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viernes, 1 de junio de 2018

LA ALEGRÍA DEL AMOR


col otalora

No acabo de entender la razón por la que los documentos papales mantengan una denominación principal en latín; si el Concilio Vaticano II inculturizó la liturgia en favor de las lenguas vernáculas, parecería lógico que las exhortaciones papales primasen los titulares en la lengua de a quienes va dirigido el mensaje. No se puede comparar la sonoridad que tiene La alegría del amor respecto a Amoris laetitia, por ejemplo, cuando además se trata de una exhortación universal con un calado del que no sé si nos hemos percatado en la práctica los católicos. Han pasado dos años desde su publicación y creo que tampoco los obispos, en un número significativo, han hecho demasiado para que todos captemos lo que puede suponer en la práctica su significado profundo. Y eso que son directos destinatarios.
He releído el documento esta semana pasada y lo principal para mí es la exhortación a fomentar la madurez de conciencia sobre todo en los casos complicados como ocurre en la vida misma, y hacerlo desde la pregunta que Pagola formuló hace un tiempo para cualquier actuación: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Solo que en este caso Francisco se centra en el campo de la familia.
A partir de aquí, las actitudes deben cambiar y ahora, las recetas y las normas deben complementarse con un ejercicio de discernimiento en cada caso (muy jesuítico), al que no es ajeno el obispo, de manera que las reglas y códigos no sean un parapeto para el paternalismo clerical que todavía mantiene muchas conciencias infantiles. Esto, sin duda que supone una revolución en la manera de tratar la realidad de los divorciados, los conflictos éticos y las situaciones complejas de la convivencia familiar: es el amor el que debe presidirlo todo y el que todo lo alienta, acogiendo más que juzgando, acompañando más que rechazando, discerniendo en cada caso más que imponiendo, e integrando en lugar de excluyendo a las personas.
Lo segundo que resaltaría como esencial es que el Papa pide centrarnos en un camino de permanente crecimiento dentro del matrimonio como una concreta manera de vivir el amor: “El amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres" integrando la sexualidad y el erotismo, ya que "Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso" que “embellece el encuentro de los esposos". Francisco va más allá afirmando que la unión sexual es "camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos". Por lo tanto, la educación y maduración de la sexualidad conyugal "no es la negación o destrucción del deseo sino su dilatación y su perfeccionamiento".
Se trata de una exhortación práctica, no en vano, exhortar significa la acción de animar a una persona para que haga algo. No estamos ante una reflexión más o menos importante, sino ante un documento esencial para re-vivir cada día al llamarnos al compromiso del amor sin arrinconar a las situaciones más dolorosas en la familia. Tampoco cabe un seguimiento evangélico desde la exclusión de sensibilidades y experiencias diferentes a la nuestra; lo que el Papa quiere es invitarnos a la común unión desde la escucha y el servicio a las familias más frágiles y a quienes padecen situaciones de rupturas traumáticas abriendo espacios de amor y acogida. Iglesia entendida como comunidad por encima de rigideces que deshumanizan en la práctica, como les pasó a aquellos fariseos por su visión rígida y fría de las normas religiosas.
La propia actitud del Papa ante las cada vez más duras críticas y silencios nada cómplices, indica que ha optado por aplicarse su propia medicina de escucha, mansedumbre, acogida. Y que esta exhortación, a diferencia de otras anteriores similares en el tema, está basada en un amplio consenso sinodal que él ha trabajado con especial dedicación.
La alegría del amor papal abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, siguiendo la actitud de Jesús, que primaba su acción amorosa con quienes sufrían o eran pasto de la exclusión. El amor, de esta manera, se reconoce como el lugar especial en la existencia humana que actúa como motor de la vida, si creemos que Dios es Amor nosotros los que hemos adquirido el compromiso de infundirlo desde el ejemplo.

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