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miércoles, 3 de febrero de 2021

RECORDANDO A JOSÉ ENRIQUE RUIZ DE GALARRETA


col munarriz

En estas fechas se cumple el séptimo aniversario de la muerte de José Enrique Ruiz de Galarreta, y no me resisto a recordar alguna de sus reflexiones para que no caigan en el olvido. Están referidas a Dios y entresacadas textualmente del libro editado por Feadulta, “Pensamiento de José Enrique Galarreta”.

Allá van:

No es que nosotros inventamos a Dios, no es que nuestra razón lo descubre, es que lo buscamos porque nuestra naturaleza lo necesita y descubrimos que Él nos sale al encuentro. Ese lugar de encuentro es Jesús.

Y ése es el quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos: creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Creer que, en un ser humano, tan humano como nosotros, podemos ver a Dios.

Vemos cómo es Dios viendo a Jesús jugarse el prestigio por salvar pecadores, jugarse la vida por salvar a la adúltera, quebrantar la Ley por curar leprosos y llegar hasta la misma cruz.

En ese Jesús cercano, compasivo, amistoso, poderoso para curar, consecuente hasta dar la vida… en él y sólo en él conocemos cómo es Dios. La imagen del todopoderoso, rey de reyes y señor de señores, altísimo, señor de los ejércitos, gobernador del universo, resulta aquí muy poco interesante.

Cuando nosotros hablamos de Dios, hablamos de legislador, de retribuidor, de juez… Jesús nos habla de la semilla, la levadura, el campesino que siembra, el médico que sana, el pastor preocupado por su rebaño, la mujer feliz de haber encontrado su moneda, el padre que se vuelve loco de alegría al recuperar a su hijo…

Además, Jesús no sólo habla de ello, Jesús es así.

Pero su mejor parábola es Abbá, Papá, nuestra Madre... Una Madre, que, como cualquier madre, no quiere a sus hijos por ser justos sino por ser hijos. Que no les juzga por las faltas que cometen, ni se siente ofendida, ni se aparta de ellos cuando fallan, sino que se acerca más, porque le necesitan más; porque sabe que esas faltas acabarán arruinando su vida. Para ella, los hijos más importantes no son los mejores, sino los más necesitados...

Sigue a Jesús quien “cree en Abbá”… Yo no creo en Abbá porque sea razonable o lógico, porque explique el origen del universo, porque aclare el problema del mal, porque la razón lo demuestre… Creo en Él porque Jesús creía en Él.

En Jesús, el Hijo, el hombre "lleno del Espíritu", he descubierto que Dios es para mí el Padre con quien puedo contar, la Palabra que guía mi vida entera, el Viento que me ayuda a navegar.

Padre, Palabra y Viento, eso es Dios para mí. Saber cómo es Dios es a la vez saber cómo es mi vida, y es fuente de seguridad, estímulo y luz para todos los que queremos caminar correctamente por el mundo.

Y ya no se trata de un dogma casi incomprensible, algo así como que uno y tres es lo mismo, sino de que Dios se comunica conmigo –Palabra–, actúa en mí –Espíritu– y es mi Padre con quien puedo contar para salvar mi vida…

Disfrutar de la osadía de Jesús comparando a Dios con el paterfamilias venerable que echa por la ventana su dignidad y la mitad de su hacienda, porque ha recuperado al sinvergüenza de su hijo vuelto a casa muerto de miseria.

El error del hijo es que no conoce a su padre, y hasta cree que tiene que convencerle para que le perdone. Por eso se fue, porque no le conocía; porque creyó que había cosas mejores que trabajar en la casa del padre.

Terminamos:

Jesús no nos considera libres, sino esclavos del pecado, y Dios no juzga a personas libres y responsables, sino que ayuda a esclavos ciegos a que vean mejor y se liberen de sus cadenas.

Pero quien haya pensado en el Dios de Jesús como un juez blando, y en la Buena Noticia como un tranquilizante para nuestra mediocridad, no se ha enterado de nada. Nada hay más exigente que sentirse Hijo querido y perdonado de antemano por ese Padre.

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