Me duele. Veo que en muchas parroquias se repiten siempre los mismos ritos: misas sin predicación, celebraciones, rosarios a toda marcha… Pero los que escuchan, no profundizan en lo oído. Incluso muchas veces casi ni se entiende lo que se dice. Se cumplen los ritos y ya está, Y está habiendo un problema serio. Muchos sacerdotes son mayores y ya ni siquiera se les entiende cuando hablan. En los pueblos pequeños se celebra a toda prisa para ir al pueblo siguiente a todo correr y entonces no hay explicación ni comentario de la Palabra.
Todo ello repercute en que cada día va descendiendo la catequesis de la homilía. Cada vez sabemos menos del evangelio. Ya muchas veces ni conocemos el texto. Hay una necesidad urgente en nuestra iglesia de proclamar, profundizar, ahondar en la Palabra.
Hay mucho riesgo de rutina. Necesitamos creatividad para ayudar a que llegue la palabra a las personas. Ya hay muchas abuelas que leen cada día el evangelio del día. Y es una labor estupenda que se hace en general con mucha seriedad. Pero podemos dar un paso más.
Tan importante como la eucaristía, en las parroquias, resulta la lectura del Evangelio. ¿Podemos crear grupos con los abuelos, donde con letra grande vayamos acercándonos a la Buena Noticia? ¿Podemos hacer algún programa de radio o tele local? ¿Podemos pasar unas hojas por las casas? ¿Sería mucho disparate sustituir la misa algún domingo por media hora de lectura comentada, muy sencilla, pero bajando al fondo?
Y por supuesto, hay oportunidades que aprovechar a tope: entierros, bautizos si se dan, novenas, fiestas... Esto requiere una programación hecha concienzudamente y trabajada.
Podríamos pedir a los obispos que se seleccionen las lecturas de distinta manera y se lean dos lecturas con el mismo tema y que traigan un mensaje fácil, positivo, animador.
Siento que las celebraciones, son muy a menudo, rutinarias ¿No se podría dar lugar a la creatividad y decir las oraciones más vivas, más creativas? Ahí tenemos los distintos prefacios, que se prestan a una catequesis más expansiva y que dicen mucho más. Aprovechar todos los textos posibles y evitar repetir todos los días las mismas fórmulas. Y la oración de los fieles que no sea para pedir “la paz”, sino que nos supongan implicación propia en esa petición: “que construyamos nosotros la paz…” Y así en todas las peticiones.
Que los cantos no sean de oficio sino que expresen el sentimiento de la comunidad, que vayan de acuerdo con la Palabra, que sean nuevos y con ganas.
Que se recuerde y se traiga al altar la realidad, los problemas y las alegrías de hoy. Que las celebremos y las contemplemos.
Y hay un elemento fundamental. A ver si lo conseguimos: somos una comunidad de seguidores de Jesús, que le hacemos presente. Por eso, que estemos cerca físicamente del altar y unidos. No, uno en cada banco y muy atrás.
Que al salir de la celebración, podamos decir con alegría “cuánto lo he vivido” y no aquello de “ya me he quitado un cuidado”.
Se van dando cada día más las celebraciones de la Palabra. Pero que no caigamos en los mismos errores. Que sean sencillas, cercanas, acomodadas y con toda la participación de los fieles. Puede ser una oportunidad maravillosa de escuchar y acoger la Palabra y para expresarse los fieles.
Todo menos hacer unos ritos, siempre iguales, a toda marcha y sin prisa. “Podemos celebrar en paz”.
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