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miércoles, 7 de agosto de 2019

El ejemplo arrastra

Redes Cristianas
Gabriel María Otalora
En esta ocasión, quiero traer a los lectores la actitud de Aita Patxi (Padre Francisco de la Pasión), el religioso pasionista que se desvivió por todos, primero con su gente en medio del avance de las tropas golpistas del general Mola y después en los batallones de castigo donde se jugó la vida ayudando a cuantos tenía a su alrededor, de un bando y otro, muchas veces siendo tratado como un animal por quienes decían pelear desde la “fe verdadera”. Y en medio de semejante zozobra, ocurrió un hecho no muy divulgado, con Aita Patxi como protagonista y que nos debiera centrar nuestra fe en lo esencial.
Ocurrió que un preso asturiano no católico se fugó del campo de trabajos forzosos franquista, pero fue detenido en una localidad vecina. Sin demasiados trámites, fue condenado a muerte. Estaba casado y tenía varios hijos. Enterado Aita Patxi como compañero de cautiverio que era, quiso librarle de la muerte; se dirigió al sargento encargado de su custodia y le pidió ser fusilado en su lugar. El militar acudió confundido a su comandante y se lo contó. Debió también impresionarse el comandante al oír a su sargento, pues, según cuenta el historiador y benedictino, Hilari Rager, el comandante le transmitió lo siguiente: “Por usted le perdonamos la vida al asturiano. No morirá”. 
Fue en el mes de julio de 1937, en San Pedro de Cardeña. Serían las 10 de la noche. Aita Patxi fue conducido por cuatro soldados, armados con casco y bayoneta calada, vino a la enfermería a despedirse de sus compañeros de cautiverio: “Zeruarte! (“¡Hasta el cielo”!), les dijo. Y esto es lo que cuenta el propio comandante del centro de castigo burgalés: cuando se fugó un prisionero, resulta que se me presenta el P. Francisco, también prisionero del mismo campo y, arrodillándose ante mí, me dice: señor comandante, quiero pedirle un favor, quiero que perdonen a Esteban Plágaro y me fusilen a mí. Yo quiero morir en su lugar, porque ese hombre tiene hijos y es pena que esos pobres niños se queden sin padre. No supe qué responder ante aquella petición tan extraña, prosigue el comandante. Después de reflexionar un rato, le dije: ya lo consultaré con la Junta de Guerra de Burgos y, si ellos están conformes, le concederemos la gracia. El religioso me dio las gracias y se alejó sonriente.
Entonces se le ocurrió al comandante poner a prueba la sinceridad del religioso vasco: le llamó donde se iba a cumplir la sentencia, con el piquete que le iba a ejecutar. Allí se presentó él inmediatamente. Padre Francisco, le dije, la Junta de Burgos ha aceptado que Vd. muera en lugar de Plágaro. Entonces él me dio las gracias y estuvo un ratito recogido, como en preparación para morir, y me contestó: ¡Ya estoy!
Se colocó enfrente del pelotón de soldados, que estaban preparados para cumplir la sentencia. Di al piquete orden de estar listos para disparar. Al P. Francisco se le veía sonriente y feliz para morir en lugar del condenado. Yo no pude contener la emoción y las lágrimas y le dije: Padre, ¡retírese! Numerosas personas, testigos directos e indirectos del suceso, lo han relatado igual. El suceso impresionó mucho a cuantos lo presenciaron aunque el gesto heroico de Aita Patxi tuvo un triste final, pues el asturiano fue fusilado aquella madrugada…
Ante la orfandad actual de modelos éticos, que parece que no se llevan, la memoria histórica, además de dignificar a las víctimas, debe movernos como cristianos a bucear biografías y personas para quienes la convivencia no era un mero sentimiento, sino una acción. Este religioso pasionista nos demuestra hasta qué punto es importante recuperar ciertos testimonios, valorarlos y hacerlos nuestros con la vista puesta en lo esencial.
Hilari Pager resalta que la máxima muestra de la caridad de Aita Patxi al ser dos las ocasiones que se ofreció para reemplazar a quienes iban a ser fusilados, como hizo San Maximiliano Kolbe en un campo de concentración nazi unos cuantos años antes, siendo este caso mucho más conocido.

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