Fe Adulta
“El que cree tiene vida eterna”. Al hilo del comentario del domingo pasado, cabe “traducir” tal expresión de este modo: Quien comprende sabe que es vida y vive en plenitud. Vayamos por partes.
La “comprensión” -entendida en el sentido más profundo, experiencial o vivencial: en este sentido, es sinónimo de “sabiduría”, que viene de “saborear”- es fuente de claridad y de confianza. Si por “creer” entendemos “confiar”, tal como hace el cuarto evangelio, está claro que únicamente puede confiar quien comprende. Ahora bien, si por “creer” se entiende adhesión mental a algún contenido, eso es lo opuesto a “comprender”. Porque la creencia es solo un constructo mental; la comprensión, por el contrario, es certeza. La creencia se apoya en algo recibido -en definitiva, es un conocimiento “de segunda mano”-; la comprensión viene como fruto de la experiencia y de la autoindagación.
Comprender significa caer en la cuenta de que, más allá de la persona en la que nos estamos experimentando, somos Aquello que es consciente, cualquiera que sea el nombre que le demos: consciencia, ser, vida… Comprender, por tanto, equivale a saber que somos vida.
Y es esta comprensión la condición para vivir en plenitud. Lo cual no significa que vayan a desaparecer de nuestra existencia los condicionamientos, límites y carencias que palpamos a diario -y que forman parte ineludible de nuestra condición humana-, sino que hemos saboreado el “lugar” donde todos nos hallamos a salvo, más allá de este “juego” temporal que estamos representando.
Ese es el “lugar” de la comprensión. Y para acceder a él precisamos acallar la mente y situarnos en el Testigo, conectar con la sensación profunda de presencia y permanecer ahí. Poco a poco, en el saboreo de esa sensación de presencia, se nos irá regalando percibir que la presencia percibida no es “algo” que surge como fruto del silencio, sino que constituye nuestra más profunda identidad: somos presencia consciente. Eso es la comprensión.
Desde ese lugar, podremos observar y atender cualquier circunstancia que aparezca en nuestra existencia cotidiana. Desde esa distancia liberadora, es posible “desinflar” las burbujas mentales que antes nos agobiaban y saber que, en lo profundo, en toda circunstancia, somos plenitud.
¿En qué “lugar” vivo habitualmente: en la mente o en el Testigo?
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