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viernes, 10 de mayo de 2019

A VUELTAS CON LA FAMILIA

col zapatero

En septiembre de 1993 la Asamblea general de las Naciones Unidas decidió que cada 15 de mayo se celebrara el Día Internacional de la Familia. Fue a partir del año siguiente cuando comenzó a celebrarse dicha efeméride en la mencionada fecha; también se celebra este, por supuesto.
Han cambiado mucho las cosas desde entonces hasta hoy en esta cuestión, como también en muchas otras, por descontado. Hasta el punto de que la familia es una de las instituciones más sometidas al conflicto en los últimos tiempos. Cabe decir, no obstante, que hablar de conflicto no supone, lo tengo muy claro, ningún tipo de menosprecio respecto a esta realidad en la que de una manera o de otra todos estamos implicados. El concepto “conflicto" no tiene por qué ser asumido como algo negativo. Sólo en un cementerio no hay ningún tipo de conflicto. En todo caso, a veces sí que los hay, pero, cuando se dan, es debido a enfrentamientos entre los vivos.
Que la familia esté en proceso constante de cambio no significa dudar de su validez en los momentos en que nos encontramos y creo que para siempre. Negar este cambio de la familia, hoy en día, significaría cerrar los ojos a la evolución que ha hecho la persona en general y, por lo mismo, la familia en la mayor parte de las culturas a lo largo de la historia y también, por lo que a la cultura judía se refiere, la familia patriarcal desde el Antiguo Testamento hasta la llegada de Jesús. Él, según sus mismas palabras, no vino a destruir nada, tampoco el sistema antiguo de familia, sino a perfeccionarlo; poniendo en este caso las bases de lo que sería lo realmente esencial de la vida familiar según el nuevo estilo que Él vino a traer. Ahora bien, la cuestión es saber cuál es realmente lo esencial.  Pienso personalmente que muy pocas cosas.
Antes de abordar el meollo de la cuestión, quiero dejar claro que estoy totalmente de acuerdo con el hecho de que cada persona elija para vivir la forma comunitaria que mejor le ayude a conseguir la propia felicidad, al tiempo que la empuje a darse con más ganas y más fuerza para trabajar en favor de la de los demás. A partir de aquí, no seré yo quien pierda el tiempo en discutir si a estos diversos tipos de vida comunitaria que se dan hoy en día tienen que llamarse de esta manera o de la otra. Me importa el grado de sinceridad y de generosidad con la que afrontan la convivencia. Nada más. Porque es sólo desde aquí que tiene razón un proyecto de convivencia en todos los sentidos y, por supuesto, la convivencia a nivel de pareja.
Dicho esto, y tras revisar algunos pasajes del Evangelio, no tengo la menor duda en afirmar que Jesús, cuando habla en el Evangelio de matrimonio, lo hace desde la vertiente de hombre y mujer. No podía hacerlo de otra manera, porque los parámetros sociales de entonces eran aquellos y porque un elemento importante, para mí no esencial de la pareja, como es la reproducción, no se podía llevar a cabo en aquellos momentos de otra manera que a través del hombre y de la mujer. Ahora bien, Jesús, una vez dicho esto, calla. Lo cual quiere decir que no debemos buscar las mil y una para hacerle decir lo que no dijo y que, en el fondo, es lo que a muchos y muchas les gustaría que hubiera dicho.
Pero, claro; la cuestión no termina con el hecho de que sea hombre y mujer. A mí eso no me da respuesta a muchos de los interrogantes que tengo ni me justifica el matrimonio heterosexual como fundamento de la familia. Y me explico: si aquella familia formada por un hombre y una mujer no es generosa, abierta, solidaria, austera, sensible a la problemática existente a su alrededor y también de lejos, etc. no la considero familia como tal. Dice Jesús: "Dejarán al padre y la madre y ambos formarán una sola carne", refiriéndose al matrimonio. ¿Dónde está “esta sola carne” en tantos y tantos casos, casados ​​según el ritual de la madre Iglesia, pero, en cambio, cada uno de ellos ignorando totalmente al otro y, no digamos, a cualquier persona que pueda estar pasándolo mal? O en el mejor de los casos, ¿existiendo entre ambos con una avenencia normal o, incluso, buena, pero totalmente despreocupados de todo tipo de problemática social, respecto a la que podrían hacer algo, dadas sus cualidades y situación?
¿Es este el tipo de pareja que debemos defender como fundamento de una familia posterior? ¿Por qué no tienen el mismo coraje a la hora de decir "no" a este tipo de matrimonio y de familia todas y todos aquellos que atacan otros tipos de convivencia que están totalmente fuera de los criterios de la Iglesia y, según dicen muchos de ellos, fuera también de la "Ley natural"?
Me temo que “hemos casado” con demasiada ligereza y, en cambio, nos hemos apresurado para condenar rápidamente otros tipos de convivencia que posiblemente, no casados ​​o casados ​​de otra manera, eran en muchos casos mucho más evangélicos. Y no porque lo diga este o el otro. Sino porque lo dice el mismo Jesús: "Por sus frutos los conoceréis".
No perdamos más tiempo en llamar de una manera o de otra, en vociferar y ponernos a la defensiva por sistema. Trabajemos para ayudar a madurar a las personas y hacer crecer el grado de generosidad de sus conciencias. De eso se trata; pues según el mismo Jesús: "Sólo los árboles buenos pueden dar frutos buenos". Me temo que muchas veces nos estamos autoengañando con demasiado "bisutería" y, también, con demasiados "árboles de plástico" que adornan, pero, en cambio, son incapaces de dar fruto.
Lo único realmente sagrado es el amor. Por tanto, por muchos rituales que hagamos o por mucho que sigamos lo que según nosotros es “Ley natural”, "Si no tengo amor, no soy nada", tal y como recuerda el apóstol Pablo

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