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lunes, 23 de abril de 2018

Una crónica de la corrupción española

Jaime Richart, Antropólogo y jurista
REDES CRISTIANAS
La impresión de cualquier observador nacional o internacional que siga un poco de cerca las vicisitudes sociales de España es que en España la corrupción viene siendo sistémica y alcanza a to­dos los intersticios de la vida pública… Son ya muchos años los que viene la población llevándose las manos a la cabeza asom­brada por el número de casos de corrupción en la política, por el cinismo de los políticos envueltos en corrupción, por las ci­fras colo­sales de cada rapiña y la suma total del expolio, y por la tibia respuesta de la justicia, en perjuicio de millones de perso­nas.
Son veinte años de saqueo. Aproximadamente diez de los cua­les fueron opacos para el conocimiento público, hasta que han ido sa­liendo a la luz casos y más casos, más por el denuedo del perio­dista investigador que por una inexistente policía judicial o una po­licía fiscal que generalmente actúa al rebufo de lo divulgado por periodistas valientes.
Pero da la impresión de que en la sociedad española ninguna su­per­estructura, ningún estamento, ninguna actividad colectiva, ofi­cio o profesión están libres de sospecha. No sabe uno a dónde mi­rar para encontrar un remanso de confianza. Es desolador. Hasta el periodismo infunde sospechas. Pues no sería extraño que el pe­rio­dismo al uso no haya caído en otra suerte de corrup­ción de corto alcance al no publicar inmediatamente trapisondas, chanchu­llos y te­jemanejes de los políticos que ya conocía, para pu­blicarlos más tarde más por oportunismo que por prudencia. Y ahora mismo está sobre la mesa la negativa europea a legislar con­tra las noticias fal­sas y la desinformación en la Red. Noticias falsas que no sólo están en la Red, sino también en medios prote­gidos por el poder finan­ciero declarados abiertamente hosti­les a la nueva generación de políticos que intenta limpiar de corrupción el país, que juegan su­cio, recurren al libelo y mienten canallesca­mente al propalar su no­ticia tendenciosa.
 El caso es que la corrupción política se extiende desde hace mu­cho como una mancha de aceite a todas las esferas públicas. Todo está contaminado, como todo acaba contaminado después de una explosión nuclear. La política… pero también banca, justi­cia, religión, sanidad, entes benéficos, estamento militar, ong, hidroeléctricas y telefonía, laboratorios farmacéuticos, abo­gacía, medicina, arte en manos de marchantes…
Quedaba una superestructura: la enseñanza. Pero ahora resulta que la enseñanza, el único espacio que parecía estar a salvo del tráfico nauseabundo, aparece también corrupta, parcialmente por supuesto, pero si cabe más grave por la índole noble de su come­tido y por su alcance. Pues a diferencia de la política cuyo sesgo puede cambiar en una legislatura, el efecto de la desconfianza en la enseñanza súbitamente surgida puede extenderse en el tiempo.
Y si alguien dice que esto no es así, es necesario que lo pruebe. Nos alegraría la demostración porque podría descansar el espíritu del español cansado de tanta doblez, de tanto cinismo y de tanto desprecio por la res publica. Pero no basta con decir que no son to­dos -faltaría más-, que hay mucha gente honesta y escrupulosa en todas partes, que es lo que a menudo se ha oído de­cir sobre los tantos concejales honrados en España que traba­jan incluso por nada… Se sabe de sobra. Cuando se dice que todo está putrefacto es porque son significativos y suficientes los personajes corruptos que conocemos en cada institución espa­ñola, para infectar a todo lo demás y a todos los ámbitos de la sociedad, vista ésta a distan­cia por el resto del mundo.

Cuesta mucho a un profesional, a una institución o a una per­sona común labrarse buena fama y prestigio. Necesitan sufi­ciente tiempo para inspirar confianza a quienes recurren a ellos. Pero los pueden perder en un instante. Y cuando un personaje público, un político, un go­bernante, un instituto, una empresa o una tienda de comesti­bles… de prestigio son sorprendidos en un delito, en una be­llaquería o en una trampa la buena fama, la confianza y el pres­tigio pueden per­derlos incluso para siempre. Pues bien, en esa tesi­tura se encuen­tran centenares, si no miles, de políticos y de per­sonajes españo­les de probada inmerecida relevancia. Y si por la corrupta toleran­cia de la ley, de un juez o de un tribunal gozan de virtual im­punidad (otra sutil forma de corrupción, como se dice más arriba), a la gente de bien al menos le queda el consuelo de saber que ninguno de ellos podrá evitar jamás su ex­posición de por vida a la pública vergüenza…

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