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Juan Soto Ivars
(el confidencial)
Las pensiones están cayendo para todos, para los heroicos y los burlados. Basta que haya uno que se dé cuenta del birlibirloque para salvar el mundo
Putos viejos. Los adoro. Los admiro. Los amo. Hoy siembran las calles españolas de furia y de baba y de gritos y de ese ‘after shave’ de garrafón que gastan, me cago en diez. Miro las imágenes y las disfruto como en una película épica. Las permanentes recias con que esas señoras se adornan la cabeza son esculturas heroicas.
Señoras que según el sistema no contribuyeron, como mi abuela, porque solo dedicaron su vida laboral a cocinar gratis, a limpiar los altillos gratis, a fregar el suelo gratis, a lavar la ropa gratis, a planchar la ropa gratis, a cuidar gratis. Señoras que convirtieron el amor, esa materia no monetizable, en trabajo santo y gratuito. Señoras que realizaron toda su vida cálculos matemáticos complejos, operaciones económicas que deberían sonrojar a los economistas pijos, esos que dicen que esto no es sostenible mientras sostienen el pito de la banca. Señoras ignorantes y sencillas que sin embargo consiguieron alargar el sueldo del marido currante hasta el día 30 y todavía mandaron a algún hijo a estudiar.
Aprended de esas señoras, economistas, políticos altivos y despreciables. Aprended de esas señoras a las que habéis condenado mil veces a la precariedad o la ruina y que hoy se levantan con sus maridos para exigiros lo que les corresponde y lo que nos corresponde a todos. Aprended de esas señoras que han soportado la carga que les colgasteis cuando los bancos nos estafaron. Aprended de los putos viejos, que han salvado la vida de millones de familias españolas contra viento y mareos. Vosotros, que presumís de cuadrar las cuentas del mismo país que expoliáis, aprended de esas jodidas señoras cómo sobrevivir a la austeridad. Ellos consiguieron salvar a sus familias con una pensión minúscula. Son ellos quienes deberían ocupar los ministerios de Economía y Hacienda. Ellos, y no vosotros, saben salvar una casa y un país.
Los amo. Los amo de verdad. Mi yayo Juan sorteó las ruinas de la posguerra en una bicicleta y trajo con esa pobre bicicleta la prosperidad a su familia. Mi abuela Pepita convirtió el sueldo miserable de mi abuelo pescador en el sustrato sobre el que mi padre estudió su carrera de biológicas. Ellos son los protagonistas del auténtico milagro económico con que vosotros, miserables, endiosasteis a Rodrigo Rato.
Os voy a decir lo que quiero y que la Fiscalía evalúe si estoy amenazando. Yo quiero que la furia de los jubilados precarios arrase vuestras pensiones vitalicias y, sobre todo, vuestros cargos en consejos de administración de bancos. Quiero que entren como una turba revolucionaria en vuestros despachos y os arranquen los pantalones. Quiero que por el camino arranquen también las puertas giratorias por las que entregáis a la banca el futuro de nuestra generación, que es el presente de la suya.
Cómo no voy a sentir adoración por estos putos viejos. Yo seré un puto viejo, si la vida lo permite, pero estos viejos son mejores que yo. Estos viejos conocieron la posguerra. Trabajaron duro mientras vuestros padres iban en pantuflas, convirtieron la ruina en prosperidad, lucharon a colon partido para que España tuviera pensiones dignas y seguridad social y prestación por desempleo. Vosotros os atribuís el mérito. Ellos son los autores. Millones de viejos vivos y muertos, con su trabajo ciego y constante. Ahora queréis cargaros su obra. Sois la nueva guerra.
Durante años se manifestaron los putos viejos en la puerta de Bankia, que les había robado con las preferentes y ahora ofrece planes privados de pensiones. Cuando yo pasaba por allí y los veía solos y helados con sus pancartas entre el trasiego de la gente ocupada, me acercaba para darles alguna palabra. Sentía vergüenza cuando les hablaba, como la de una adolescente ante su icono pop. La grandeza de esos 20 viejos cabreados me superaba. La grandeza de los viejos de hoy, sencillamente, me mata.
Y sé que hay otros viejos, más cansados, a los que habéis conseguido engañar. Les habéis metido vuestra propaganda hasta en el vaso donde dejan la dentadura postiza. Les habéis hecho creer que sois vosotros, ralea ladrona, quienes los defienden de los bárbaros que golpean las murallas. Bien: para esos viejos también lanzo mi apoyo. Las pensiones están cayendo para todos, para los heroicos y los burlados. Basta que haya uno que se dé cuenta del birlibirloque para salvar el mundo.
Sois mis héroes, y cuando sea mayor, espero convertirme en puto viejo yo también.
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