Mt 3,13-17
Empezamos el tiempo ordinario del año litúrgico. A lo largo de todo este año vamos desgranando las narraciones más importantes de Mt sobre de la vida pública de Jesús. Es lógico que empecemos con el primer relato importante de esa andadura, el bautismo. Los especialistas dicen que el bautismo es el primer dato de la vida de Jesús que podemos considerar, con una gran probabilidad, como verdaderamente histórico. Sin duda fue muy importante para Jesús. Fue también muy importante para los primeros cristianos que intentaron comprender su vida y milagros; porque el bautismo deja claro que el motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue el Espíritu.
La hondura de la fiesta la marcan las dos primeras lecturas. Ahí podemos descubrir que va mucho más allá de la narración de un hecho más o menos folclórico. Isaías hace un cántico al libertador del pueblo oprimido que la primera comunidad cristiana identificó con Cristo. Pedro hace un resumen muy certero de la vida de Jesús. En las tres lecturas se habla del Espíritu como determinante de la presencia salvadora de Dios. La presencia de Dios en la historia se lleva a cabo siempre a través de su Espíritu. Dios es causa primera, y no puede ser causa segunda. Actúa siempre desde lo hondo del ser y sin violentarlo en nada. Por eso decimos que actúa siempre como Espíritu.
Aunque el bautismo de Jesús fuera un hecho histórico, la manera de contarlo va más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista acentúa los aspectos que más le interesan para destacar la idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo narran los tres sinópticos y Hechos alude a él varias veces. Jn hace referencia a él como dato conocido, lo cual es más convincente que si lo contara expresamente. Dado el altísimo concepto que los primeros cristianos tenían de Jesús, no fue fácil explicar su bautismo por Juan. Si a pesar de las dificultades de encajarlo, se narra en todos los evangelios, es que era una tradición muy antigua y no se podía escamotear.
El relato del bautismo intenta concentrar en un momento, lo que fue un proceso que duró toda la vida de Jesús. La mejor demostración es que en los sinópticos está relacionado con las tentaciones. Ni en uno ni en dos momentos quedó definitivamente clara su trayectoria. No tiene mucha lógica que el bautismo marque el punto de inflexión hacia su vida pública. Aceptar el bautismo de Juan era aceptar su doctrina y su actitud vital fundamental. No se entiende que esa aceptación del bautismo de Juan sea el comienzo de un proyecto propio, distinto del de Juan.
En el brevísimo diálogo entre Jesús y Juan, Mt expresa que Jesús rompe todos los esquemas del mesianismo judío. No es el bautizar a Jesús lo que le cuesta aceptar al Bautista, sino el significado de su bautismo, que trastoca la idea del Mesías juez poderoso, que Juan manifestaba en sus discursos. Es muy probable que Jesús fuera discípulo de Juan y que no solo se vio atraído por su doctrina, sino que formó parte del grupo de seguidores. Solo después de ser bautizado, desde su propia experiencia interior, trasciende el mensaje de Juan y comienza a predicar su propio mensaje, en el que la idea de Mesías y Dios, que el Bautista había predicado, queda notablemente superada.
Con sus constantes referencias al AT, Mt quiere dejar muy claro que toda la posible comprensión de la figura de Jesús tiene que partir del AT. La manera de hablar es totalmente simbólica. Lo que nos cuentan pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos dice: “y mientras oraba...” Los demás evangelistas lo dan por supuesto, porque solo desde el interior se puede descubrir el Espíritu que nos invade. Jesús, una persona ya madura pero inquieta, se siente atraído por la predicación de Juan. No solo la acepta, sino que se quiere comprometer con las ideas del Bautista. Todo ello prepara a Jesús para una experiencia única. Se abre el cielo y ve claro lo que Dios espera de él.
Jesús no fue un extraterrestre de naturaleza divina que estaba dispensado de la trayectoria que cualquier ser humano tiene que recorrer para alcanzar su plenitud. No nos tomamos en serio esa experiencia humana de Jesús. Pero los primeros cristianos tomaron muy en serio la humanidad de Jesús. Hablar de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un pecador, aunque no tenía pecados, es pensar en un acto teatral que no pega ni con cola a una personalidad como la de Jesús. No cabe duda que Jesús recorrió una trayectoria completamente humana.
A este relato nos acercamos con demasiados prejuicios: El primero, olvidarnos de que Jesús era completamente humano y necesitó ir aclarando sus ideas. En segundo lugar, nuestro concepto de pecado y conversión no tiene nada que ver con lo que se entendía entonces. Entendemos la conversión como un salir de una situación de pecado. Lo que se narra es una auténtica conversión de Jesús, lo cual no tiene que suponer una situación de pecado, sino una toma de conciencia de lo que significa para el hombre alcanzar la plenitud de ser de manera nueva.
Dios llega siempre desde dentro, no de fuera. Nuestro mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con lo que vivió y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo. Después de esa experiencia, Jesús ve con claridad que esa es la meta de todo ser humano y puede decir a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”. Porque él ya había nacido del Espíritu.
El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con nuestro bautismo. El relato no da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a la manifestación de Dios en Jesús por medio del Espíritu. Fijaros que Mt dice expresamente: “apenas se bautizó, Jesús salió del agua…”. Mc dice casi lo mismo: “apenas salió del agua…” Lc dice: “y mientras oraba…”. La experiencia tiene lugar una vez concluido el rito del bautismo. En los evangelios se hace constante referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús. La frase “nacido del Espíritu” es absolutamente cierta en este sentido.
La alusión a los cielos, que se abren definitivamente, es la expresión de la esperanza de todo el AT. (Is 63,16) “¡Ah si rasgasen los cielos y descendieses!” La comunicación entre lo divino y lo humano, que había quedado interrumpida por culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora posible gracias a la total fidelidad de Jesús. La distancia insalvable entre Dios y el Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó Jesús dentro de sí mismo y esa presencia le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él para llevar a cabo su misión.
Estamos celebrando el verdadero nacimiento de Jesús. Y éste sí que ha tenido lugar por obra del Espíritu Santo. Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana, marcándonos el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos que ser muy conscientes de que solo naciendo de nuevo, naciendo del agua y del Espíritu, podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús desde fuera, como si se tratara de un líder ni aceptando su doctrina y sus leyes sino entrando como él en la dinámica de la vivencia interior. Ser cristianos es repetir en nosotros el proceso de deificación que Jesús llevó a cabo en sí mismo.
La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de específicamente humano; no puede ser una inconsciente presencia mecánica. Dios está en todas las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero solo el hombre puede tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. Esto es su meta y el objetivo último de su existencia. En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios en él fue un proceso que no terminó nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de un paso más, aunque decisivo, en esa toma de conciencia.
Meditación
Jesús vio que el Espíritu bajaba sobre él.
Ésta es la experiencia máxima de un ser humano.
Teniendo en cuenta que Dios no tiene que venir de ninguna parte,
descubrir el Espíritu en lo hondo de mi ser,
es el segundo nacimiento que Jesús pide a Nicodemo.
Con esa experiencia, comienza otra Vida que es la verdadera.
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