravemente en los poderes, no volverá a ser de sumisión y obediencia. El poder volverá a recurrir a la manu militari como hizo durante la pandemia, con más dureza todavía. Y me temo que la población, harta de desconfiar en el poder, en lugar de seguir sus directrices en situaciones extremas, empezará a reaccionar conforme a su instinto personal y al ¡sálvese quien pueda!
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