Litúrgicamente hablando, hoy es la fiesta de «Santa María Madre de Dios»; es también la «octava de Navidad», y por tanto el recuerdo de «la circuncisión de Jesús», celebración judía que se celebraba al octavo día del nacimiento de los niños, y en la que se les imponía el nombre. Para nosotros, hombres y mujeres de hoy, esos tres componentes de la festividad litúrgica de hoy nos aparecen como muy lejanos, extraños, tal vez irrelevantes para nuestra vida... tanto por el lenguaje que en que son expresados, como por el «imaginario religioso» al que pertenecen...IR A LA PÁGINA
miércoles, 28 de diciembre de 2022
El Papa clama por Ucrania en Navidad y exige «poner inmediatamente fin a esta guerra insensata»
Teólogo compara a Jesús con líderes sociales asesinados
Amerindia
Yamit Amad
¿Quién fue históricamente Jesús de Nazaret, cuyo nacimiento se celebra mañana, 25 de diciembre? ¿Desde cuándo el mundo cristiano celebra Navidad? ¿Y quién fue María, la madre de Jesús? ¿Qué ocurrió con José, su padre, quien estuvo ausente cuando su hijo murió? ¿Jesús era un revolucionario? ¿Podría existir alguna similitud entre los defensores de derechos humanos que diariamente son aniquilados en el país y el asesinato de Jesús en crucifixión? Ver noticia
Máxima autoridad católica de Jerusalén: Monseñor Pizzaballa, desde la Gruta de Belén, clama por el ‘legítimo deseo de dignidad y libertad’ del pueblo palestino
palestina libre
El mundo en el que nació Jesús “estaba desgarrado, dividido y era tan violento como el de hoy”. «Hemos asistido a tanta violencia en las calles y plazas palestinas, con un número de muertos que nos hace retroceder décadas» Ver noticia original en …
ESCUCHA KOLDO, TE ESCRIBE JOSÉ IGNACIO
en su blog
Descansaste el pasado domingo (18.12), mientras estabas celebrando tu última misa en la Merced de Valladolid. No pudiste seguir, te llevaron, y así acabaste tu misa en el cielo, mientras José Ignacio te sustituía en la iglesia. Escribí una nota de triste y gozosa despedida en RE y en FB.
Al poco me llamó Manolo, tu vicario en la Merced de Brasil, llorando. Poco más tarde Joséagustín, Vicario de la diócesis de Bilbao, párroco de tu parroquia, Mendexa, emocionado. Ha llamado también Estrella, amiga común de la Merced,en Valladolid y Barcelona, que visitaba a tus refugiados, emocionada, poniéndome un mensaje de voz de la formadora , llorando y recordando el momento en que te sacaron en hombros, a tí, su amigo, superior y abuelo, sintiéndose nuevamente huérfanos…
Me ha llamado también Justo, tu Provincial de Castilla: ¿por qué no me mandas una nota para el Boletín? Esta puede valer. Otros muchos me han llamado, preguntando por ti, diciéndome que te han querido, que han recibido tu amor y te siguen amando. Pero, en este momento, en RD y FB,sólo voy a recordar a José Ignacio, tu Txino, Provincial anterior, amigo y compañero común, de gozos y trabajos. Tú ya conoces su carta, pero quiero ponerla aquí, en mi blog y en mi FB, para que la vean nuestros amigos, y se alegren contigo, mientras dejan que resbale una lágrima de sus ojos.
¡Qué bien escribe nuestro Txino, qué bien te recuerda! Seguro que aprendes cosas mientras lees su carta. En tu nombre quiero darle gracias. Y los dos y otros muchos te damos gracias a ti, diciéndote "aupa, agur, lazter arte. Oroiz gutaz, Koldo Laguna.
¡AUPA KOLDO! (José Ignacio Postigo Cacho)
Religión Digital
El mismo domingo que él era capaz de beber el cáliz del Señor yo apuraba el suyo. Su último cáliz. Él me lo tenía preparado y Dios se lo tenía a él. Nadie se hubiera imaginado, cuando se retiró mareado tras las peticiones en su misa de nueve, que le esperaba la repentina muerte a las cuatro de la tarde con la tranquilidad de quien ve una final del mundial en la que no jugaba su Athletic.
Últimamente había cantado mucho su himno para intentar que el P. Elie -que acompañó su último aliento- y yo aprendiéramos al menos alguna frase: Athletic gorri ta zuria… La muerte llamó a su puerta y se lo llevó en un último suspiro indoloro y rápido. No sufrió -y siempre recurrimos a eso cuando buscamos algún consuelo- y dejó en nosotros muchas huellas, entre ellas la de un hombre que no hacía de sus sufrimientos corporales una excusa para buscar la compasión. Veía poco y mal, pero sonreía a lo lejos. Tenía dos rodillas nuevas que le daban una guerra casi diaria, pero mantenía el equilibrio como podía haciendo ejercicios detrás del altar mientras celebraba la eucaristía.
Se le iba yendo la voz por la fatiga, pero cantaba a pleno pulmón y a capela con el pueblo, como a él le gustaba: Si el Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? ¿quién me hará temblar? El Señor es la defensa de mi vida… Le habían operado un par de veces de un tumor en el cerebro, pero nunca lo utilizó como atenuante de sus despistes, cada vez más frecuentes.
También estaba operado de estómago a vida o muerte, y metieron mano más de una vez en su corazón, en todos los sentidos, físico, quirúrgico, metafórico, simbólico, todos. Le falló por trabajar tanto con él y tras tantas cicatrices es normal que terminara estallándole. Porque le dolía mucho todo lo que de herida tiene lo humano: la pobreza, la violencia, el abuso de poder, el orgullo y la presunción. Era un hombre bueno, machadianamente bueno, entrañablemente bueno. Cabezota como ninguno. Vete tú a convencerle de que vaya al médico. Convéncele de que tiene que pasear por el Canal si te atreves.
Le gustaba lo sencillo y huía de lo altisonante y la parafernalia; rumiaba el lenguaje litúrgico de las celebraciones y se lo devolvía al pueblo regurgitando frases bellas y reales que entendía todo el mundo, y no se cansaba de hacerlo, domingo tras domingo. La dichosa pantalla que –tecnológicamente- le traía por la calle de la amargura se convirtió en gran aliada de su discurso. No hace mucho celebrábamos sus bodas de oro y el cariño de esta parroquia vallisoletana, tras veintidós años de servicio, se hizo más evidente que nunca; y pasaron ante el altar decenas de imágenes que tenían que ver, todas, con su vocación incansable de servicio: Brasil, Bilbao, Valladolid.
Para los niños, caramelos y abrazos. Para los mayores, una palabra de ánimo y saludo, sentado a la puerta de la iglesia mientras tomaba el sol de la tarde primaveral o veraniega. Para nuestros chicos migrantes, el abuelo juguetón y bromista, cariñoso y cercano, sincero también y transformado en padrazo corrector cuando hacía falta. Antes de las comidas no era raro verle hacer cosquillas a Suley o echar la zancadilla al primero que pasaba por allí.
Nuestros chicos han llorado su muerte tanto como nosotros, y portando a hombros su féretro le han hecho el mejor homenaje que se puede hacer a un hombre.
Postulantado de Sarria: Ensiende lus que no encuentro la pijama. Estos son sus inicios en castellano, que comentaba con cualquiera que le hablaba de lo difícil que es el euskera, jocosamente; ese castellano que al final bordó y que utilizaba gramaticalmente tan bien como su lengua natal. No en vano era un fidelísimo seguidor de Pasapalabra. Bueno, y estaba en Pucela, que no se diga…
Hombre de caserío y de mundo, no se le puede entender sin esa mezcla preciosa de sidra natural de Mendexa y buen clarete de Cigales, selvas amazónicas brasileñas y playa de Carraspio, boquerones del Txoco lekeitiarra y chuletillas de Fuensaldaña. Se hacía a todo y a todo bien, o sea que podemos imaginarlo curtido en mil batallas parroquianas, misioneras, noviciales y formadoras, y acertamos. En todo buen maestro, de los de pueblo, ya sea montañés o estepario. Siento mucho que le haya faltado cumplir uno de sus grandes sueños: conocer Roma. Hicimos lo posible pero al final se le ha llevado la vida sin pasear por el Foro.
Fue duro para él este último verano de 2022, y estoy convencido de que, a medida que el edificio de Lekeitio se iba derrumbando, su corazón iba demoliéndose un poco también. Tengo la intuición de que en el fondo ni Dios ni él querían permitirse ver aquello convertido en un solar, el último rincón oficial mercedario euskaldún que nos quedaba. Sigue habiendo mucha presencia escondida y casi anónima. Morirse le ha evitado el disgusto, pero le preferíamos vivo con lágrimas y todo.
Tengo su última txapela, con permiso de su familia. Nos enzarzábamos siempre por dos motivos: la política y el fútbol. Me encantaba picarle invitándole a seguir mi postura abstencionista en todas las elecciones y él entraba al trapo como un miura, así, de frente. Luego me echaba en cara que mi pasión deportiva se inclinara a lo guipuchi, dado mi pasado txuriurdin que nunca me perdonó. Pero entre bromas y veras ahí andábamos queriéndonos, viviendo y conviviendo los tres con nuestros parroquianos, educadores, africanos, venezolanos y las gentes de todo pelaje y condición que por aquí se acercan.
Con lo poco que le gustaba celebrar a él la memoria de los santos ni mucho menos estas líneas pueden pretender ser una hagiografía… es el sencillo y sincero homenaje a un hombre, un buen tipo, un buen fraile, un buen agüelo, al que en los funerales le gustaba no hablar del muerto, sino de la resurrección en general. Por eso yo ni te he nombrado hasta ahora, querido hermano y amigo Koldo resucitado. Descansa en la paz que te mereciste y por la que tanto luchaste.
JESÚS HIJO DE MUJER
religión digital
Históricamente el acontecimiento del nacimiento de Jesús ha sido parte de un discurso androcéntrico y patriarcal que se ha posicionado dentro de la teología cristiana y las comunidades eclesiales con patrones verticalistas, de dominación, exclusión y opresión hacia el género femenino; ignorando y vaciando de sentido de manera voluntaria o involuntaria el hecho histórico que Jesús es hijo de una mujer ocasionando graves consecuencias para la vida y praxis cristiana de las mujeres hoy día.
Por tanto, se hace urgente repensar este discurso que tanto daño ha causado a la humanidad. Para lo cual propongo desde la cristología feminista deconstruir el título cristológico de Hijo de hombre, el cual históricamente ha hecho referencia únicamente a que Dios se encarnó en Jesús, obviando el hecho histórico que Jesús nació de una mujer.
Jesús hijo de mujer, un título cristológico liberador
El hablar de Jesús como hijo de mujer, más que pretender ser un título cristológico, significa una Buena Nueva que trae consigo reconocimiento, identificación, filiación, reivindicación y justicia para las mujeres en la instauración de una nueva humanidad, más allá de construcciones binarias de sexo-género, con Jesús como la encarnación del Anthropos, en el sentido propio de la humanidad extendida, en la cual no existe acepción de personas.
Desde la perspectiva de la cristología feminista, el acuñar como título cristológico Hijo de Mujer conlleva:
Reafirmar categóricamente el cuerpo de las mujeres como espacio político y de derechos, pero también como un lugar sagrado donde la divinidad se hace presente y desde la cual se posibilita la encarnación.
Reafirmar el nacimiento de Jesús como humano, nacido de mujer, más allá de algunas corrientes que surgieron en el incipiente cristianismo que demeritaban el aspecto humano del Cristo (docetismo).
El nacimiento de un cuerpo femenino que le pare, la matriz, más que llevar toda la carga sexuada, pecaminosa y erótica, viene a conformarse en misterio y sacramento de la acción salvífica de Dios. Este hecho histórico, mal entendido en el devenir de la producción de dogmas en el cristianismo, dio lugar a la divinización de María, elevándola a los altares; dogma que ya hoy por hoy muchos cuestionan, pues tampoco contribuye a la liberación de las mujeres, sino a generar un modelo que difícilmente podamos las mujeres emular.
El cuerpo de las mujeres como asiento de la gracia de Dios (sean o no madres). La influencia helenista, que permeó al cristianismo, su producción teológica y las prácticas eclesiales favorecen la concepción que lo valioso en el ser humano es el espíritu, lo que nos une a Dios, el asiento de las más prístinas virtudes y mira con desprecio lo corporal, lo humano. Además, el dualismo, de herencia babilónica, concebía que todo fenómeno al que accedemos por los sentidos no es creación divina, sino de un demiurgo (un dios de menor jerarquía) cuya obra no podría compararse con aquella emanada de Zéus. En esa categoría de ideas, resulta que el espíritu es puro, es perfecto; mientras que el cuerpo es asiento de las más bajas pasiones y no permite que el ser humano se realice plenamente. Por tanto, afirmar que Jesús nace humano, no solo valora el cuerpo como asiento de la gracia, sino también el vientre que lo parió. Es así como se comprende en su justa dimensión lo que se dice de María en la salutación angelical, del evangelio de Lucas 1:2 κεχαριτωμένη ὁ κύριος μετὰ σοῦ: ¡Dios te ha bendecido de manera especial! El Señor está contigo.
EN EL CAMINO DE NAVIDAD
fe adulta
Es propio de las fechas navideñas darnos un gusto especial con historias bonitas que nos endulcen este tiempo entrañable y lleno de sentido para algunos, y desazonador y triste para una mayoría creciente de personas. En mi caso, he tenido la oportunidad de conocer el diario Marcas en el camino, escrito por Dag Hammarskjöld en su época de ministro del gobierno sueco y después, cuando le nombran Secretario General de la ONU, en 1953. Y el gusto especial ha llegado al leerlo.
Se trata del único Premio Nobel de la Paz a título póstumo, tras el accidente de aviación ocurrido en circunstancias más que sospechosas cuando volvía de mediar en la guerra intestina que sufría el Congo. Ese fue uno de los conflictos en los que se implicó desde lo que él llamaba la “diplomacia preventiva”. Otra de sus pasiones fue la economía política. Hammarskjöld, junto con su hermano, Bo, entonces en el Ministerio de Bienestar Social, abrió el camino a la creación del actual llamado “Estado de bienestar”.
Tras su muerte prematura se publicó este diario, un texto que ha dado brillo a mis particulares fechas navideñas. Se trata de un conjunto de pensamientos, poemas, aforismos y oraciones que me recuerdan a las meditaciones de Marco Aurelio sin el enfoque estoico, y donde impera una mirada espiritual comprometida y a la vez esperanzada de la realidad.
Hammarskjöld ofrece unas experiencias palpitantes que dan valor a la vida, alentando al cultivo del propio jardín, incluso con exclamaciones como esta: “¡Ay de aquél que no intuye su valor!”. Quiere que nos tomemos en serio nuestra profunda voluntad creadora, incluyendo el servicio que supone mejorar la vida de los demás. Sus páginas son un tratado de sabiduría desde su experiencia “a pie de obra” que demanda la implicación del lector. Resultan recurrentes las veces que apela a la fuerza de la voluntad creadora, del conocimiento de la realidad y de nosotros mismos como una potencia esencial para crecer nosotros y hacer crecer en humanidad a nuestro alrededor. A lo que tendrías que atreverte, nos dice, es a ser tú mismo, sin medir la altura de la montaña antes de alcanzar la cima; entonces verás lo baja que era.
Es de la opinión que en cada momento te eliges a ti mismo, aunque no todas las elecciones íntimas logran la congruencia entre uno mismo y lo elegido. La vida abarca mucho más allá de los límites de nuestras expectativas, y por eso mismo la vida, a veces, parece más difícil que la muerte. Sus páginas son de una madurez llena de oscuridades radiantes alejadas de quien reparte recetas; son las experiencias de alguien que madura todo y saca fruto de todo. A quien le parece raquítica la vida -reflexiona-, ¿no será más bien que sus manos son demasiado pequeñas, que están empañadas sus pupilas, que es él quien tiene que crecer? El viaje más largo, sin duda, es hacia el interior, uno de los lugares más fructíferos, donde hay que valorar la importancia de ser acogedor para salvar la ternura. Y más allá de eso, el amor, perdonando y sabiendo que podemos creer en el perdón con solo que nosotros mismos perdonemos. Así es posible descubrir que la humildad es lo contrario de la humillación.
Todo esto escrito entre viajes y conflictos internacionales, entre reuniones de gobierno y actuaciones como alto cargo de Naciones Unidas. Alta política que hoy no goza de buena prensa. La política es nuestra forma de vivir en sociedad, sobre todo tal como la entendió este diplomático sueco: la dignidad de la persona en lugar de su instrumentalización, el bien común de todos, más allá de un genérico interés general. Frente a la desafección creciente de la política que prioriza en sus representantes el interés personal, la búsqueda de seguridades futuras y el poder, Hammarskjöld refleja en su diario todo lo contrario: el compromiso político y su abnegada entrega por la paz y el bien común evidenciando la fuerza convincente de sus ideales.
Con todo, sus reflexiones no provienen de un mar en calma ni una iluminación pacífica, sino de una exigencia personal transformada en soledad que le inquietaba hasta el punto de considerar la idea del suicidio. Sin embargo, lo que destila su diario es que las tormentas no fueron más fuertes que su afán constructivo de vivir para sí mismo y para los demás, en medio de sentimientos de soledad, que unas veces roza la desesperación y otras se muestra cargado de una profunda espiritualidad gracias a la búsqueda incansable que nace de ser mejor posibilidad de uno mismo allá donde esté.
El propio Hammarskjöld llamó a esta biografía interior "una especie de Libro Blanco sobre mis negociaciones conmigo mismo y con Dios". Curiosamente, no hace en ellas referencia a ningún suceso ni persona concreta; son las marcas en el camino lo que importan, de ahí el nombre de su día. Aprendamos de este gran personaje.
UN DIÁLOGO SINGULAR ENTRE UN ATEO Y EL PAPA EMÉRITO
religión digital
El encuentro y la correspondencia recientemente publicados con el título In cammino alla ricerca della veritá (Rizzoli 2022) resultan llamativos por tratarse de personalidades y condición tan distintas como la de un matemático celoso de atenerse solo a las afirmaciones de la ciencia y un teólogo de larga trayectoria, ahora mismo un Papa en su retiro. El intercambio ha sido publicado con ese título que resume bien el propósito y precedido por un prólogo de indudable interés.
Desde años conciliares, diálogo viene siendo una palabra cargada de promesas, aunque no libre de cierto desgaste. Con todo, resulta grato constatar que es posible una larga conversación entre voces y posiciones que raramente se encuentran. Sucede así con el cruce de cartas, de muy distinta extensión, y el recuento de algunos encuentros del matemático Piergiorgio Odifreddi, conocido por sus trabajos académicos y ahora mismo por su frecuente presencia en medios y foros de discusión en los que se confiesa abierta y batalladoramente ateo, con el papa emérito.
Sin dejar de ser singular, este diálogo sigue la estela de los iniciados años atrás por el cardenal Martini arzobispo de Milán al crear la Cátedra de los no-creyentes. Algunos de ellos, reunidos en 1996 por Umberto Eco en un pequeño volumen, En qué creen los que no creen, enlazan muy bien con este último en el que nos detendremos.
Allí, Victorio Foà, un sindicalista poco convencido de la utilidad del diálogo entre la ética laica y la religión, confesaba: “Siempre he pensado que un creyente, aunque lo sea, no deja nunca de buscar. Los confines son inciertos […] El careo no es entre creyentes y no creyentes, sino sobre el modo de creer y el modo de no creer”. Al mismo tiempo, mostraba una actitud y un deseo: “Yo respeto profundamente –confiesa– a quien extrae sus certezas éticas de la fe en un Dios personal o de un imperativo trascendente”. Y prosigue: “Quisiera pedir un poco de respeto, un poco menos de suficiencia, hacia quien labra sus certezas no en la frágil convicción de haber obrado bien, sino en la manera mediante la que encara la relación entre su vida y la del mundo” (p 132-133.135).
Por su parte, como interlocutor, Martini, pedía a los varios intervinientes no reducir al Dios en el que no se cree a ídolo dotado de atributos impropios y no separar del problema de la verdad la cuestión ética. Lamentaba también que en los debates asomara escasamente la referencia al dolor y añadía que al menos era preciso “creer en la vida, en una promesa de vida para los jóvenes, a quienes no es raro ver engañados por una cultura que les invita, bajo el pretexto de la libertad, a toda experiencia, con el riesgo de que todo concluya en derrota, desesperación...” (p 163-164).
Un encuentro de dos voces
Podríamos decir que entre esos intentos se inscribe el iniciado por Odifreddi, que ha cuidado de la edición del libro señalando la doble autoría con el consentimiento del papa Ratzinger. En el prólogo ya mencionado, el cardenal Ravasi adelanta que las páginas ofrecen a modo de duetto (no tanto de duelo) el cruce de dos lenguajes y dos concepciones: la de un científico ateo y un teólogo y papa ya anciano.
Presidente honorario de la Asociación de Ateos y Agnósticos Racionalistas, licenciado en Matemáticas en la Universidad de Turín en 1973, profesor en la misma y visitante en numerosas universidades, Piergiorgio Odifreddi es autor de ensayos sobre temas políticos, religiosos y filosóficos, y de libros de divulgación sobre las matemáticas y la historia de la ciencia. Ha recibido varias distinciones y participa en conferencias y debates varios encontrables en la red. Aunque dedicado fundamentalmente a la matemática, lleva años interesándose por las religiones y expresamente por el cristianismo en su versión católica. Ha expresado sus posiciones en títulos suficientemente expresivos de su forma de pensar como Il vangelo secondo la scienza.
Ciertamente, el redactor del que comentamos, que en otras lides se ha reconocido como “impertinente” e “impenitente”, ha reunido aquí la descripción y contenido de cinco encuentros personales y una correspondencia, de desigual extensión, por razón de la edad avanzada del papa Ratzinger. En el volumen aparece un conjunto muy variado de temas que son aquellos por los que el científico se ha interesado. Además, añade con tono confidencial datos de la propia biografía. Todo ello reseñado con el mayor respeto, y hasta con un tono amable que dice bien de su predisposición a un intercambio franco que no eluda el contraste. Y deja traslucir la apertura y voluntad de escucha recíprocas que consienten el nacer de una amistad se abra paso entre dos interlocutores que mantienen una notable diferencia de posiciones.
Un diálogo buscado
Tal como el matemático Odifreddi ha venido asegurando, fue la lectura de Introducción al cristianismo, el libro del teólogo Ratzinger, que salió a la luz en 1969 y ha sido reeditado muchas veces, lo que le movió a escribir unas cuantas páginas. Eran comentarios y anotaciones que hizo llegar en 2013, en forma de una larga Carta al Papa, al ahora retirado Benedicto XVI, por sentir la “alta necesidad” de intercambiar temas sustanciales, sin fundamentalismos, con el autor de aquella Introducción. Y de hacerlo suponiendo la buena voluntad recíproca y lo favorable del retiro del también autor de dos trabajos sobre Jesús de Nazaret.
En sus propias palabras las cosas sucedieron así: “Cuando ... decidí entablar un diálogo imaginario con Benedicto XVI, me pareció apropiado y necesario referirme más a ese libro (…) sin descuidar sus volúmenes más recientes sobre Jesús de Nazaret. Por lo tanto, compuse a su vez una especie de Introducción al ateísmo en forma de una carta abierta al pontífice reinante, titulada “Querido Papa, te escribo”.
Tiene interés en advertir que la elección del interlocutor le nació del deseo de encontrar a alguien que no se refugiase en generalidades éticas y filosóficas, y eliminara de hecho el contenido doctrinal del catolicismo: “De la Introducción al cristianismo supe en cambio que la fe y la doctrina del Papa (...) eran lo suficientemente firmes y aguerridas como para poder sostener muy bien los ataques y lanzar contraataques frontales. Un diálogo con él, aunque entonces imaginado solo a distancia, se configuró así como una empresa intelectualmente estimulante, que podía afrontar con la cabeza en alto y sin concesiones”.
Odifreddi sigue recordando cómo nació su decisión: “Tomando la ficción epistolar lo más en serio posible, traté de fomentar la remota posibilidad de que algún día el alto destinatario pudiera recibir mi carta. Por lo tanto, decidí usar un tono lo más apropiado posible para su rango, bajando el sarcasmo de otros ensayos y eligiendo un estilo de intercambio entre profesores "au pair", obviamente en el sentido académico de la expresión solamente. Y me centré en los argumentos intelectuales que podía esperar que mantuvieran viva su atención, sin renunciar a enfrentar los problemas internos de la fe y sus relaciones externas con la ciencia”. Y advierte además que se trataba de un comentario de pasajes del libro del joven Ratzinger sin buscar efectismo sino “con los argumentos y el juego limpio de las disputas intelectuales”.
Una respuesta atenta y respetuosa
Así califica a la que, redactada con “amplitud y profundidad”, le sorprendió en noviembre de 2013. Confiesa que le emocionó que el Papa pidiera disculpas por la demora y mostrara agradecimiento por la lealtad de la discusión: “Obviamente fue la realización de las máximas expectativas posibles, en un mundo que a menudo realiza solo lo mínimo”. Y no esconde “la satisfacción de ver finalmente mis argumentos contra la religión en general y el catolicismo en particular, tomados en serio y no eliminados, aunque obviamente no compartidos”. Si en su planteamiento había querido exponer con honradez las extrañezas y hasta las incredulidades de un matemático, tampoco la carta-respuesta de Benedicto XVI buscaba “convertir al ateo", sino que honestamente señalaba “las perplejidades simétricas, y a veces la incredulidad de un creyente muy especial sobre el ateísmo”. Y el resultado -adelanta- es “un diálogo entre fe y ciencia en el espíritu del Patio de los gentiles que el mismo Papa había querido en 2009”
Como decíamos, el libro recoge cinco encuentros habidos entre ambos a partir de 2013. Encuentros en los que se advierten invariablemente unidos un profundo respeto por la figura del anciano papa y un modo afectuoso que no restan fuerza ni ocultan los contrastes en el debate sobre cuestiones como la historicidad de Jesús, ciertas lacras de la historia de la Iglesia o la consideración de las religiones. Cuestiones que han ocupado las búsquedas del ateo (que en algunos casos son temas científicos no ajenos al interés del teólogo) y que en mayor medida han sido objeto de larga meditación en la trayectoria del papa Ratzinger.
"Uno de nosotros está equivocado, cada uno de nosotros cree que el otro está equivocado, y en este libro tratamos de explicar por qué"
Las respuestas del Papa –bastantes más breves después de aquella primera– reflejan la manera suave y firme de Benedicto XVI, un creyente excepcionalmente ilustrado, que mantiene su curiosidad por los retos de la ciencia, sin dejar de recordar lo que de valioso ha aportado la teología a la humanidad, y su confianza en la posible conciliación de la fe con una razón ampliada, tema frecuente en su personal trayectoria teológico-pastoral.
En varios momentos, el matemático, que se muestra muy sensible a la actitud receptiva del Papa, a su finura de trato y hasta a su humor sutil, no escatima agradecer su atención y valorar que haya accedido a acompañarle en lo que considera sinceramente “un camino de búsqueda de la verdad”. “Verdad -dice consciente de la paradoja- que ambos creemos que podemos encontrar, pero que ya hemos encontrado: una en la religión y el cristianismo, la otra en las matemáticas y la ciencia. Uno de nosotros está equivocado, cada uno de nosotros cree que el otro está equivocado, y en este libro tratamos de explicar por qué”.
El volumen se cierra sin dar por concluida una conversación en la que no faltan discordancias y muchos argumentos quedan sin discutir dada la avanzada edad del papa Ratzinger. Pero, al cerrar el libro, el lector tiene la grata impresión de que la amistad que se ha forjado en el camino andado “a la búsqueda de la verdad” no se ha interrumpido.
EL “NO” DEL PAPA FRANCISCO AL SACERDOCIO DE LAS MUJERES: ¿“RESIDUOS” DEL PATRIARCADO?
Últimamente el Papa Francisco ha sorprendido a los teólogos con una entrevista dada a la revista jesuita América del 22 de noviembre, diciendo un “no” al sacerdocio de las mujeres. Utilizó una argumentación inusitada, tomada de un teólogo exjesuita Hans Urs von Balthazar, muy erudito, pero inmerso en una relación singular con una médica y mística suiza, Adrienne von Speyer. El Papa toma de él una distinción que le ha permitido negar el sacerdocio a la mujer: el principio-mariano y el principio-petrino. Curiosa e inusitada esta distinción del Papa Francisco. María sería la esposa de la Iglesia, mientras que Pedro es su guía.
Observemos que definir a María como esposa de la Iglesia es una metáfora y no una definición real como es afirmar “la Iglesia es la comunidad de los fieles”. ¿Será correcta y justa esta distinción metafórica rara en la tradición, retomada por un teólogo erudito, pero considerado como extravagante?*
Vale la pena subrayar la lógica siguiente: sin el Espíritu Santo no habría María. Sin María no habría Jesús. Sin Jesús no habría Pedro, hecho el principal de los Apóstoles. Sin Pedro no habría sucesores, llamados Papas.
Hemos apoyado casi todo lo que el Papa Francisco ha escrito y enseñado. Pero en este punto me permito alejarme críticamente pues este es también el oficio de la teología razonada. Me siento apoyado en la argumentación de los mejores teólogos de la actualidad, solamente para citar al mayor de ellos, mi antiguo profesor en Múnich, Karl Ranher (+1980). La opinión de esos teólogos es prácticamente unánime en que no hay ningún impedimento doctrinal al acceso de las mujeres al sacerdocio, como lo han hecho otras iglesias cristianas no católicas. Solamente una visión masculinista de la fe cristiana y cierta interpretación de los evangelios, contaminada por la visión patriarcal, sostienen el “no”.
La argumentación a favor del sacerdocio para las mujeres es abundantísima y minuciosa, tema que presenté en mi libro Eclesiogénesis de 1982/2021.
En ciertos puntos, la argumentación papal no evita cierta contradicción, como por ejemplo: María puede engendrar a Jesús, su hijo, pero no puede representarlo en la comunidad. Eso suena hasta ofensivo para la grandeza de María, portadora permanente del Espíritu. Pedro, que llegó a negar a Jesús y a quien éste llegó a llamarlo “satanás” por no admitir que padeciese y muriese, puede representar a Jesús. Aquí hay una innegable desproporción, culturalmente explicable.
¿Quién tiene mayor excelencia? Lógicamente es María, sobre la cual vino el Espíritu Santo y estableció su morada permanente en ella (“episkiásei soi”:Lc 1,35) hasta el punto de elevarla a la altura de lo Divino. Solamente, de alguien elevado a la altura de lo Divino (María), es válido afirmar: “el Santo engendrado (por ti) será llamado Hijo de Dios”.
Las funciones de María y de Pedro son de naturaleza totalmente distinta. Pedro no es el padre de Jesús, mientras que María es verdaderamente su madre biológica. Solamente alguien todavía rehén del patriarcalismo secular, puede colocarlos al mismo nivel. No sin razón, la mujer nunca hasta hoy ha tenido su ciudadanía eclesial reconocida. El evangelio se encarnó en la cultura de la época que entendía a la mujer como un “mas”, es decir, “un ser humano todavía deficiente en camino de su humanidad”. No dice otra cosa Santo Tomás de Aquino (¿repetido después por Freud?) y, en el fondo, es lo que pasa por la mente de las más altas autoridades eclesiásticas, cardenales y papas. Las mujeres son menos, por el hecho de ser mujeres, aunque mujeres y hombres son igualmente imagen y semejanza de Dios (Gn 1,28). Y aún más: la mayoría de la Iglesia son mujeres, y además las hermanas y madres de todos los demás hombres. Por lo tanto, tienen una preeminencia innegable.
El único que escapó de esta visión reduccionista fue el Papa Benedicto XVI al decir en una entrevista de radio en 2005: “Creo que las mismas mujeres con su impulso y su fuerza, su superioridad y con su potencial espiritual sabrán crear su espacio. Nosotros debemos procurar ponernos a la escucha de Dios, para no ser nosotros quienes se lo impidamos (Benedicto XVI,5,VIII,2006)”.
Hay sólidas razones para sustentar la conveniencia y hasta la necesidad de que las mujeres que quieran accedan al ministerio sacerdotal. Una eminente teóloga y feminista holandesa, A. van Eyde, dice: “La misma Iglesia quedaría herida en su cuerpo orgánico si no diese lugar a la mujer dentro de sus instituciones eclesiales” (Die Frau im Kirchenamt, 1967, p. 360).
La Iglesia jerárquica no puede, dado el avance de la conciencia acerca de la igualdad de los géneros, transformarse en un reducto de conservadurismo y de machismo. Hay aquí una concepción estéril y enquistada en el pasado de la positividad de la fe. Esta no es un recipiente de aguas muertas, sino una fuente de aguas vivas, capaz de vivificar nuevas iniciativas en razón del cambio de las mentalidades y de los tiempos. Ellas, en su fina sensibilidad, captan el sentido claro de los signos de los tiempos y lo expresan con un lenguaje más adecuado a nuestros días. Veamos los argumentos principales.
En primer lugar, fue una mujer la que dio testimonio del hecho mayor del cristianismo, la resurrección de Jesús, María Magdalena, llamada por eso “apóstola de los apóstoles”. Sin el evento de la resurrección no habría Iglesia.
Eran ellas las que seguían a Jesús y le garantizaban la estructura material para su misión.
Ellas nunca traicionaron a Jesús, mientras que el principal de ellos, Pedro, lo traicionó con ocasión de la pasión. Después de su crucifixión, entristecidos, los apóstoles lo abandonaron y se fueron a sus casas, mientras ellas velaban al pie de la cruz, acompañando su agonía.
Ellas fueron las que, dos días después de ser sepultado, cuidaron de concluir el ritual sagrado de la unción del cuerpo con aceites sagrados.
Por lo tanto, ellas merecerían y merecen una centralidad inigualable en la comunidad cristiana. Y hasta hoy, el patriarcalismo cultural internalizado en la mente de los que tienen la dirección de la Iglesia, pero también en el mundo, las mantienen subalternas. En la Amazonia profunda y en otros lugares distantes, son ellas quienes llevan la fe, hacen todo lo que un cura hace, sin poder celebrar sin embargo la eucaristía, por no ser mujeres ordenadas en el sacramento del Orden.
Sin embargo, hay mujeres, líderes comunitarias, conscientes de la madurez de su fe, que asumen la totalidad de los sacramentos. No celebran la misa (que es un concepto litúrgico y canónico), sino la Cena del Señor tal como está descrita en la Epístola de San Pablo a los Corintios. No lo hacen con un espíritu de ruptura con la institución, sino con un sentido de servicio a toda la comunidad, siempre en comunión teológica con toda la Iglesia. La comunidad, según el Concilio Vaticano II, tiene derecho a recibir la Sagrada Eucaristía que se le niega por el simple hecho de no haber un sacerdote ordenado y célibe.
Teológicamente es importante subrayar lo que en la práctica se olvida totalmente, que sólo hay un sacerdocio en la Iglesia, el de Cristo. Los que vienen bajo el nombre de “sacerdote” son sólo figuraciones y representantes del único sacerdocio de Cristo; es Él quien bautiza, es Cristo quien consagra, es Él quien confirma. El sacerdote actúa sólo “in persona Christi” “en el lugar de Cristo”. Es decir, hace visible lo invisible.
Su función no puede reducirse, como sostiene la argumentación oficial, al poder de consagrar, (algo que sólo ha predominado desde el segundo milenio), expresión del poder del clero que se ha apoderado de todas estas funciones. Tal concentración de poder sagrado ha constituido el clericalismo tantas veces criticado duramente por el Papa Francisco. Sin embargo, en el caso del acceso de las mujeres al sacerdocio también él ha caído en un cierto clericalismo, o mejor dicho, se ha visto obligado a mantener la praxis tradicional para no crear un verdadero cisma en la Iglesia por parte de los grupos apegados a la tradición y, sobre todo, a los privilegios agregados al clericalismo.
Tal concentración de poder sagrado ha constituido el clericalismo tantas veces criticado duramente por el Papa Francisco. Sin embargo, en el caso del acceso de las mujeres al sacerdocio también él ha caído en un cierto clericalismo, o mejor dicho, se ha visto obligado a mantener la praxis tradicional para no crear un verdadero cisma en la Iglesia por parte de los grupos apegados a la tradición y, sobre todo, a los privilegios agregados al clericalismo
La función del sacerdote ministerial no es acumular todos los servicios, sino coordinarlos para que todos sirvan a la comunidad. Como preside la comunidad, preside también la Eucaristía. Pero si la comunidad, sin culpa, se ve privada de ella, puede organizar por sí misma la celebración de la Cena del Señor. Todos estos servicios (que San Pablo llama “carismas” y que son muchos) pueden muy bien ser ejercidos por mujeres, como se demuestra en las Iglesias no católico-romanas y en las comunidades eclesiales de base.
De ahí que sea comprensible que las mujeres, conscientes de su madurez en la fe, en ausencia de un ministro ordenado, asuman ellas mismas tal ministerio, haciéndolo con su estilo particular de mujeres. No tienen que pedir permiso a la autoridad eclesiástica, porque ésta canónicamente dirá “no”. Pero lo hacen en perfecta comunión teológica con la totalidad de la Iglesia. Y por eso es plausible, justo y teológicamente fundado que presidan la Cena del Señor.
Lógicamente, el sacerdocio femenino no puede ser una reproducción del sacerdocio masculino. Sería una aberración si así fuera. Debe ser un sacerdocio singular, según el modo de ser de la mujer, con todo lo que denota su feminidad a nivel ontológico, psicológico, sociológico y biológico. No será una sustituta del sacerdote, sino una verdadera representante sacramental del Cristo invisible que se hace visible a través de ellas.
Sería natural y lógico que el Papa reconociera oficialmente lo que ellas ya hacen en la práctica y así la Iglesia sería verdaderamente de hermanos y hermanas, sin exclusiones ni jerarquizaciones ontológicas injustificadas.
Sin temor a equivocarnos podemos decir: esta división entre ordenados y no ordenados (laicos y sacerdotes) no se encuentra en la tradición del Jesús histórico, que quería una comunidad de iguales y todo poder como mero servicio a la comunidad y no como promotor de privilegios, títulos y ventajas sociales e incluso económicas.
Esta división entre ordenados y no ordenados (laicos y sacerdotes) no se encuentra en la tradición del Jesús histórico, que quería una comunidad de iguales y todo poder como mero servicio a la comunidad y no como promotor de privilegios, títulos y ventajas sociales e incluso económicas
Tiempos vendrán en que la Iglesia católica romana acompasará su paso con el movimiento feminista mundial y con el propio mundo, rumbo a una integración del “animus” y del “anima” (de lo masculino y de lo femenino) para el enriquecimiento de lo humano y de la propia comunidad cristiana. Los tiempos están ya maduros para este salto cualitativo. Solo falta el valor de dar este paso necesario e inevitable.
*Hans Urs von Balthazar en el tiempo en que yo estaba sometido a “silencio obsequioso” públicamente en Roma, me denunció como alguien que negaba la divinidad de Cristo, cosa que jamás hice. Un teólogo-periodista le respondió en la primera página de un periódico de Roma con estas palabras: “Cobarde, acusas calumniosamente a alguien que no puede defenderse por estar sometido a silencio obsequioso”. Su obra principal es La gloria del Señor (en siete volúmenes sobre la fe como estética y contemplación). Fue nombrado cardenal por el Papa Juan Pablo II, pero murió antes de recibir el nombramiento, cuando se dirigía a Roma.
Leonardo Boff
Religión Digital
Traducción de María José Gavito Milano
Leonardo Boff, ha escrito Eclesiogénesis: la Iglesia que nace del pueblo por el Espíritu de Dios, Vozes 1984/2021.
NAVIDAD: CUANDO DIOS MATÓ A DIOS
religión digital
Cada época trae consigo nuevos predicados, nuevas formas, nuevos paradigmas en los cuales se dice la realidad que nos acontece. Esta constante brota de la capacidad inagotable de futuro que habita en el interior del ser humano. La persona que está en el mundo tiene una fuerza que lo impulsa siempre hacia adelante, esta realidad está inscrita en su biología desde siempre. Somos esencialmente en evolución y Dios no escapa a este dinamismo.
Todavía resulta escandaloso atrevernos a mirar el pesebre. Las formas pintorescas en las que son exhibidos hoy, resultan siendo una apología al arte y no un referente de capacidad inagotable de sentido capaz de arropar al ser humano. El pesebre se volvió competencia abandonando su fuerza creadora de kénosis. En este entramado de posibilidades, una pregunta resulta más exigente para dar forma y respuesta a una deuda pendiente que los cristianos tenemos en el siglo XXI: ¿Qué decimos cuando decimos Dios? De la respuesta a la pregunta se vivirá a Dios como una opción de profundo sentido y libertad o una carga insoportable gestada en las defensas rancias y anacrónicas de los supuestos defensores de la verdad.
Hemos volcado sobre Dios todo, menos la auténtica experiencia liberadora de Jesús (Cfr. Jn 10,10). Hemos puesto por encima estructuras, dogmas, poderes, interpretaciones amañadas, anacronismos obsoletos y nostálgicos, etc. Por estas y otras muchas razones, Dios resulta siendo insoportable, incomprensible, recalcitrante, todo lo antihumano. Volvimos a Dios un monstruo, producto de nuestras torpes proyecciones (Cfr. Mt 12, 1-8).
¿Será que lo que yo creo de Dios está en sintonía con la experiencia del Evangelio? ¿El Dios en quien creo es producto de mi frágil proyección o es de verdad la experiencia portadora de sentido de Jesús? ¿Lo que sabemos y hemos construido de Dios será más bien mis pretensiones egoístas y las de otros? Desde este ángulo, Freud tenía razón: “Dios no es más que una proyección infantil”. Cargamos a Dios de tantas palabras, forzamos tanto su demostración, nos atrincheramos ante el mundo creyendo que eran ellos los equivocados, que terminamos matando nosotros mismos la experiencia de lo divino en los demás.
La Navidad es don, pues a través de ella podemos de nuevo volver a repensar todo, renunciando al absolutismo teológico-dogmático que sigue prolongando en esta hora de la historia formas y esquemas anticuados. En Navidad Dios puede volver a decirse Él mismo, en sus coordenadas, en su autenticidad, en su salida inagotable de sí mismo al ser humano (Cfr. Éx 3, 7-9; Flp 2, 6-7). Navidad no es algo distinto a Dios, al Dios de Jesús que acontece desde el interior del ser humano hacia el otro, cualquier otro (Cfr. Evangelii Gaudium, #11).
El pesebre conmueve y escandaliza. El encorvamiento sobre nosotros, y desde el cual proyectamos falsamente a Dios, se cae a pedazos al ver que Él se ha humanizado hasta el extremo (Cfr. Jn 1,14). Su opción jamás ha sido la jerarquía, los títulos honoríficos, los puestos de poder, todo ello signo de una Iglesia en decadencia que sigue ahogando la experiencia de abajamiento (Cfr. Mateo 20,25). La opción radical de Dios ha sido todo lo humano, la Encarnación, la Kénosis. En Dios palpita la humanización del hombre que desea configurarse sin límite en esta hora de la historia.
La única oportunidad que tenemos para ser verdaderamente humanos es matar a Dios, sin miedo, sin escrúpulos. Matar al Dios que nos alimentaron y en el que nos obligaron a creer. El único que puede hacer eso en nosotros es Dios mismo, más aún, ya lo hizo. La Encarnación rompe con nuestras lógicas proyectivas y nos lanza a un nuevo horizonte de humanización que nos ubica en el mundo, y desde el mundo, saber que la Encarnación nos devuelve la mirada profundamente humana, nos impulsa a ir al interior, nos llama desde lo que somos a descubrir una presencia que nos habita y trasciende (Cfr. 1 Juan 1, 1-4).
En Navidad descubrimos que el Dios de los cristianos no es una fuerza que está más allá del cosmos, en las alturas insondables del cielo donde el ser humano apenas puede dar una mirada sin más. El Dios de los cristianos no es un fugitivo que después de la creación se desentendió de su obra y mira pasivamente lo que ocurre en ella. El Dios de los cristianos no es un sordo indiferente que escucha de vez en cuando las súplicas de sus hijos para dar alguna respuesta. El Dios de los cristianos es existencia concreta, realidad dada y acontecida que hace historia en plural; es la Vida misma que corre por nuestras venas, de esta manera, “Dios se ha hecho hombre en Jesús: él se ha expresado en este hombre y en este hombre se ha ligado para siempre a la humanidad” (Anselm Grün – La fe de los cristianos, 2007).
Ante las falaces y distorsionadas comprensiones del ser humano que se dan en nuestro tiempo, el Dios de los cristianos acontece como respuesta desde las entrañas del mundo (Cfr. Juan 1, 1-18). Humanándose hasta el extremo da su respuesta, aleja de sí el fatalismo apologético que encierra en conceptos la vida y abre para nosotros el hecho vital dinámico como don en gasto. El Dios de la Navidad, que es el Abbá de Jesús, se autodona en la historia y en la realidad, escenarios estrechamente humanos y desde los cuales podemos entenderlo de manera siempre nueva.
La claridad del acontecimiento Encarnacionista permite reelaborar la imagen de Dios desde nuestro ser, nos obliga a abandonar los sueños idílicos e infantiles de ser dioses y nos permite resituarnos en la historia como lugar teológico por excelencia. Dios y el hombre se reconocen, ambos acontecen. En el don del uno para el otro quedan transformados, afectados hondamente hasta el punto que ya no serán los mismos, de esta manera, el misterio de la encarnación es central, de manera que, desde ese misterio insondable, Dios empieza a ser para nosotros diferente. Porque, en la encarnación, Dios se funde y se confunde con lo humano. Hasta el punto de que ya no es posible ni entender, ni acceder a Dios, prescindiendo de lo humano y, menos aún, entrando en conflicto con lo humano, con todo lo que es verdaderamente humano y, por tanto, con todo lo que nos hace felices a los humanos, nos realiza, nos perfecciona y nos hace gozar y disfrutar de la vida humana en toda su amplitud y hermosura (José María Castillo – La humanización de Dios, 2005).
En una realidad desencantada por todo lo humano, con ansias desenfrenadas de superar lo humano, Dios quiere ser el más humano de todos. La carne, la nuestra, la que nos cubre, es poesía exquisita de Dios para este momento histórico. El misterio que encierra la palabra Dios, usada y abusada a lo largo del tiempo, se va aclarando en la medida que seamos conscientes que Él nos habita, que está dentro. La Encarnación es escándalo para quienes escrupulosamente desean abandonar su condición y volverse dioses, nada más anticristiano, pero al mismo tiempo es la única alternativa para volver a reconfigurar desde la experiencia de Jesús el rostro humano de Dios para todos. En Navidad Dios dejó de ser lo que pensamos y proyectamos, en Navidad Dios mató a Dios y empezó a palpitar en nosotros el Misterio de su presencia para siempre.
REFLEXIÓN NAVIDEÑA 2022
fe adulta
La Navidad ha pasado a ser unas vacaciones y un festejo popular, más que la conmemoración del nacimiento de Jesús. Las luces, los regalos, las comidas de empresa, contrastan con el pesebre de Belén. El símbolo de la humildad y la pobreza se pierde bajo los excesos de las compras y el relumbrón del mercado. El árbol de los regalos ha sustituido o ha ensombrecido al pesebre; ya ni siquiera recuerdan “los presentes de los Reyes Magos”; pero todo esto no puede ocultar la pobreza del Niño, de los pastores, y de los inmigrantes
Por otra parte, no faltan cultos religiosos, donativos a las asociaciones de beneficencia, incluso artículos y reflexiones que tratan de sacar a flote el sentido de la Navidad.
¿Qué lectura social y religiosa podemos hacer sobre esta celebración de la Navidad? ¿La Navidad es una fiesta? Para los pastores de Belén fue una fiesta, para Herodes fue una pesadilla. ¿Qué es para nuestra cultura occidental?
Si la consideramos estadística y superficialmente, la Navidad vuelve a ser una festividad pagana, como en su tiempo lo fue del solsticio de invierno. La sociedad aprovecha cualquier pretexto para romper la rutina con alguna festividad. Esto es necesario y sano; hasta los más pobres celebran sus fiestas con un vasito de vino.
Según el evangelio de Juan, Jesús asistió a una boda y transformó el agua en vino para que no decayera la fiesta; y comparó el Reino de Dios con un banquete. Y es que Él quiso ser pobre y prefirió a los pobres pero ¡para que dejaran de ser pobres! Su ideal no era la pobreza sino el bienestar de todos.
Jesús tenía amigos como Lázaro (no el que mendigaba ante el rico Epulón sino el que tenía un chalé con su sepulcro en el jardín). La pobreza o la austeridad sólo son un medio circunstancialmente necesario; lo que importa es el amor, como les hizo ver a los discípulos que criticaban el caro perfume que aquella mujer “malgastó” para ungirle. La cruz no tenía que haber sucedido, fue una decisión del poder religioso y político para acallar la promoción de un mundo mejor.
El cristianismo no se pierde porque muchos renuncien a las celebraciones religiosas y se vayan a la playa, de turismo, o a las salas de fiesta. El cristianismo se pierde porque unos y otros, por defender nuestros privilegios, toleramos los desalojos de las viviendas, y la falta de médicos o de vacunas en los pueblos empobrecidos por la explotación, la guerra o el cambio climático. Lo que seca la raíz cristiana, lo que cambia la sana alegría en placer egoísta, es la complicidad tácita ante esa pobreza e injusticias. Por eso Ignacio Ellacuría, buen conocedor del pueblo, proponía una “austeridad compartida”.
La Navidad es fiesta para los que trabajan por un mundo más fraterno, y es festejo pagano para quienes se olvidan de esa fraternidad.
NAVIDAD CRISTIANA Y NAVIDAD UNIVERSAL
Puede que la Navidad de las calles iluminadas, la propaganda consumista, los villancicos rayados, las reuniones desganadas, los regalos obligados… nos guste más o menos o que incluso nos disguste. Sin embargo, si acertáramos a liberarla de su explotación comercial, de nuestras ambiciones engañosas, también de nuestras liturgias insulsas, palabrería vacía y dogmas trasnochados, si abriéramos los ojos y la miráramos en su hondura universal, la Navidad podría tocarnos el corazón, encender en él una llama de paz creadora, volverlo más humano para nuestro bien y el bien común de la Tierra.
Me refiero no solo a la Navidad cristiana, sino también a la Navidad universal, la del sol en los solsticios de cada año y en el milagro del amanecer de cada día, la Navidad de las azaleas en flor, la Navidad de cada nacimiento deseado y esperado en cualquiera de sus formas, la Navidad del renacimiento del bien y de la esperanza en el mundo a pesar de todo. ¡Bendita sea la Navidad universal de la Vida en todas sus formas!
Bendita sea también la Navidad de Jesús de Nazaret con ese entrañable imaginario que llevo grabado en las entrañas desde niño: el pesebre, la gruta, los pastores y campesinos, los campos de Belén, el coro de ángeles en medio de la noche, la estrella que guía a los sabios de Persia, los cofres de oro, incienso y mirra. Esa fue mi primera Navidad y es aún hoy la primera para el niño que sigo siendo. Pero para el viejo de 70 años en que sin darme cuenta me he convertido, la Navidad de Jesús es ni más ni menos que mi icono más cercano e inspirador de la Navidad universal. Y a esta Navidad de Jesús no sé si llamarla cristiana, porque el cristianismo vino cien años después y porque, en el fondo, Navidad no hay más que una.
Ya se celebraba con otros nombres mucho antes de Jesús. Milenios antes, muchos pueblos festejaban el solsticio de invierno, en torno al 21 de diciembre en el hemisferio norte y en torno al 20 de junio en el hemisferio sur, cuando la inclinación de la luz solar sobre la Tierra es máxima y la noche empieza a ser más corta y el día más largo. Era y sigue siendo la fiesta del sol y de la Tierra, la fiesta de sus frutos dados en comida común, la fiesta de la Vida.
Los mayas, aimaras, incas y mapuches celebraban y todavía celebran el retorno o la nueva salida del sol. Y lo mismo los maoríes de Nueva Zelanda, los dogos de Mali y los sami de Laponia. E igualmente en Japón, en China, en la India y en Persia. Y los pueblos eslavos, como Rusia y Ucrania, al igual que los celtas. Los germanos y escandinavos evocaban el nacimiento de Frey, dios del sol, de la lluvia y de la fertilidad, representando la divinidad con un árbol de hoja perenne. En Roma celebraban “la Natividad del Sol invicto” el 21 de diciembre, y los practicantes del culto mitraico en todo el imperio romano conmemoraban el nacimiento de Mitra en una cueva el 25 de diciembre.
A medida que el cristianismo se extendió y que a partir de Constantino se impuso, sucedió lo que ha sucedido en todos los tiempos, culturas y religiones: la nueva religión asimiló la fiesta antigua y la revistió de un nuevo nombre, motivo y significado. Así, la fiesta de la luz y de la naturaleza que renace se convirtió en fiesta del nacimiento de Jesús, nueva luz –la misma Luz– que ilumina y consuela la vida. Nada se pierde, todo se transforma. Cambian los calendarios y los nombres, los rituales y los significados concretos, pero vuelve el mismo Sol sobre la misma Tierra. Vuelve a revelarse, a hacerse presente, el misterio vivificador de la Luz.
Sobre el nacimiento de Jesús, nadie sabe nada salvo que fue hijo de María y de José (o quizás de un padre desconocido) y que nació en Nazaret en una familia numerosa y pobre. Fue libre y hermano, compasivo y sanador. Por eso sus seguidores le reconocieron como el Cristo o Mesías, aquel que esperaban y que había de anunciar la buena noticia a los pobres, curar a los enfermos, liberar a los cautivos, y con el tiempo poetas como Lucas crearon bellos relatos simbólicos que narran su nacimiento. Hubo también quienes le confesaron como el Verbo o el Logos divino creador del mundo. “La Palabra se hizo carne”, se lee en el Evangelio de Juan. En el siglo IV se elaboró el actual Credo que confiesa a Jesús como el único Hijo de Dios, “de la misma naturaleza del Padre”, que “se encarnó de María Virgen”. Y así empezaron a celebrar de manera ritual el nacimiento de Jesús.
Yo lo sigo haciendo, pero no puedo creer el Credo a la letra. No puedo pensar razonablemente en un Dios Omnipotente, Creador anterior y exterior al mundo que, en los 13.700 millones de años de este universo en expansión con cientos de miles de millones de galaxias que albergan probablemente incontables planetas con vida, en este universo que tal vez no sea más que uno entre otros universos sin número, se haya encarnado plenamente solo una vez, y lo haya hecho justamente en el planeta Tierra, en esta especie pasajera que es el Homo Sapiens, hace 2000 años, en un varón judío llamado Jesús, que habría sido concebido sin gametos masculinos y habría venido a la Tierra para expiar nuestros pecados.
Ya no puedo creer en el dogma de la encarnación entendido a la letra, pero celebro la Navidad de Jesús. Cada día, en estas fiestas miraré y me inclinaré con ternura ante nuestro Belén de casa. Bet-lehem, casa del pan. Entrañable Belén en un mundo lleno de deseos y dolores. Me uniré a la pequeña comunidad de Aizarna y cantaré con ella de corazón y de boca las palabras del Credo cristiano: “Se encarnó de María Virgen”, sin sujetarme al significado tradicional, trasnochado, de las palabras. Celebraré la Navidad cristiana de Jesús, símbolo de la Navidad del corazón sin fronteras, la Navidad de la humanidad, la Navidad del planeta, la Navidad del Cosmos infinito, hecho de fuego o de luz. Cosmos eterno hecho de materia espiritual. Misteriosa matriz animada de Creatividad de la que nacen universos, soles, planetas, azaleas, petirrojos y corderillos, y este admirable y tan contradictorio Homo Sapiens que tal vez desaparezca antes de alcanzar el equilibro que busca, su verdadera divinidad: la bondad feliz creadora.
No faltarán quienes digan que esta Navidad que celebro no es cristiana. No sé a qué llaman cristianismo. En cuanto a mí, pienso que ser cristiano no requiere profesar a la letra doctrinas hoy incomprensibles, en instituciones jerárquicas hoy sin sentido, y que ese cristianismo desaparecerá, ya está desapareciendo. Pienso que ser cristiano, en el fondo, consiste en crear y cuidar la vida, tan maravillosa y frágil, la vida hermanada y gozosa, siguiendo el Espíritu o la inspiración de Jesús, bendito sea.
José Arregi
Aizarna, 22 de diciembre de 2022
MARÍA MEDITABA Y SABOREABA EN SU CORAZÓN
fe adulta
“En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre.” Lc 2, 16
Con el cuerpo muy dolorido después del parto, María meditaba todo lo que se le había comunicado y lo guardaba dentro para saborearlo profundamente en su corazón. Su gozo era inmenso en medio de un hecho tan cotidiano como dar a luz aunque las circunstancias fueran más que difíciles, contradictorias. En su corazón guardaba ese misterio que iría descubriendo a lo largo de su vida.
Ella abrió las puertas de su casa para acoger a la Palabra. Ya la había acogido cuando recibió el anuncio del ángel y la fue acogiendo siempre, aunque no la entendiera, como verdadera discípula, incluso cuando le producía un dolor casi insoportable: ver el rechazo hacia su hijo hasta llegar a ser testigo de su muerte.
Acoger la Palabra y vivir su mensaje liberador no es tarea fácil para nadie. Hay mucha gente que la acoge con alegría al principio pero luego la va abandonando no de una manera drástica sino con una cierta indiferencia, mediocridad que hace que la luz que un día entró en su vida se vaya apagando hasta dejarla apagar del todo.
Por eso hoy, primer día del año celebramos la presencia de María en medio de nosotrxs como compañera de camino; como madre de quien nos muestra el camino de irnos haciendo hijos e hijas de Dios.
El Antiguo Testamento nos presenta mediadores, como Moisés, que se comunican con Dios para que ellos después se comuniquen con el pueblo. Los israelitas no pensaban que era posible un “cara a cara con Dios” a pesar de la cercanía de sus palabras, de la ternura expresada una y otra vez a través de los profetas. Dios, Padre-Madre, sólo busca la felicidad de sus hijos e hijas.
Esa bendición que hemos oído: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti…el Señor se fije en ti y te conceda la paz suena todavía lejano…viene a través de un mediador.
Jesús, nacido de mujer es hijo, Hijo de Dios, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
¡Despertad!, parece que nos dice San Pablo en la carta a los Gálatas. Se os ha regalado el Espíritu de Jesús porque sois hijos para que paséis de ser esclavas a ser hijas, para que disfrutéis de la herencia que se os regala, no por vuestros méritos sino por ser quienes sois.
Cuando nos mantenemos en una relación infantil con Dios, en el nivel básico de buscar que mis necesidades queden cubiertas, que cumpla con mis deseos de salud, de bienestar económico…estoy todavía en ese nivel de niño-niña que ni intuye lo que supone ser hijo-a.
Irse haciendo hijo es ir tomando responsabilidad de mi propia vida, sin culpar a las circunstancias ni a los demás de mi destino. Es saberme rodeada de un amor sin límites, mirada, protegida, respetada, sostenida. Pero sobre todo es saber cuál es mi ADN, dónde están mis raíces y a qué familia pertenezco.
A los hijos solo nos nace bendecirles -“decir bien”- de ellos y ellas, porque sí, son nuestros, pero no nos pertenecen, de eso nos damos cuenta enseguida; les creemos capaces de lograr mucho más de lo que hemos logrado nosotros; sólo buscamos su bienestar, su máxima realización. Y cuando “bien decimos” de ellos vemos cómo la palabra crea, hace posible, transforma la realidad, cambia la mirada…y por eso no nos cansamos de recordarles de qué son capaces y a qué están llamadas.
No celebramos estos días únicamente el nacimiento de Jesús, celebramos que ese niño es hijo, y que aquellos que le acogemos nos vamos haciendo hijos por la adhesión a su persona: hijos e hijas como Jesús, libres y con capacidad de liberar a muchos del yugo de la Ley que esclaviza.
Cada año celebramos la venida de Jesús, la llamada a descubrir nuestra condición, a entrar en otro nivel de conciencia. Para ello hace falta silencio, soledad, desprendernos de muchas cosas para llegar a lo esencial, para llegar a la libertad plena.
Cuando de veras nos sentimos, no solo nos sabemos, hijos e hijas el gozo es inmenso: hemos dado con el tesoro. El tesoro que viene en forma de pobreza de pequeñez, de anonimato…
Ese tesoro que guardamos en el corazón y que nos impulsa a compartir después con tantos hermanos y hermanas de muy diversas maneras.
Estrenamos un nuevo año y tenemos motivos para dejarnos llevar por el pesimismo ante tanto dolor y muerte, ante tanto sufrimiento sin sentido; también tenemos motivos para la esperanza. Dios camina con nosotros y nos bendice.
Carmen Notario, SFCC
espiritualidadintegradoracristiana.es
Santa María, Madre de Dios – A (Lucas 2,16-21)
José Antonio Pagola
Después de un cierto eclipse de la devoción mariana, provocado en parte por abusos y desviaciones notables, los cristianos vuelven a interesarse por María para descubrir su verdadero lugar dentro de la experiencia cristiana.
No se trata de acudir a María para escuchar «mensajes apocalípticos» que amenazan con castigos terribles a un mundo hundido en la impiedad y la increencia, mientras ella ofrece su protección maternal a quienes hagan penitencia o recen determinadas oraciones.
No se trata tampoco de fomentar una piedad que alimente secretamente una relación infantil de dependencia y fusión con una madre idealizada. Hace ya tiempo que la psicología nos puso en guardia frente a los riesgos de una devoción que exalta falsamente a María como «Virgen y Madre», favoreciendo, en el fondo, un desprecio hacia la «mujer real» como eterna tentadora del varón.
El primer criterio para comprobar la «verdad cristiana» de toda devoción a María es ver si repliega al creyente sobre sí mismo o si lo abre al proyecto de Dios; si lo hace retroceder hacia una relación infantil con una «madre imaginaria» o si lo impulsa a vivir su fe de forma adulta y responsable en seguimiento fiel a Jesucristo.
Los mejores esfuerzos de la mariología actual tratan de conducir a los cristianos a una visión de María como Madre de Jesucristo, primera discípula de su Hijo y modelo de vida auténticamente cristiana.
Más en concreto, María es hoy para nosotros modelo de acogida fiel de Dios desde una postura de fe obediente; ejemplo de actitud servicial a su Hijo y de preocupación solidaria por todos los que sufren; mujer comprometida por el «reino de Dios» predicado e impulsado por su Hijo.
En estos tiempos de cansancio y pesimismo increyente, María, con su obediencia radical a Dios y su esperanza confiada, puede conducirnos hacia una vida cristiana más honda y más fiel a Dios.
La devoción a María no es, pues, un elemento secundario para alimentar la religión de gentes «sencillas», inclinadas a prácticas y ritos casi «folclóricos». Acercarnos a María es, más bien, colocarnos en el mejor punto para descubrir el misterio de Cristo y acogerlo. El evangelista Mateo nos recuerda a María como la madre del «Emmanuel», es decir, la mujer que nos puede acercar a Jesús, «el Dios con nosotros».
EN MARÍA DESCUBRIMOS A DIOS COMO MADRE MARÍA MADRE (A) (año nuevo) Lc 2,16-21
fe adulta
Es una fecha cargada de connotaciones profundamente humanas: la circuncisión e imposición del nombre a Jesús, la maternidad de María, el comienzo del año, el día de la paz. No me gusta tratar más de un tema en la homilía, pero hoy haremos una excepción. La fiesta quedaría incompleta si omitiéramos alguno de estos aspectos. De todas formas, desde el punto de vista litúrgico, la más importante es la de María Madre.
María madre de Dios. Es la fiesta más antigua de María que se conoce. Pablo VI la recuperó y la colocó en este día de la octava de Navidad. La maternidad de María es un dogma. Esto no nos tiene que asustar, porque lo que de verdad importa es la manera de entender hoy esa verdad. Fue definido en Éfeso en el 431. No es de un dogma mariológico, sino cristológico. Los evangelios y los primeros escritos cristianos no se preocuparon de María.
La prueba de que en la definición de Éfeso no querían decir lo que se entendió, es que tuvo que ser aclarada veinte años después por el concilio de Calcedonia (451), afirmando que María era madre de Dios, "en cuanto a su humanidad". ¿Qué queremos decir cuando hablamos de la humanidad de Dios? Efectivamente, llamar a María “madre de Dios”, porque fue la madre de Jesús, es violentar los conceptos. Jesús fue un ser humano que comenzó a existir en un momento determinado de la historia. El niño que lloraba y que mamaba, se meaba y se cagaba, no puede ser identificado sin más con Dios, que está fuera del tiempo.
Para entender el dogma de la "Theotokos" (la que pare a Dios), debemos tener en cuenta el contexto. Fue un intento de afirmar que el fruto del parto de María era una única persona, contra Nestório que afirmaba dos personas en Jesús, una humana que era Jesús y una divina, la segunda de la trinidad. No debemos olvidar que el concilio de Éfeso lo promovió el mismo Nestório para condenar a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo. Faltó el canto de un duro para que condenaran como herejía lo que se definió como dogma.
Aunque no fue la intención del concilio, lo que se entendió del dogma, no deja de tener su importancia a la hora de pensar la realidad de Dios. Que nos hayamos atrevido a dar una madre a Dios tiene unas connotaciones psicológicas incalculables. Manifiesta la necesidad de comprender a Dios desde nuestra realidad humana. Somos hijos de Dios y Él es a la vez Hijo de una mujer... Dios entrando en la dinámica humana y el hombre entrando en la dinámica divina. Llamar a María Madre es manifestar la presencia de Dios en Jesús.
La circuncisión se hacía a los ocho días y era el rito religioso fundamental para el pueblo judío. Mucho más que el bautismo para nosotros. Implicaba ponerle un nombre, que en aquella época era muy importante y que en este caso, según el relato, no lo eligen ellos, sino que viene impuesto. Lo que significa el nombre “Jesús” (Dios salva) resume toda su vida. La circuncisión era el signo de adhesión al pueblo de Israel. Si era primogénito, como en este caso, había que rescatarlo de la obligación de ofrecer al Señor todo primogénito.
El comienzo del año supone traspasar una frontera. En el NT encontramos dos palabras que traducimos por “tiempo”, pero tienen significado diferenciado. “Chronos” es el tiempo astronómico. Se refiere al paso de las horas, días y años… es lo que estamos celebrando hoy. “Kairos” sería el tiempo humano. Es el tiempo oportuno para hacer algo importante que atañe a la condición humana. Éste es mucho más importante desde el punto de vista religioso. Es el tiempo que se me da como oportunidad de crecer en el ser. No debía traspasar la frontera del año sin hacer una reflexión sobre mí mismo, y valorar como estoy haciendo uso de algo tan importante y tan efímero como el tiempo cronológico.
Sabemos que Dios es amor, don total y absoluto. Siempre será lo que es para nosotros. Pero ese don no se impone desde fuera. Si el hombre no lo descubre y lo acepta, no significará nada para él. La aceptación de ese don, que es Dios, tenemos que hacerla desde la más profunda humanidad. No es suficiente una vida animal y racional plena. Es necesaria una perspectiva humana que solo se da más allá de lo biológico y lo racional. Para que Dios llegue a nosotros, como humanos, debemos tomar conciencia de ello y aceptarlo.
Día mundial de la paz. Tal vez sea una de las carencias que más afecta al ser humano de hoy, porque la ausencia de paz es la prueba de una falta de humanidad a todos los niveles. Ahora bien, la reflexión que hacemos no puede quedarse en aspavientos y quejas sobre lo mal que está el mundo. No descubriremos lo que significa la paz, hablando de guerras y conflictos, quedándonos en una crítica externa sin mover un dedo para cambiar las cosas.
No son las contiendas internacionales, por muy dañinas que sean, las que impiden a los seres humanos alcanzar su plenitud. Los grandes conflictos internacionales los originamos nosotros con nuestras riñas y pendencias individuales. Si no hay paz a escala mundial, la culpa la tengo yo, que lucho a brazo partido por imponer mis criterio o caprichos egoístas a los que están a mi alrededor. El egoísmo que impide la armonía en nuestras relaciones personales es el causante de las más feroces guerras a todos los niveles.
La paz no es una realidad que podamos buscar con un candil. La paz será siempre la consecuencia de unas relaciones humanas entre nosotros. Es muy deprimente que nos sigamos rigiendo por el proverbio latino: “si vis pacem parat vellum”. Si te preparas para la guerra, es que estás pensando en quedar por encima del otro. Si no existe una calidad humana no puede haber una verdadera paz, ni entre las personas ni entre las naciones.
El primer paso hacia la paz, tengo que darlo yo entrando dentro de mí. Si no he conseguido una armonía interior, si no descubro mi verdadero ser y lo asumo como la realidad fundamental en mí, ni tendré paz ni la puedo llevar a los demás. Este proceso de maduración personal es el fundamento de toda verdadera paz. Pero es también lo más difícil porque exige la superación de todo egoísmo. Una auténtica paz interior se reflejaría en nuestras relaciones, comenzando por las familiares y terminando por las internacionales.
¡Recuperemos el shalom judío! En esa palabra se encuentra resumido todo lo que intento deciros. Nuestra palabra “paz” tiene connotaciones exclusivamente negativas: ausencia de guerra, ausencia de conflictos, etc. Pero el shalom se refiere a realidades positivas. Decir shalom significaría un deseo de que Dios te conceda todo lo que necesitas para ser tú.
El ser humano auténtico es el que ha dejado de pretender que todo giren en torno a él. Aprender a amar, preocuparse de los demás, entrar en armonía, no sólo con los demás sino con toda la creación, es la única preparación para la paz. El que ama no pelea por nada ni pretende nada, sino que está encantado de que todos saquen provecho de él.