José María Castillo
Teología sin censura
La experiencia religiosa de casi todos nosotros ya no es de fiar, porque (sin darnos cuenta) terminamos practicando una religión que nos engaña.
Es la religiosidad que nos empuja a practicar unas creencias, que, en lugar de llevarnos a lo que Dios quiere, en realidad nos llevan a lo que Dios no quiere en modo alguno.
La experiencia religiosa de casi todos nosotros ya no es de fiar, porque (sin darnos cuenta) terminamos practicando una religión que nos engaña.
Es la religiosidad que nos empuja a practicar unas creencias, que, en lugar de llevarnos a lo que Dios quiere, en realidad nos llevan a lo que Dios no quiere en modo alguno.
Voy a poner un ejemplo, que es de actualidad. Cuando el Evangelio explica cómo será el “juicio universal”, el Señor de la historia y de todas las naciones, sentado en el trono de su gloria (Mt 25, 31), dividirá a la humanidad entera en dos bloques enormes. Y pronunciará sentencia. A los que se van a salvar, les dirá (entre otras cosas): “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25, 35), mientras que a los que se van a condenar, les dirá: “fui extranjero y no me acogisteis” (Mt 25, 43).
O sea, en el juicio definitivo de Dios, será decisivo el comportamiento que hemos tenido, tenemos o tendremos con los extranjeros. Por consiguiente, o el Evangelio es mentira o lo que hemos hecho – y estamos haciendo – con los extranjeros, nos va a salvar o nos va a condenar.
Por esto, no me cabe en la cabeza que haya tanta “gente de Iglesia” y “amigos de los fanáticos partidarios de la Iglesia”, que no se pierden ni una misa, al tiempo que levantan murallas y alambradas en nuestras fronteras, para que no se cuele entre nosotros ni un extranjero.
Por esto, no me cabe en la cabeza que haya tanta “gente de Iglesia” y “amigos de los fanáticos partidarios de la Iglesia”, que no se pierden ni una misa, al tiempo que levantan murallas y alambradas en nuestras fronteras, para que no se cuele entre nosotros ni un extranjero.
Europa, el continente que fue el primero en acoger el cristianismo y en el que está el
centro del cristianismo, ha sido también el continente que, cuando le ha interesado ha sido el extranjero que ha invadido y se ha adueñado de continentes enteros. Y ahora, cuando le interesa lo contrario, convierte el Mediterráneo en un inmenso cementerio en el que fenecen los extranjeros.
centro del cristianismo, ha sido también el continente que, cuando le ha interesado ha sido el extranjero que ha invadido y se ha adueñado de continentes enteros. Y ahora, cuando le interesa lo contrario, convierte el Mediterráneo en un inmenso cementerio en el que fenecen los extranjeros.
Es duro tener que reconocer que vivimos en el continente de las más grandes contradicciones.
Por eso me ha impresionado tanto el Papa que tenemos. El primer viaje que hizo Francisco fue a Lampedusa, donde se acogen los desesperados del Mediterráneo. Y su último viaje ha sido a Sudán del Sur, y allí se ha puesto de rodillas para pedirle perdón al primer mandatario de aquel país.
Y éste es el Papa que más enemigos ha tenido en la reciente historia de Europa. Este Papa “se ha pasado” a los pobres, a los extranjeros y a los extraviados.
Por eso me ha impresionado tanto el Papa que tenemos. El primer viaje que hizo Francisco fue a Lampedusa, donde se acogen los desesperados del Mediterráneo. Y su último viaje ha sido a Sudán del Sur, y allí se ha puesto de rodillas para pedirle perdón al primer mandatario de aquel país.
Y éste es el Papa que más enemigos ha tenido en la reciente historia de Europa. Este Papa “se ha pasado” a los pobres, a los extranjeros y a los extraviados.
Por eso he pensado, tantas veces y entre tantas limitaciones, que el P. Jorge Mario Bergoglio, con todas las limitaciones que se puedan ver en él y su forma de gobernar la Iglesia, lo que no admite duda es que este hombre le ha dado un giro nuevo a la Iglesia. Es el giro y la dirección del Evangelio. ¿Qué los más religiosos son sus más fanáticos enemigos?
No cabe duda. Pero, ¿no fue eso exactamente lo mismo que le ocurrió a Jesús?
No cabe duda. Pero, ¿no fue eso exactamente lo mismo que le ocurrió a Jesús?
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