Nadie debiera cerrar a nadie ningún camino, menos el camino apasionante, largo y venturoso de una vida joven. Nuestras hermanas, compañeras, hijas… deberían poder correr hasta que se acaben los horizontes, libres hasta el infinito sin mirar a los rincones. Ningún temor debería asaltar su gozoso trotar, su pensamiento echado también a volar. Pienso en el mundo que se le negó, en los niños que la aguardaban junto a la pizarra, en los viajes por los que suspiraba y cuyo billete no llegó a acariciar en el bolsillo…
Pienso en esa justa rebeldía que incendia toda nuestra geografía, en ese punto final urgente que hay que poner a tanta historia de abuso, agresión y explotación. Pienso en las mujeres y hombres valientes que se levantan en toda España por la vida, contra ese machismo tantas veces insaciable, demasiadas veces feroz.
Al extraviado también será preciso abrazar. El asesino también merece nuestro regazo. No faltaré a quien pese a todo, no deja de ser mi congénere, mi hermano sufriente, fatalmente equivocado. Pienso también en él, en su terrible despertar. Puede haber algo más atroz que levantarse una mañana con ese inconmensurable peso en la conciencia, salir de un coche esposado y que te caiga toda la entera rabia del mundo.
Mis brazos también son para él, para el salvaje humano. La compasión que trata de hacerse sitio en mí, no se pelea con la clara y radical denuncia, más bien se complementan. Abrazo la miseria, que en algún tiempo remoto, en alguna caverna apartada quizás también fue mi miseria… ¿Qué sabemos de nuestras prehistorias?
Se puede comprender, pero no plenamente justificar, el revanchismo que aflora estos días en las Redes sociales. Luchar firmes, rotundas/os, infatigables por el correr libre, contra el miedo, por la integridad de nuestras compañeras, por la vida siempre sagrada es nuestro urgente deber, nuestro firme compromiso; desnudar esa lucha de todo rencor, constituye también nuestro más alto y difícil desafío. Representa titánica prueba de desbordado altruismo. Habrá que intentarlo.
Mil veces lo olvidaremos, mil veces nos lo habremos de recordar, sobre todo cuando llega el apartado de sucesos en los telediarios, cuando se derrama la sangre inocente. Hay quien solo bajó a la tierra hace dos mil años para ponernos el más alto listón humano, para recordarnos que incluso había que amar a los enemigos, incluso al aparentemente desalmado de despiadada locura en la cabeza y descontrolado cuchillo en mano.
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