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lunes, 13 de mayo de 2019

Una parroquia en Salamanca

José Arregi
José Arregui1
Saludo a las gentes de Salamanca y sus tierras castellanas, “henchidas de luz y de aire”, como escribió Miguel de Unamuno.
Recientemente tuve la fortuna de conocer, a las afueras de la capital, en el Barrio Buenos Aires, la parroquia de Santa María de Nazaret, que celebraba sus Bodas de Plata. “Esto es una parroquia”, me dije. Lo dice el nombre, que se deriva del griego paroikía y significa “vecindad” y también “residencia en país extranjero”. Así se llamaron las comunidades cristianas de habla griega desde las primeras décadas después de la muerte de Jesús a las afueras de Jerusalén con sus hermosos palacios y su gran Templo: paroikíai, hogares de quienes no tienen hogar.

Y no llamaban pároikos (“párroco”), como lo hace el Derecho Canónico, a un varón ordenado sacerdote por un obispo e investido de poderes sagrados para toda su vida, al frente y por encima de los “laicos”. Eso no existía todavía. Todas las mujeres y hombres de la comunidad se llamaban pároikoi, a saber, “próximos”, “vecinos” o “extranjeros”.
Así, un noble pagano de la época llamado Diogneto, muy interesado en conocer la “religión de los cristianos” y su forma de vida, uno o una de esas “párrocas” o “parroquianas” se lo explicó en estos términos, entre otros muy deliciosos: “Toda tierra extranjera es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extranjera”.
De modo que si algún diputado del Congreso o un obispo cualquiera de la Conferencia episcopal estuviera interesado en saber lo que es una parroquia y en qué consiste ser cristiano, vaya a pasar unos días en el Barrio Buenos Aires, y hable con María, Manoli o Carmen, o con Manolo y Mari Carmen. O con León, que habla poco, pero basta con mirarlo. O con Emiliano, que, a pesar de ser sacerdote canónicamente ordenado y nombrado párroco por su obispo, se ocupa solo lo justo de cánones y casullas y de cosas llamadas sagradas, y cuida cuanto puede de lo más sagrado: la vida de la gente más pobre, como presos en fin de condena sin otro porvenir que la vuelta a la cárcel o inmigrantes llamados irregulares por carecer de nuestros papeles.
Bodas de plata, y mucho más que de plata, de oro o de todos los metales que llamamos preciosos. Bodas de humanidad. Durante estos 25 años, la casa parroquial ha ofrecido techo y pan, hogar y patria a más de 2.800 personas expulsadas del planeta, condenadas de nuestra justicia, desechadas de nuestra abundancia. Hoy son 12 las personas que viven y encuentran en ella la humanidad y la fe en sí mismos que no conocían o que habían perdido. Y, junto con otros que les precedieron en esa casa y ahora poseen la suya, al amparo de ASDECOBA (Asociación de Desarrollo Comunitario Buenos Aires), descubren la dignidad del trabajo, mucho más allá del salario: un espacio de rehabilitación, de crecimiento personal, de apoyo y acompañamiento mutuo, y de autogestión. Al cultivar la tierra, la cuidan, y se cuidan.
He ahí la parroquia de María, mujer pobre y fuerte, fuerte y sabia, sabia y libre. La parroquia del fruto bendito de su vientre, Jesús, profeta sanador, liberador de la vida. Una parroquia que encarna el Evangelio de un mundo nuevo en que todos sin excepción ni diferencia podamos respirar y vivir.
Mientras tanto, sesudas comisiones cardenalicias del Vaticano, con teólogos y expertos asesores, llevan meses discutiendo si procede la ordenación de mujeres como diaconisas, y si dicha ordenación, en caso de que se aprobara, sería o no un sacramento. Ni falta que hace, monseñores, ni importa a casi nadie. Dejen esas cuestiones, si les importa Jesús, y vengan a la parroquia de Nuestra Señora de Nazaret, y vean cómo se divisan desde ella, muy cerquita y muy lejos a la vez, las torres de las dos Catedrales de Salamanca, la Vieja y Nueva, y las torres de la imponente Clerecía. Símbolos de una Iglesia del pasado.
“Misericordia quiero, y no sacrificios”, dijo Jesús. Todo lo demás es relativo o simplemente superfluo. Así lo entiende y vive esta parroquia del Barrio Buenos Aires, henchida de luz y de aire, de Pascua y de Espíritu. El Evangelio de las Bienaventuranzas y de la parábola del Buen Samaritano son su Catecismo, su Ritual y su Derecho.


(Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 12 de mayo de 2019)

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