“Toma para ti pérdidas y derrotas...”. La primera vez que me soltaron la máxima budista, una tormenta se agitó en el interior. La frasecita de marras cuestionaba demasiados esfuerzos agotadores en pos siempre de una victoria sobre otros. Tantos esquemas pretéritos se derrumbaban de repente con la sentencia demoledora: “Otorgad la victoria al adversario...” La conmoción interior del día pasado, en las magníficas conferencias que impartió en Estella Tenzing Ngeyung, discípula del Lama Gueshe Tenzing Tamding, residente en el Monasterio de Chuu Sup Tsang de Ourense, no ha sido menor. “Regalad esas victorias que al fin y al cabo no llevan a la verdadera liberación. Regalad las victorias menudas.”
Una tan sencilla como sabia monja budista, me ha vuelto a mover el tapete. ¿Cuántas veces llevamos ya a los labios, ya a la ancha e inquieta pantalla de la mente, ya a la pancarta blanca de algodón agujereado aquello de “¡Hasta la Victoria siempre!”? Escribíamos “Victoria” con mayúscula, porque mayúsculo era el logro a alcanzar. Ahora van y nos piden que regalemos la “Victoria”, mayúscula incluida. No se cae una idea compartida, una cultura arraigada, un sentimiento muy amplio…, se derrumba en realidad mucho más. Seguramente ocurre como estaba escrito: se nos derrumban tantas mayúsculas del pasado, se derrumban en realidad nuestros pasados enteros, nuestras vidas de confrontación y de lucha… y sin embargo comienza a nacer una nueva, anhelada y emancipadora conciencia. Suena ya la campana al final de un túnel oscuro y con demasiadas grietas y goteras por nombre historia.
¿Estábamos equivocados cuando gritábamos “¡Ni un paso atrás!”? Seguramente sí, seguramente nada que combatir, seguramente todo por crear en silencio, con amabilidad, con amor y compasión… Hora de la cuidadosa reconstrucción, que no de la desairada y descontrolada destrucción.
Regalar los honores, las victorias, los orgullos, los logros… Regalar todos los laureles y a la vez quedarnos con la primavera; con ella arrancar por fin una luminosa y esperanzadora historia. Ahora sé por qué el Budismo es una enseñanza tan verdadera, tan elevada, tan necesaria… Ahora sé porque tenemos que estar tan supremamente agradecidos al Buda, a quienes componen la “Shanga”, a quienes humildemente sembraron y siembran el “Dharma”, como nuestra entrañable monja de Ourense. Sencillamente porque el Gran Iluminado y su Nirvana reclaman todo de nosotros/as, sencillamente porque nos dejan desnudos, sin nada y a la vez con todo. Nos quieren privar del sufrimiento, pero necesariamente nos hacen doler casi hasta el alma.
Es cediendo como en realidad vencemos. Toca arriar demasiadas banderas que agitaron vientos sin calor, ni compasión; dar muchos pasos para atrás, sobre todo en aquellas batallas que libramos sin intentar comprender al adversario. Regalemos pues, que aún estamos a tiempo, las victorias en la cancha, en la calle, en la política, en todas, absolutamente en todas las arenas… y quedémonos con lo que de verdad importa: el altruismo, la generosidad y la paz del alma.
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