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martes, 14 de abril de 2020

Encuentro de las mujeres con el Resucitado

Redes Cristianas
Juan José Tamayo
María Magdalena primera testigo del Resucitado
Las distintas tradiciones evangélicas coinciden en presentar a las mujeres como las primeras personas que se encontraron con el Resucitado. Los sinópticos narran esta experiencia con distintos matices a cuál más ricos. Según Mateo, cuando las mujeres visitan el sepulcro el primer día de la semana, un ángel les comunica que el Crucificado ha resucitado y les pide que vayan a anunciar la noticia a los discípulos (Mt 28,2-8). Inmediatamente después es Jesús Resucitado quien les sale al encuentro y les hace la misma petición: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28, 9-10). El matiz de Marcos es que el ángel manda a las mujeres que lo comuniquen “a sus discípulos y a Pedro” (Mc 16,7).

Tradiciones divergentes coinciden en presentar a María Magdalena como la primera testigo del Resucitado. Parece tratarse de una tradición muy antigua. El “final de Marcos” (Mc 16, 9-20) -añadido tardío al evangelio- afirma que Jesús “se apareció primero a María Magdalena, de quien había echado siete demonios” (Mc 16,9). Es ella la que transmite la noticia a los discípulos que habían compartido su vida con él (Mc 16,10). La reacción de éstos ante el anuncio de María Magdalena es de incredulidad. El testimonio de las mujeres carecía de valor entonces. ¡Cuánto más en un asunto de tanta trascendencia!
El Evangelio de Juan también presenta la aparición de Jesús a María Magdalena como la primera. La principal discípula y seguidora de Jesús se convierte en la persona que se encuentra con el Resucitado antes que los propios discípulos varones. El primer dato a tener en cuenta en este relato es que, al hallar el sepulcro vacío, Pedro y Juan se retiran, mientras que María Magdalena, según un sermón francés del siglo XVIII descubierto por el poeta Rainer María Rilke en 1911, “busca por doquier a su único, al único objeto de su amor, al único e inalterable apoyo de su corazón exánime”1.
En ese encuentro hay una tonalidad íntima que no aparece en el evangelio de Marcos. Jesús llama a María por su nombre. Ella lo reconoce al instante y le llama “Rabbonní”, que es la forma de dirigirse los discípulos más cercanos al maestro (Jn 20,16-17). El breve diálogo que se entabla entre ambos brota de la confianza que había caracterizado sus relaciones anteriores. Como observa Schillebeeckx, entre María y Jesús sigue dándose la misma “comunicación vital” que mantuvieran en vida. Más aún: María experimenta a Jesús como Viviente, afirma2.
Pero ahí no termina todo. Por indicación de Jesús, María comunica a los discípulos su experiencia del Resucitado: “He visto a Jesús” (Jn 20,18). Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea (Lc 8, 2-3); haber visto a Jesús resucitado (Jn 20,18); haber sido enviada por él a anunciar la resurrección a sus hermanos (Jn 20,17).
El evangelio de Lucas es especialmente significativo a este respecto, ya que mantiene una línea de continuidad en lo que se refiere a la actitud de las mujeres en tres momentos fundamentales y fundantes del movimiento de Jesús: durante la vida pública de Jesús, ante la cruz y en la resurrección. En relación a la presencia y participación de las mujeres en el movimiento de Jesús, leemos en Lucas: “Le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras que le servían con sus bienes” (Lc 8,3).
Las mujeres siguen a Jesús también camino del Gólgota: “Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por él” (Lc 23,27). Las mismas mujeres que le habían acompañado desde Galilea asisten con José de Arimatea al entierro (Lc 23,55). El primer día de la semana, cuando van al sepulcro con aromas, reciben la noticia del ángel de que Jesús ha resucitado.
En la explicación de la noticia, el ángel les comunica la relación entre la cruz y la resurrección, apelando al propio testimonio de Jesús de Nazaret: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará” (Lc 24,7). Como sucede en el “final de Marcos”, cuando las mujeres dan la noticia “a los Once y a todos los demás”, estos consideran su testimonio como desatino (Lc 24,11).
Según Schillebeeckx, “parece que las experiencias de estas mujeres contribuyeron a que la causa de Jesús se pusiera en movimiento”3. Opinión compartida y sólidamente fundamentada por la hermenéutica bíblica feminista4. En concreto, el reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo5. Hipólito de Roma le reconoce la condición de apostola apostolorum. Gregorio Magno la llama “nueva Eva” en cuanto anuncia la vida. León Magno la califica de persona Ecclesiae gerens.
Sin embargo, en las cartas paulinas y otros escritos del Nuevo Testamento el testimonio de las mujeres sobre Jesús resucitado no aparece y María Magdalena es sustituida por Pedro. Ello se debe, cree Lorenzen, “a la situación jurídica, unida a una Iglesia bajo el dominio masculino que muy pronto comenzó a suprimir el importante puesto que Jesús dio a las mujeres”6.
A pesar del silencio de Pablo y de otros escritos neotestamentarios, comenta con razón Suzanne Tunc, las mujeres constituyen el eslabón indispensable de la transmisión del mensaje evangélico, más aún, el eslabón esencial para la fe en Cristo resucitado y el nacimiento de la comunidad cristiana7. Sin el testimonio de las mujeres quizá hoy no habría Iglesia cristiana. ¿Quién podría narrar en las primeras asambleas eucarísticas las experiencias de la muerte y de la resurrección de Jesús, sino las mujeres, sus principales testigos? Ellas fueron testigos de cómo una víctima era rehabilitada y el Crucificado vence a la muerte por la fuerza del Dios de la vida.
¿Legitimación de la autoridad de los Doce?
¿Constituyen las apariciones una legitimación de la autoridad de aquellas personas a quienes se cita expresamente en los relatos y fórmulas de fe sobre la resurrección de Jesús?

Varias y divergentes son las opiniones de los especialistas al respecto. A favor de considerar el encuentro con el Resucitado como reconocimiento de la autoridad de los responsables del movimiento de Jesús se definen autores como U. Wilckens, W. Marxsen y Th. Lorenzen. U. Wilckens cree que se trata de “fórmulas de legitimación” cuyo objetivo es mostrar que a través de las apariciones los dirigentes de la comunidad se sentirían legitimados desde el cielo8. Interpreta el anuncio de una aparición de Jesús “a sus discípulos y a Pedro”, que hace el ángel sentado sobre la tumba vacía (Mc 16, 7), como una llamada a predicar la Buena Noticia de la salvación. La misma intención descubre en el relato tardío de Jn 21, que narra la aparición en Galilea y el encargo a Pedro de apacentar “mis ovejas” (Jn 21,16-17).

El mismo Pablo confirma este planteamiento cuando reivindica su condición de apóstol en función de la visión de Jesús resucitado: “¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1Cor 9,1). La dificultad surge a la hora de explicar la aparición a “más de 500 hermanos” (1Cor 15, 6). Pero Wilckens despeja la duda diciendo que parece tratarse de una noticia ofrecida de manera más libre y no de una fórmula acuñada definitivamente.

Marxsen cree que la insistencia en presentar a Pedro como la primera persona a quien se le aparece Jesús resucitado (1Cor 15,5; Lc 24,34) pudo tener como objetivo el fundamentar su función directiva en la comunidad cristiana primitiva. Lo mismo puede decirse de la referencia explícita a la aparición a Santiago (1Cor 15,7)9.

Th. Lorenzen considera que algunas de las personas que vivieron la experiencia pascual adquirieron una categoría especial. Éste fue el caso de Pedro, Santiago, Pablo y los Doce, que vieron legitimadas así sus funciones de liderazgo y autoridad espiritual en la comunidad. En consecuencia, el silenciamiento, por parte de Pablo y de otras tradiciones neotestamentarias, de la aparición de Jesús a María Magdalena y a otras mujeres supuso la exclusión de estas de los ámbitos de responsabilidad comunitaria.
Con la pronta instauración de estructuras patriarcales y de la teología androcéntrica en la vida y organización de la comunidad cristiana se interrumpieron las posibilidades y expectativas que se abrían con el reconocimiento de las mujeres como primeras testigos del Resucitado.

Schillebeeckx indica a este respecto que los relatos evangélicos de las apariciones presuponen ya “una Iglesia ya jerárquica”. Sólo los Doce, los jefes de las primeras comunidades cristianas son favorecidos con apariciones “oficiales”. Al testimonio de las mujeres no se les da crédito hasta contar con el reconocimiento apostólico oficial.


Otro es el parecer de H. Kessler, para quien las afirmaciones sobre las apariciones no pueden reducirse a meras “fórmulas de legitimación” literaria de quienes ejercían el poder en el cristianismo primitivo. Prueba de ello es que Pablo refiere la aparición a más de 500 hermanos (1Cor 15,6), que no parece ejercieran funciones directivas en la comunidad10.

Moltmann introduce un matiz que me parece importante en la discusión: la expresión “Pedro y los Doce” utilizada en los relatos de las apariciones, “posee una significación meramente simbólica”11, pues no parece que Pedro ejerciera una función rectora en la comunidad, y si la ejerció, quizá no fuera de forma duradera.
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Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es Hermano Islam (Trotta) 

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