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jueves, 21 de marzo de 2019

EL DEDO DE DIOS

col aradillas

Hablamos y nos comunicamos con los demás y con Dios, no solo con las palabras. Lo hacemos además con los gestos y, por supuesto, y por encima de todo, con los ejemplos de vida. A las palabras –todas las palabras– “se las lleva el viento”, de modo especial si de ellas se dice que son “religiosas”. Pero el eje- justificación de mi reflexión aquí y ahora se halla en las manos, y más concretamente en uno de sus dedos.
Las manos hablan en todos los idiomas. Y sin necesidad de intérpretes, por raros y dificultosos que sean el discurso y el aprendizaje de algunos de ellos. De las propias manos de Dios –“ópera manuum tuarum” –, refieren los Libros Sagrados -la Biblia- que las mismas personas- “la obra creada”- fue y es inconfundible palabra divina. Es decir, todos y todo somos “palabras o sílaba de Dios” en trinitaria conversación salvadora, libre y comunitaria. Las manos –las de Dios y las nuestras- crean y re-crean. Afirmación como esta, es poseedora, y distribuidora, de mucha y buena teología. Fotografiar las manos equivale a tener que comprometerse con ser perfectamente coherentes con Dios y con la misión que por Él se nos encomendara, en acto permanente de adoración, mediante el servicio al prójimo.
Una fotografía de las manos de Dios y de su obra, es un manual adoctrinador e inteligible, con idéntica y aún mayor capacidad de evangelio que lo son los catecismos, las Cartas Pastorales de los obispos y hasta las encíclicas de los papas. La asignatura de la hospitalidad, de la cercanía, de la caricia, de la acogida y del entendimiento, se descubre y ejercita cristianamente gracias, y mediante, las manos…
Y con especial y escalofriante mención para uno de los dedos, concretamente el índice –el segundo después del gordo o pulgar–, del uso y concreción de sus fotos, las “palabras” son multitud. El que pintara Miguel Ángel es dedo creador por antonomasia. Es Dios mismo. Es el mejor tratado de teología que haya podido ejecutarse. Es capítulo que ni cabe, ni encaja, en los manuales de la técnica pictórica. Rebasa sus límites y se torna y convierte en Ciencia Sagrada. Adoctrina y enseña con mayor relevancia y capacidad de convicción que las tesis doctorales.
Censura y recriminación
Pero hay un dedo de los más fotografiados de los tiempos modernos, que merece y justifica multitud de consideraciones religiosas, y no religiosas. Me refiero al dedo índice pontificio de Juan Pablo II que, recriminatorio y censurante, extendiera infinitamente sobre la figura arrodillada de Ernesto Cardenal, a quien desde la difusión de tal escena se le conoció y conoce en el mundo como el “cura poeta, maldecido y hereje”, por aquello de la “teología de la liberación”, en conformidad con el sentir de parte de la Iglesia oficial anti- conciliar, retrógrada y compadreada con el poder y el dinero, al margen, o en contra, de la pobreza, y al dictado de por sí super blasfemo de que “Dios solo está, y se le encuentra, en donde está el dinero…”
Y pasó el tiempo, y el dedo de Woytila perdió rigidez, pedagogía y actualidad evangelizadora y el papa Francisco comenzó a dar los pasos precisos para reintegrar al teólogo entre quienes mejores y más cristianos servicios le prestó y le presta a la Iglesia, en los tiempos inclementes por los que ésta actualmente pasa, y le hacen pasar, quienes protagonizaron, justificaron y alargaron, hasta no poder más, la rigidez, hipócrita a veces, del condenador dedo pontificio.
A quienes reaccionen ante esta aseveración y comprobación de los hechos, arguyendo que tal papa, con tanta precipitación y presteza, alcanzó el honor de ascender a los altares de la Iglesia universal, les bastará con recordar algunos principios teológicos muy elementales.
De entre ellos destaca el de que, también los santos canonizados, fueron pecadores, tanto por exceso como por defecto. Que no es de fe, ni exigencia dogmática, el dato de que todos los canonizados oficialmente, son santos, según el sentir de la mayoría de los miembros de la Iglesia, en la que también existen recomendaciones “non sanctas”.
Que la infalibilidad pontificia se extienda a tales menesteres es un atrevimiento impropio de los estudiosos de la doctrina cristiana. Conocer los entresijos de gestos, gestiones y gastos “canonizadores” es hoy fácil y asequible, gracias a Dios, con lo que, permanecer en la inopia impuesta por curiales, resulta difícil, aun cuando algunos tilden de blasfemo e irreverente desvelar “secretos” y seguir burdas y escandalosas situaciones de tenebrosas faltas de verdad y de transparencia. De todas maneras, como las prisas, por santas que sean, jamás son buenas consejeras, lo del “¡santo, súbito!” no debiera habérsele aplicado tampoco a Juan Pablo II.
¡Felicidades al papa Francisco, al teólogo Ernesto Cardenal y a la Iglesia universal, en la que se interpretará el gesto condenador pontificio, al menos como fuera de lugar y de tiempo…!

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