FE ADULTA
El místico y el loco van por el mismo mar, mientras que el loco se hunde, el místico nada” (Tonald Laing)
9 de agosto. DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Mt 14, 22-33
Pero, al sentir el fuerte viento, tuvo miedo y entonces empezó a hundirse y gritó: ¡sálvame, Señor!
En la oscuridad de la noche, en la agitación de un mar levantisco, se aparece Jesús a sus discípulos.
Podemos relacionar este episodio con la transfiguración y la Pascua: son manifestaciones de la identidad profundad de Jesús con el Señor: domina los elementos, infunde paz y confianza con su presencia, con sus palabras, con el estrecho contacto de su mano.
Pedro no teme porque se hunde, sino que se hunde porque teme, y cuando Jesús se identifica le reconoce, y solicita su llamada y la sigue con audacia confiada y es al instante salvado: figura ejemplar para la Iglesia.
En medio de la tormenta, la comunidad se olvida del Jesús de la solidaridad, y le ve únicamente como un fantasma que se aproxima en la oscuridad.
El Evangelio nos invita a tener una experiencia total de Jesús, rompiendo nuestros prejuicios y nuestras seguridades.
Quieren ir hacia él, pero se dejan amedrentar por las fuerzas adversas, sin apenas confiar en su palabra, dejando que sea él quien nos hable a través del libro de la Biblia y del libro de la vida.
Es este uno de los episodios evangélicos que mejor ilustra, por una parte, la situación de la comunidad cristiana, la de Mateo y la de todos los tiempos, en su histórico caminar en medio de grandes dificultades y no pequeños prejuicios.
Y por otra parte, con la presencia permanente del Señor resucitado en la barca de Pedro y con la promesa de su presencia, termina Mateo su evangelio:
“Yo estaré con vosotros siempre, hasta el final del mundo”, en su histórico caminar en medio de grandes dificultades.
Pero, al sentir el fuerte viento, tuvo miedo y entonces empezó a hundirse y gritó: ¡sálvame, Señor! (V 30).
No importa si creemos o no en fantasmas, o si tienes miedo a la muerte; el miedo a lo que no conocemos es natural en el ser humano, lo hemos sentido todos.
Esa sensación en el estómago que nos paraliza. Los pensamientos del «no puedo» se cruzan por nuestra frente y se instalan cómodamente, impidiéndonos lograr lo que nos propusimos.
El miedo aparece sin permiso y se queda por mucho tiempo, hasta que nos atrevamos a practicar una estrategia simple y rápida.
Tonald Laing dijo: El místico y el loco van por el mismo mar, mientras que el loco se hunde, el místico nada”
Y como Mateo repite en el versículo 30. Y así es lo que habitualmente gritamos todos cuando nos vemos amenazados por cualquier peligro: Pero, al sentir el fuerte viento, tuvo miedo y entonces empezó a hundirse y gritó: ¡sálvame, Señor! (Mateo 24, 30)
“¡¡Sálvanos, Jesús, que nos ahogamos, y no me ha dado tiempo a ponerme el chaleco salvavidas!!”
En mi libro En hierro y en palabras figura el poema de un gigante que causaba mucho miedo a cuantos le conocían:
POLIFEMO ENFURECIDO
Polyfêmos, el de “muchas palabras”
y un ojo solo en medio de la frente.
Odiseo y los suyos se lo extinguen.
Un diccionario de exabruptos
vomita por la boca y por las manos.
-“¿Quién te lo hizo?”, preguntaron los dioses.
-“Nadie, fue Nadie”, tronó furioso el valle.
¡Cíclope insolidario!
¿Si tu vida es nada, es “Nadie”,
por qué vacías la Montaña?
¿Por qué arrojando rocas quieres secar el Mar?
Alejado de Alguien, -de ti, del Mar, de la Montaña-
no eres Nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario