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jueves, 11 de noviembre de 2021

“La vejez debemos inventarla”

Pepe Mallo

  Redes Cristianas

“La juventud siempre ha sido un escándalo, la madurez un aburrimiento y la vejez una humillación”. (…) Me niego a asumir el destino de los viejos: dar buenos consejos a falta de poder dar malos ejemplos.” Palabras del insigne filósofo Fernando Savater (El País, 11-09-2021). ¿Agudezas de veterano filósofo o lindezas de “viejo” pensador? Prefiero la exhortación de Francisco en carta a los sacerdotes ancianos y enfermos de Lombardía: “Están viviendo una estación, la vejez, que no es una enfermedad sino un privilegio”.,

La vejez es una etapa más en la evolución de la persona. Y no se puede definir por el baremo “edad”. Hay viejos que atesoran más valores, más vitalidad, inteligencia y creatividad que muchos con menos años que presumen de inteligentes y lúcidos. Yo ya no cumplo años, los colecciono. Tengo ya casi todos…, y ninguno repe. De hecho, hace unos días he incrementado mi colección con uno nuevo que no tenía. O sea, que soy más viejo que ayer y menos que en lo sucesivo, circunstancia que motiva mi reflexión de hoy, estimulado por la reciente conmemoración del Día Internacional de los Mayores.

No soy “un viejo”. Sí soy viejo. Me encuentro en la “flor de la vejez”. Y por ello, doy gracias a la vida “que me ha dado tanto”, como reza la canción de la desdichada Violeta Parra. Canción que ha entrado en el corazón de muchos para quedarse. Lo que la autora describe como don de la vida: ojos y oídos, sonidos y palabras, pies para la marcha y el camino, corazón para el amor y hasta la risa y el llanto, resulta ser lo que en la actual cultura dominante pasa inadvertido, cuando no desdeñado. Violeta Parra agradece a la vida lo que le ha permitido abrirse al mundo, sentir al otro, “madre, amigo, hermano”, conocer y vivir el amor. Todo este sumario es don de la vida desde el nacimiento, es “la vida misma”, es lo único que “poseemos” y que esconde un altísimo valor.

Pertenezco a una generación que lo ha tenido muy duro para llegar a adulta. No sabría decir si la guerra, las penurias y el hambre nos impedían madurar entorpeciendo nuestro crecimiento o nos convertían en adultos prematuros o apócrifos. Pero sí puedo garantizar que aquel afán de supervivencia nos infundió mayor coraje, porque, gracias a la vida, teníamos lo esencial: espíritu de lucha, pasión por la vida, ansias de vivir. Hoy, también gracias a la vida, algunos de aquellos niños disfrutamos de colmada y calmada vejez, sin frustraciones ni desencantos, conscientes de nuestro inquebrantable quebranto, de nuestra frágil salud de hierro y de nuestras inexorables limitaciones.

El papa Francisco ha aludido en variadas ocasiones a la cultura del descarte. “Lo que no sirve se descarta. Los viejos son material descartable: molestan. ”La sociedad es injusta con los ancianos. Nos movemos en una enquistada marginación social, política y económica. En el imaginario colectivo, los viejos estamos etiquetados con términos negativos: clase pasiva, improductivos, dependientes, enfermos e ignorantes frente a una cultura donde predominan la economía, la producción y las nuevas tecnologías. Sólo se nos valora en cuanto consumidores. Para las políticas públicas asistenciales somos pensionistas.Y como valemos un voto, intentan ganarnos con la pesadilla de las pensiones. Un amigo socarrón me sugería que el acrónimo“imserso” significa “inservibles sociales”.

La pandemia del coronavirus ha destapado y evidenciado al colectivo más frágil e indefenso y ha enfatizado las necesidades y vulnerabilidades que sufre. Y no menos ha acrecentado la conducta discriminatoria, incluso vejatoria, respecto a los ancianos, no solo a nivel social sino en conductas individuales. Traigo aquí un ejemplo que ratifica mi afirmación. Me refiero a un acreditado bloguero de RD, de todos conocido, nonagenario él, de clarividente lucidez, de ideas claras y preclaras, denostado por unos fanáticos comentaristas, de mente demente, que le tachan de “vago, senil, vejestorio que chochea” y otras groseras lindezas. Mientras alardean de fervorosos cristianos…¡De vergüenza!

“La vejez debemos inventarla”, se ha dicho. Y en ello estoy. En la antigüedad, la propia sociedad estaba tutelada por ancianos. Hoy, las experiencias de los viejos no encajan en los vigentes valores sociales, éticos y religiosos. Nos asemejamos a los “jarrones chinos” de que hablaba un expresidente. Escondemos gran valor, pero no se encuentra un sitio apropiado para nosotros. Considero que la vejez se presenta como catarsis. Tras haber sido Alguien en la vida laboral y social, aunque a ese alguien pocos le conocieran, resulta muy difícil llegar a ser don Nadie. Necesitamos soñar nueva vida real, creer en nosotros y en nuestros recursos, crear paradigmas y respuestas nuevos, explotar la creatividad. Más que nunca nuestra presencia y testimonio son necesarios, aportando el protagonismo que nos hurta la sociedad. Se trata de ser protagonistas de nuestra propia vida.

Personalmente hace tiempo que he desterrado de mi vocabulario la tópica muletilla “¡Vamos tirando!”. He decidido no “tirar”, sino“reciclar”, reciclarme. La longevidad no consiste solo en vivir mucho, sino en vivir animosamente cada oportunidad que nos brinda la vida. Se trata de intentar ralentizar el implacable desgaste corporal, prolongar nuestro debilitado deterioro mental y cognitivo y esquivar los dos crueles estigmas de la vejez, la nostalgia y la soledad.

La nostalgia, esa “pena o tristeza y melancolía por el recuerdo de una dicha perdida”, nos atasca e inmoviliza. Confisca nuestras facultades y capacidades, enquistándonos mentalmente en un pasado, ya inoperante e inútil, que impide la comunicación con el exterior. Enrocarse en algo dejado atrás que no va a volver. La nostalgia se da en todos los órdenes de la vida, social, político y religioso. En la heterogénea sociedad actual aún quedan nostálgicos que por “montañas nevadas, banderas al viento, van por rutas imperiales caminando hacia Dios”. Y otros que por “rutas tridentinas” también se dirigen hacia el Creador. ¿Qué será más positivo y humano lamentar lo mucho perdido, ya irrecuperable, o potenciar lo poco favorable que aún nos regala la vida?

No menos cruel y perversa es la soledad, tan relevante en los comienzos de la pandemia. Ante el abandono y vulnerabilidad de tantos ancianos, solo nos queda, en lo negativo, las protestas y lamentaciones; en lo positivo, la acogida, el acompañamiento, la empatía y la simpatía. Incluyo en los “ancianos” a los “presbíteros” jubilados. ¿Se sentirán acogidos y atendidos por la institución Iglesia a la que han servido religiosamente durante años? ¿Dónde y cómo acabarán sus días?, ¿en una residencia sacerdotal, sin más compañía que otros sacerdotes “solitarios”? Su potencial soledad no será por falta de compañía sino por ausencia de cariño, especialmente de afectos familiares debido a su celibato.

En lo que a mí respecta, doy gracias a la vida, que me ha regalado el compartir mi dilatada existencia con una formidable mujer, formar una familia y trasmitir a mis hijos mis convicciones y vivencias, ayudándoles en su desarrollo personal. Y en esta última etapa, disfrutar jubilosamente de los nietos que alegran y refrescan los alifafes de la vejez. Y sentir la cercanía de amigos que me quieren y de gente que me acepta y aprecia.

¡Gracias a la vida!

Post scriptum: Tras lo dicho, prometo esforzarme denodadamente por vivir para siempre… ¡aunque muera en el intento!

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