Los obispos alemanes quieren cambios de fondo en la Iglesia, un reclamo que pone al Papa Francisco en una posición difícil ante los conservadores.
Un Sínodo local, iniciado este mes y que durará dos años con medidas progresistas a la vanguardia en la Iglesia, amenaza revolucionar el catolicismo mundial y agravar los conflictos con los sectores más conservadores y tradicionalistas, creando serios problemas al Papa Francisco, garante de la unidad de 1200 millones de bautizados.
“La homosexualidad es normal”, proclama la mayoría de los obispos de Alemania, que quieren quitar las prohibiciones y reclaman cambios de fondo.
Los obispos alemanes pretenden un “camino sinodal vinculante” y han unido en el proceso al Comité Central Católico alemán, la principal asociación de laicos, cuyo líder es el profesor Thomas Stemberg. Los laicos reclaman permitir el sacerdocio de las mujeres, entre ellas las 14 mil monjas, el fin del celibato obligatorio para los 13.285 sacerdotes y hasta bendecir el matrimonio gay en las 10.045 parroquias.
En el Vaticano levantan las barricadas para frenar estos ímpetus, pero será difícil porque hace mucho tiempo que la treintena de obispos germanos quiere los cambios. La razón fundamental es que la Iglesia alemana envejece y se desinfla, pierde continuamente fieles. La hemorragia es continua: quedan 23 millones de católicos, que eran 42 millones en 1950, en un país de 80 millones de habitantes, el más poblado de Europa Occidental. Suman el 27,7% de los habitantes. Los protestantes también se reducen drásticamente en el país de Lutero. Son 21.1 millones, el 25%, mientras que los germanos que se proclaman “sin religión” llegan al 34%.
Los Sínodos son instrumentos para las reformas. El problema es cuánto avanzar sin causar fracturas. Esta es una concreta advertencia que el mismo Papa les ha lanzado a los obispos de la riquísima Iglesia alemana, que influye por tanto mucho en las iglesias más pobres, a las que brinda una generosa ayuda.
El cardenal alemán Reinhard Marx, uno de los que asesora a Francisco en la reforma de la Curia, es partidario de cambios de fondo. /REUTERS
La mayoritaria ala progresista de la Iglesia germana ha demostrado siempre una gran sintonía con Francisco y no trabaja en favor de un cisma, como afirman los ultraderechistas conspiradores, pero tampoco está dispuesta a ir detrás de los problemas del Papa “cerrando los ojos”. “No será Roma la que nos dirá qué debemos hacer”, afirma un laico militante.
El cardenal Rainer María Woelki reflexionó que “el dilema es si quieren un cisma o alzar la apuesta para obtener una mayor autonomía doctrinal”.
El líder de la oposición a la Iglesia que lidera el poderoso cardenal Reinhard Marx, ex guardián de la ortodoxia católica hasta que el Papa lo quitó como “ministro” para la Doctrina de la Fe, es el cardenal y teólogo de nota, Gerhard Mueller. Acusa a sus obispos compatriotas de “querer casi refundar la Iglesia Católica, un acto de soberbia”.
Mueller acusa al Concilio Vaticano II (1961-1965) de ser culpable de abatir las barreras “que protegían la doctrina y la moral, provocando un relajamiento en el reclutamiento y formación del clero, en una sociedad cada vez más permisible”.
Mueller es discípulo del Papa emérito germano Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, número uno de los teólogos ortodoxos de la Iglesia. Retirado en un convento en los jardines vaticanos, Ratzinger publicó una carta en abril último que causó un enorme revuelo.
“El contexto de liberación de la moral, produjo en veinte años, entre los años 60 y 80, que las normas de la sexualidad fueran completamente arrasadas”, afirmó el Papa emérito en su carta, originada en el debate por los escándalos por abusos sexuales en la Iglesia.
La carta del Papa
Francisco bendijo la iniciativa del “camino sinodal” (los alemanes no nombran la palabra Sínodo para no dramatizar las cosas), enviando una carta a su amigo el cardenal Marx, que es también miembro del Consejo de los seis cardenales que aconsejan al Papa en la reforma de la Curia y el coordinador económico del Consejo para la Economía del Vaticano.
En trece parágrafos advirtió a los obispos germanos del “peligro de perder la unidad”. “Cuando una comunidad ha querido salir sola de sus problemas se han multiplicado los males que quería superar”, señaló. “No se debe ceder a la tentación de reorganizar simplemente las cosas. Somos todos conscientes de vivir una época de cambios que es también un cambio de época”, agregó Jorge Bergoglio.
El cardenal alemán Gerhard Mueller, una de las voces más fuertes de la revuelta ultraconservadora contra Francisco. /AP
Al Papa más que los debates teológicos en la búsqueda sinodal de los cambios le interesa poner al centro “la vida concreta”.
Pero los alemanes saben que este camino también se arriesga a llevar a un desvío de los problemas que les aquejan. Las jóvenes generaciones alemanas quieren que la Iglesia se modernice a fondo.
En cuanto a la figura del Papa cuyas necesidades y directivas no pueden ser puestas en cuestión, el vaticanista Francesco Peloso recordó que “el fin del absolutismo papal comenzó con la renuncia de Joseph Ratzinger en febrero de 2013, la primera en 700 años de papados”. Su decisión “humanizó el instituto pietrino desacralizando cuerpo e imagen del pontífice. Todo el resto es consecuencia”, destaca lúcidamente Peloso.
En su carta a los obispos alemanes, el Papa apremiado los invitó a “caminar juntos a lo largo del camino, como un cuerpo apostólico”. “Escuchemos al Espíritu Santo aunque no la pensamos del mismo modo”.
El cardenal Marx a su vez respondió que “la vida de los obispos y los sacerdotes reclama cambios y testimonios de libertades interiores”.
“Apreciamos el celibato y descubriremos hasta qué punto forma parte de un testimonio en la Iglesia. La teología y las ciencias no han dado hasta ahora de la moral sexual de la Iglesia informaciones suficientemente decisivas”, señaló.
“El resultado es que la educación sexual no da ninguna orientación a la gran mayoría de los bautizados”, agregó Marx.
El cardenal y el líder de los laicos católicos Stemberg se proponen realizar con el proceso sinodal “un nuevo inicio”.
La carta del Papa produjo un resultado. El cardenal Marx auspició buscar una “alternativa” menos fuerte en el camino sinodal, pero la votación arrojó un “no” de 21 obispos, con solo tres “si” y otras tantas abstenciones.
No faltaron quienes recordaron que una cuestión fundamental, que es el ecumenismo avanzado con luteranos y calvinistas, sufrió un serio tropiezo después de que los obispos germanos aprobaron la oración común de un matrimonio mixto católico-protestante en uno de los dos ritos litúrgicos. Roma rechazó la iniciativa que consideró “no madura”. Esta decisión produjo resentimiento en los episcopales.
Las tesis sinodales alemanas también fueron rechazadas por el Vaticano, con una carta del prefecto (ministro) de la Congregación para los obispos, el cardenal canadiense Marc Oulet, que en su respuesta adjuntó una dura carta del presidente del Pontificio Consejo para los textos Legislativos, monseñor Filipo Iannone. En resumen, en términos liquidatorios se les dijo que el Sínodo Vinculante para la Iglesia alemana “no es eclesiásticamente válido” y que los planes de los episcopales germanos “violan las normas canónicas” y aparecen destinadas a “alterar las normas universales y doctrinales de la iglesia”.
Los obispos fueron invitados a seguir en su camino sinodal “las normas del Derecho Canónico”. La reacción fue confirmar los temas urticantes de renovación de la Iglesia. El clima desde Alemania anuncia tormentas a Roma.
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