Juan José Tamayo
En el artículo anterior “¿Ha muerto Dios?” hablé de las diferentes metamorfosis que está sufriendo la imagen de Dios hoy, tras el anuncio de su muerte que hiciera Federico Nietzsche. Analicé tres: el dios del mercado, el del del patriarcado y el de los fundamentalismos religiosos. En este artículo voy a referirme a la muerte de Dios por el exceso de locuacidad de quienes dicen ser sus testigos. Como afirma Gottfried Bachtl, “en un mundo que encuentra un gran placer en la palabra sin fin y todo lo reduce a eso, Dios ha perecido en la locuacidad de sus testigos”1. Los rezos se convierten, con frecuencia, en un espacio donde Dios viene a morir o a congelarse en los labios de sus más piadosos adoradores.
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