José M. Castillo, teólogo
Y conste algo que, para todos y de una forma o de otra, es fundamental. Al plantear este asunto – y tal como lo he planteado – no estoy hablando sólo de sanidad y de economía. De esos dos problemas, por supuesto. Pero no sólo de esos dos problemas capitales. Además de esos problemas (y aunque parezca mentira), estoy hablando de nuestras creencias religiosas o, dicho de otra manera, hablo de nuestras convicciones éticas (aunque haya serias diferencias entre lo uno y lo otro).
Me explico. Quienes leen la Biblia y, más en concreto, el Evangelio, no tardarán en darse cuenta de que, en los Evangelios, los relatos de la vida y la actividad de Jesús repiten, una y otra vez, los llamados “milagros” de curaciones de enfermos. Al recordar estos relatos, lo primero que es necesario tener en cuenta es que lo que más le interesó y le preocupó a Jesús fue la salud de los que padecían una enfermedad. Es más, hasta podemos encontrar narraciones de difuntos a los que Jesús devolvía a esta vida. Y conste que esto le interesó y le preocupó tanto a Jesús que, por devolverle la vida a Lázaro, las autoridades del Sanedrín condenaron a muerte a Jesús (Jn 11,47-53).
Ahora bien, supuesto lo que acabo de explicar, la segunda cosa, que el Evangelio deja patente, es que Jesús afirmó, una y otra vez, que no se puede amar a Dios y al dinero. Es el segundo gran problema que encontramos en los Evangelios: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos”.
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